A la historia

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sábado, 28 de marzo de 2015

Ocupación estadounidense de la República Dominicana (1965-1966)

Este artículo trata sobre la segunda ocupación. Para la primera ocupación, véase Ocupación estadounidense de la República Dominicana (1916-1924).


Ocupación estadounidense de la República Dominicana
Guerra Fría
Gen. Bruce R. Palmer, 1965.jpg
El general Robert York durante la ocupación.

Fecha 28 de abril de 1965 – septiembre de 1966
Lugar Santo Domingo, República Dominicana
Casus belli Revuelta militar, temor ante posible expansión comunista.
Resultado Tregua, Juan Bosch excluido de la presidencia, elección de Joaquín Balaguer como presidente.

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La segunda ocupación estadounidense de la República Dominicana (1965-1966), además llamada Operación Power Pack,2 comenzó con la entrada del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos en Santo Domingo el 28 de abril de 1965. Más tarde, se le unió la mayoría de la 82ª División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos y su casa matriz la «XVIIIth Airborne Corps».

La intervención terminó en septiembre de 1966, cuando la primera Brigada de la 82ª División Aerotransportada, último remanente de la unidad estadounidense en el país, fue retirada.

 Antecedentes


Después de un período de inestabilidad política tras el asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1961, el candidato Juan Bosch, fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), fue elegido presidente en diciembre de 1962 y posesionado en febrero de 1963.

Un grupo de militares conservadores junto a la poderosa élite de la oligarquía dominicana y la jerarquía católica, descontentos con las medidas tomadas por el nuevo gobierno de Bosch, fraguaron un golpe de estado que desembocó en una guerra civil.

Al inicio de la sublevación contra Bosch, el general Wessin y Wessin controlaba el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas conocido por las siglas CEFA, grupo élite de unos 2,000 efectivos de infantería altamente capacitado. Esta organización cuasi-independiente, originalmente establecida por Ramfis Trujillo, hijo del ex dictador, se formó para proteger al gobierno. Estacionados en la Base Aérea de San Isidro, se diferenciaban de las unidades del ejército regular, por estar equipados con tanques, cañones sin retroceso y artillería, así como por sus propios aviones de ataque. Elías Wessin declaró:

" La doctrina comunista, marxista-leninista, castrista, o como sea que se llame, está ahora fuera de la ley".
Posteriormente, el poder fue entregado a un triunvirato civil. Los nuevos líderes rápidamente abolieron la nueva constitución, llamada del 63. Los dos años siguientes estuvieron marcados por una fuerte inestabilidad política con numerosas huelgas y conflictos.

Donald Reid Cabral, quién llegó en un momento a ser cabeza de la junta, fue impopular para la mayoría de los oficiales de alto rango en el ejército por su intento de recortar sus privilegios. Reid sospechó que algunos o todos de estos oficiales tratarían de derrocarlo en la primavera de 1965. Con la esperanza de evitar un golpe de Estado, el 24 de abril de 1965, envió a su jefe de Estado mayor, general Marcos Rivera, para cancelar a cuatro oficiales considerados como conspiradores. Estos no se rindieron, sino que tomaron un campamento militar al noroeste de Santo Domingo y capturaron a Rivera.

Inmediatamente, el Partido Revolucionario Dominicano y el Movimiento Revolucionario 14 de Junio pusieron un gran número de civiles armados en las calles, dando lugar a la creación de los primeros escuadrones de la armada rebelde, que fueron conocidos en términos generales como "Comandos". Estos fueron, a veces, bandas de adolescentes bien armadas. El Movimiento Popular Dominicano distribuyó cócteles molotov a las multitudes y los militares rebeldes establecieron posiciones defensivas en el Puente Duarte.

Los rebeldes pro-Bosch, conocidos como "constitucionalistas" por abogar por la restauración del presidente Bosch y la restauración de la constitución del 63, salieron a las calles, apoderándose rápidamente del Palacio Nacional y de los medios de comunicación del gobierno en la capital. Los militares leales a la junta de Reid y los opositores a los constitucionalistas adoptaron el apodo de "leales".

El coronel Francisco Alberto Caamaño y el coronel Manuel Ramón Montes Arache, comandante del Cuerpo de Comandos de Hombres Ranas de la Marina de Guerra Dominicana, se constituyeron en líderes de los constitucionalistas . Reid fue capturado en el palacio presidencial por las fuerzas rebeldes comandadas por Caamaño. No obstante, el general Wessin y Wessin, jefe de las Fuerzas Armadas, tomó la posición vacante que había dejado Reid, convirtiéndose en el jefe de facto del estado.

Bosch, todavía en el exilio en Puerto Rico, convenció a José Rafael Molina Ureña, un líder partidista, para que se convirtiera en presidente provisional hasta su retorno. En los días que siguieron, los constitucionalistas se enfrentaron con agentes de seguridad interna y con los militares de derecha del CEFA. Ya para el 26 de abril de 1965, los civiles armados, habían superado en número a los regulares militares rebeldes. Radio Santo Domingo, ahora bajo el control total de los rebeldes, comenzó a incitar a acciones violentas y a dar muerte a todos los policías.[cita requerida]

Ambas partes estaban fuertemente armadas y muchos civiles quedaron atrapados en el fuego cruzado. El gobierno de Washington comenzó los preparativos para la evacuación de sus ciudadanos y otros extranjeros que pudieran estar deseando salir de la República Dominicana. El grado de participación de los "comunistas", incluyendo el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, había sido cuestionada.

El presidente provisional constitucionalista Molina Ureña y el coronel Caamaño pidieron al embajador de Estados Unidos la intervención estadounidense para detener los ataques de la Fuerza Aérea Dominicana a las áreas constitucionalistas. El embajador de EE.UU. se negó. Totalmente consternado por este rechazo, Molina Ureña renunció. En la base de San Isidro, los generales leales de la Fuerza Aérea eligieron el coronel Pedro Bartolomé Benoit para encabezar una nueva junta "lealista".

El 28 de abril, la Fuerza Aérea Dominicana reanudó el bombardeo en las posiciones rebeldes en Santo Domingo mientras por otro lado civiles armados rebeldes invadieron una estación de policía y ejecutaron sumariamente a los policías. De los 30,000 soldados, pilotos y policías dominicanos, al inicio de la guerra civil, el general Wessin y Wessin terminó teniendo bajo su mando a menos de 2,400 soldados y sólo 200 policías nacionales.

Las primeras acciones militares de los Estados Unidos se limitaron a la evacuación de estadounidenses y otros civiles extranjeros en la ciudad de Santo Domingo. Se estableció una zona de aterrizaje en el Hotel Embajador, ubicado en la periferia occidental de Santo Domingo.

Los "lealistas" fallaron en recuperar el control de Santo Domingo y un desmoralizado CEFA se retiró a la base en San Isidro, en el lado este del río Ozama. El general Wessin y el último líder del depuesto régimen gubernamental, Donald Reid - mejor conocido como "El Americano" - solicitaron entonces la intervención de Estados Unidos.

                    Oficiales del Servicio Médico reunidos cerca de Santo Domingo a principios de mayo de 1965.

 

Ocupación


 La decisión de intervenir militarmente en la República Dominicana fue una decisión personal del presidente de los Estados Unidos' Lyndon Johnson.[cita requerida] Este, convencido de la derrota de las fuerzas leales y por temor al surgimiento de "una segunda Cuba" en el caribe, ordenó a las fuerzas armadas estadounidense la restauración el orden.

Hasta ese momento, todos los asesores civiles habían estado en contra de la intervención inmediata, abrigando la esperanza de que la parte lealista pudiera poner fin a la guerra civil. El presidente Johnson, sin embargo, siguió el consejo de su embajador en Santo Domingo, W. Tapley Bennett, quien argumentó la ineficiencia y la indecisión de los líderes militares dominicanos. Bennett sugirió que los EE.UU. interpusieran sus fuerzas entre los rebeldes y los de la Junta, y que aplicaran así un alto el fuego. Luego, los Estados Unidos pidieron a la Organización de Estados Americanos la negociación de un acuerdo político entre las facciones opuestas.

El jefe de Estado Mayor general Wheeler le dijo al general Palmerde la CINCLANT en relación a la intervención militar:

"su ocupación sin previo aviso es para evitar que la República Dominicana se vuelva comunista."
El 29 de abril, bajo el argumento oficial de la necesidad de proteger las vidas de los extranjeros - ninguno de los cuales había sido muerto o herido- una flota de 41 buques fue enviada para bloquear la isla y de esta forma comenzó la invasión de infantes de marina y parte de la 82ª División Aerotransportada. También, se desplegaron alrededor de 75 miembros de la compañía "E" del 7th Special Forces Group. En definitiva, se terminó por enviar a Santo Domingo un contingente de 42,000 soldados e infantes de marina . .

El presidente Lyndon B. Johnson declaró esa noche que había dado órdenes para el desembarco de infantes de marina en Santo Domingo con la finalidad de proteger la vida de ciudadanos norteamericanos y que la OEA había sido informada había sido informada de esa situación. Otras versiones afirman la invasión se efectuó de forma unilateral y que los delegados de la OEA se enteraron de la invasión por radio y por televisión luego del discurso de Johnson. No obstante, poco después, los Estados Unidos junto con la OEA, formaron una fuerza militar interamericana para la intervención en la República Dominicana.

Las fuerzas constitucionalistas resistieron la invasión. A media tarde del 30 de abril, se negoció un alto al fuego, auspiciado por el nuncio apostólico en el país. El 5 de mayo fue firmado el «Acto de Ley» de Santo Domingo por el coronel Benoit (lealista), el coronel Caamaño (constitucionalista) y el comité especial de la OEA. Este acto buscaba un total cese de fuego, el reconocimiento de una «Zona de Seguridad Internacional», un acuerdo para ayudar a los organismos de socorro y la inviolabilidad de las misiones diplomáticas. La Ley estableció el marco para futuras negociaciones, pero no pudo detener todos los enfrentamientos. Los francotiradores constitucionalistas continuaron disparando contra las fuerzas de Estados Unidos, aunque los enfrentamientos entre las facciones dominicanas disminuyeron por un tiempo.

Ante la imposiblidad de alcanzar una victoria militar, los rebeldes constitucionalistas eligieron a su líder Francisco Alberto Caamaño como presidente del país. Los oficiales de Estados Unidos contrarrestaron está acción declarando al general Antonio Imbert Barrera como presidente. El 7 de mayo, Imbert fue juramentado como presidente del «Gobierno de Reconstrucción Nacional». El siguiente paso en el proceso de "estabilización", según lo previsto por el gobierno de Washington y la OEA, fue arreglar un acuerdo entre Caamaño e Imbert para la formación de un gobierno provisional. Sin embargo, Caamaño se negó a reunirse con Imbert hasta que varios de los oficiales "leales", incluyendo Wessin y Wessin, fueran obligados a abandonar el país.

El 13 de mayo el general Imbert comenzó la «Operación Limpieza», con la que sus fuerzas alcanzaron cierto éxito en la eliminación de focos de resistencia rebelde en las afueras del sector de Ciudad Nueva, y el silencio de Radio Santo Domingo. La operación terminó el 21 de mayo.

El 14 de mayo los estadounidenses establecieron un "corredor de seguridad" que conectaba la Base Aérea de San Isidro y el Puente Duarte con el Hotel Embajador y la Embajada de Estados Unidos en el centro de Santo Domingo, los estadounidenses acordonaron esencialmente la zona constitucionalista de Santo Domingo. Se bloquearon las carreteras, establecieron patrullaje de forma continua. Unas 6,500 personas de muchas naciones fueron evacuadas y puestas a salvo. Además, las fuerzas armadas estadounidense suministró ayuda por vía aérea a gran parte de nacionales dominicanos.

A mediados de mayo, la mayoría de la OEA votó a favor de llevar adelante la operación, la reducción de las fuerzas estadounidenses y su sustitución por una Fuerza Interamericana de Paz (IAPF). La Fuerza Interamericana de Paz quedó establecida formalmente el 23 de mayo y sus tropas fueron enviadas por: Brasil - 1,130, Honduras - 250, Paraguay - 184, Nicaragua - 160, Costa Rica - 21 policías militares, y El Salvador - 3 oficiales de Estado Mayor. El primer contingente en llegar fue una compañía de fusileros de Honduras, que fue respaldada luego por destacamentos de Costa Rica, El Salvador y Nicaragua. Brasil presentó la mayor cantidad de efectivos con un batallón de infantería reforzada. El general brasileño Hugo Alvin asumió el mando de las fuerzas terrestres de la OEA y el 26 de mayo las fuerzas armadas de EE.UU. comenzaron a retirarse.



Los combates continuaron hasta el 31 de agosto de 1965, cuando se declaró una tregua. La mayoría de las tropas estadounidenses abandonaron poco después y las operaciones de mantenimiento de paz fueran entregadas a las tropas brasileñas, aunque con una presencia militar de EE.UU. que se mantuvo hasta septiembre de 1966.

No obstante, frente a las continuas amenazas y ataques, incluyendo un ataque particularmente violento en el Hotel Matum en Santiago de los Caballeros, Camaaño aceptó un acuerdo impuesto por el gobierno de EE.UU.. y el nuevo presidente provisional dominicano, García Godoy, envió al coronel Caamaño como agregado militar en la embajada dominicana ante el Reino Unido.

En las elecciones presidenciales celebradas en 1966 y con el apoyo abierto del gobierno estadounidense, la candidatura de Joaquín Balaguer, quien había sido presidente títere durante la era de Trujillo, resultó ganadora por encima de Juan Bosch. Bosch nunca recuperó el poder. 

Este hecho dio lugar a una relativa estabilidad política aparejada a una fuerte represión por parte del gobierno de Balaguer, quien se convirtió en una figura preponderante en el quehacer político dominicano durante décadas.


Fuente: Wikipedia


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 Causas y consecuencias de la invasión norteamericana de 1965 en la República Dominicana.

 Causas guerra de abril 1965

Con la excusa de que había comunistas envueltos en el derrocamiento de Donald Reid Cabral, Estados Unidos invadió el país en abril de 1965.

El profesor Juan Bosch, fue derrocado siete meses después de haberse juramentado como presidente constitucional de la República Dominicana, el 24 de septiembre de 1964, por una facción de las Fuerzas Armadas liderada por Elías Wessin y Wessin.

Bosch fue el primer Presidente electo democráticamente luego de los 30 años de la dictadura Rafael Leónidas Trujillo.

Este hecho tuvo como precedente  la promulgación de la Constitución de 1963, que establecía entre otras cosas, la libertad política, religiosa y de expresión, el derecho a la vivienda, la igualdad entre hijos naturales y los nacidos bajo matrimonio, así como el retorno de los disidentes políticos y exiliados durante el régimen trujillista. También esta Carta Magna favorecía a los campesinos y trabajadores.

Prohibía, además, los monopolios, la apropiación de extensivas tierras y otros tantos proyectos innovadores que provocaron que diversos sectores acusaran al profesor Bosch y a su gobierno de comunistas. Asestado el golpe, Bosch sale al exilio a la isla de Puerto Rico.


Con el apoyo de los partidos minoritarios que perdieron en las elecciones de diciembre, las fuerzas armadas nombran un triunvirato para gobernar el país presidido por Emilio de los Santos e integrado por los doctores Ramón Tapia Espinal y Manuel Tavares Espaillat.

Éste Gobierno se caracterizó por hacer una mala administración pública, siendo arropado por la corrupción y represión contra el pueblo, dado estos hechos, el pueblo se manifestó en su contra con protestas en las calles.

El 29 de noviembre de 1964 la agrupación política 14 de Junio, llamada años más tarde 1J4, se levanta en armas en las montañas dominicanas declarando  guerra abierta contra el triunvirato.

El 21 de diciembre, Manuel Aurelio Tavárez Justo, líder del movimiento y viudo de Minerva Mirabal, asesinada por el régimen trujillista, es fusilado en la sección Las Manaclas en la Cordillera Central.

Este asesinato provoca una gran indignación popular y motiva la renuncia del presidente del triunvirato, Emilio de los Santos. En el levantamiento guerrillero mueren 32 dirigentes y militantes de la agrupación política 14 de Junio.

Con el ascenso del  doctor Donald Reid Cabral a la presidencia del triunvirato la situación económica del país se deteriora; se llega a acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras que la miseria que sufrían los sectores marginados se agudizó.

Por otro lado, la corrupción administrativa motivó a un grupo de jóvenes oficiales que bajo la coordinación del brillante y joven oficial, coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, se sumieron en actividades conspirativas en los cuarteles con el fin de atender el clamor popular cada vez más poderoso, exigiendo la Constitución del 63 sin elecciones, así hicieron sucumbir al triunvirato presidido por Reid Cabral.

El 28 de abril de 1965, cuatro días después de iniciado el movimiento cívico-militar que acabó con el gobierno encabezado por Reid Cabral, con la excusa de la presencia de unos 53 dominicanos supuestamente comunistas, el gobierno de los Estados Unidos invadió República Dominicana.

Motivada en este hecho y por el temor de que en el país fuera a suceder algo similar al fenómeno socio-político registrado en Cuba en 1959, la administración del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson ordenó el desembarco de la 82 División Aerotransportada de los Estados Unidos, con lo que por segunda ocasión en el siglo XX se violaba la integridad territorial de la nación dominicana. La invasión norteamericana buscaba preservar su dominio sobre suelo dominicano.

Uno de los hechos de mayor importancia para los militares constitucionalistas fue su reintegración  a las Fuerzas Armadas con el respeto de sus rangos; la realización de un “Acto Institucional” inspirado en las libertades, derechos políticos y civiles consagrados en la Constitución de 1963.

Esta intervención terminó el 21 de septiembre de 1966, fecha en que se completó la retirada de tropas de la llamada Fuerza Interamericana de Paz, y con el acenso del doctor Joaquín Balaguer a la presidencia de la República Dominicana el 1 de junio de 1966.




Fuente:  Educando

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Fuente: YouTube

viernes, 27 de marzo de 2015

Historia del Opus Dei

El Opus Dei es una prelatura personal de la Iglesia católica. Fue fundado en Madrid el 2 de octubre de 1928 por san Josemaría Escrivá de Balaguer. Su misión consiste en difundir el mensaje de la llamada universal a la santidad y al apostolado en medio del mundo. Es decir, que todo cristiano está llamado a vivir como hijo de Dios en la vida ordinaria, transformando el trabajo y las circunstancias corrientes de su existencia en ocasión de encuentro con Dios, de servicio a los demás y de evangelización.

A la vez que exhorta a sus fieles a practicar una intensa vida de oración, y les ofrece los oportunos medios de formación cristiana y espiritual (clases, retiros espirituales, atención sacerdotal, etc.) les anima a comprometerse con los demás hombres y mujeres de su tiempo en la renovación y mejora de la cultura, de la civilización y de las realidades sociales, vivificándolas con el amor y la verdad que Cristo ha traído a la tierra.

En la actualidad, los fieles de la Prelatura son más de 85.000 en los cinco continentes. La sede central se encuentra en Roma (Viale Bruno Buozzi 75). Allí está también la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.

Más información en www.opusdei.org.


Historia del Opus Dei

El Opus Dei es una prelatura personal de la Iglesia católica. Fue fundado en Madrid el 2 de octubre de 1928 por san Josemaría Escrivá de Balaguer. Su misión consiste en difundir el mensaje de la llamada universal a la santidad y al apostolado en medio del mundo. Es decir, que todo cristiano está llamado a vivir como hijo de Dios en la vida ordinaria, transformando el trabajo y las circunstancias corrientes de su existencia en ocasión de encuentro con Dios, de servicio a los demás y de evangelización.

A la vez que exhorta a sus fieles a practicar una intensa vida de oración, y les ofrece los oportunos medios de formación cristiana y espiritual (clases, retiros espirituales, atención sacerdotal, etc.) les anima a comprometerse con los demás hombres y mujeres de su tiempo en la renovación y mejora de la cultura, de la civilización y de las realidades sociales, vivificándolas con el amor y la verdad que Cristo ha traído a la tierra.

En la actualidad, los fieles de la Prelatura son más de 85.000 en los cinco continentes. La sede central se encuentra en Roma (Viale Bruno Buozzi 75). Allí está también la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.

Más información en www.opusdei.org.

Historia del Opus Dei: breve cronología


1928. 2 de octubre: Josemaría Escrivá de Balaguer ve que Dios le llama a dar vida a un camino de santificación dirigido a toda clase de personas en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano. El nombre “Opus Dei” es algo posterior: no empezó a usarlo hasta comienzos de los años treinta, aunque desde el primer momento, en sus anotaciones y en sus conversaciones sobre lo que le pedía el Señor, hablaba de la Obra de Dios.

1930. 14 de febrero: en Madrid, mientras celebra la Santa Misa, Dios le hace entender que el Opus Dei está dirigido también a las mujeres.

1933. Se abre el primer centro del Opus Dei, la Academia DYA, dirigida especialmente a estudiantes, donde se imparten clases de Derecho y Arquitectura.


opus dei en Madrid 1935
Miembros y amigos del Opus Dei en la Residencia DYA de Madrid, en 1935.

1934. DYA se convierte en residencia universitaria. Desde allí, el fundador y los primeros miembros ofrecen formación cristiana y difunden el mensaje del Opus Dei entre los jóvenes. Parte de esa tarea es la catequesis y la atención a pobres y enfermos en los barrios extremos de Madrid.

Se publica en Cuenca Consideraciones espirituales, precedente de Camino.

  1936. Guerra civil española: se desata la persecución religiosa y san Josemaría se ve obligado a refugiarse en diversos lugares. Las circunstancias imponen suspender momentáneamente los proyectos del fundador de extender la labor apostólica del Opus Dei a otros países.

1937. El fundador y algunos fieles del Opus Dei cruzan los Pirineos por Andorra y pasan a la zona en la que la Iglesia no es perseguida.

1938. Recomienzo del trabajo apostólico desde la ciudad de Burgos.

1939. Josemaría Escrivá de Balaguer regresa a Madrid. Expansión del Opus Dei por otras ciudades de España. El estallido de la Segunda Guerra Mundial impide el comienzo en otras naciones.

1941. 19 de marzo: el obispo de Madrid, mons. Leopoldo Eijo y Garay, concede la primera aprobación diocesana del Opus Dei.

1943. 14 de febrero: durante la Misa, el Señor hace ver a san Josemaría una solución jurídica que permitirá la ordenación de sacerdotes del Opus Dei.

1944. 25 de junio: el obispo de Madrid ordena sacerdotes a tres fieles del Opus Dei: Álvaro del Portillo, José María Hernández de Garnica y José Luis Múzquiz.

1945. Inicio de la expansión del Opus Dei por Europa y América.

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HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI
Autor: Alberto Moncada
INTRODUCCIÓN

Analizar el Opus Dei no es sólo un ejercicio de sociología de la religión, ni siquiera de la religiosidad española contemporánea. Es cierto que el fenómeno hunde sus raíces en la mezcla de patriotismo imperial y respetabilidad burguesa adoptada por el bando vencedor en la guerra civil. Pero los cincuenta años largos de existencia de la institución dan pie al analista para describir dos o tres usos de la Obra, seminalmente contenidos en ella, que se han revelado mucho más importantes que los propósitos diseñados por el fundador.

Cuando redacté mi primer estudio (El Opus Dei. Una interpretación), publicado por Índice en 1974, después de sufrir unos años de censura, yo era bastante tributario de esa mezcla de cristianismo utópico y metodología marxista que predominaba en la sociología latinoamericana de los años sesenta y primeros setenta. A su luz, el Opus era la negación flagrante del espíritu evangélico, un epifenómeno de la burguesía oligárquica y, por supuesto, un ejemplo más de la funcionalidad del aparato eclesiástico a las dictaduras de derechas. Mi libro, como otros publicados en esa época, reiteraba una y otra vez la contradicción entre la disposición ascética de los opusdeístas de a pie y la estrategia directiva para el uso de aquellas energías y lo interpretaba como un caso más de manipulación autoritaria de los grupos, de los muchos catalogados en el ancho inventario que por entonces confeccionaba la sociología progresista.

Años más tarde, mi segundo intento, un relato novelado (Los hijos del Padre, Argos Vergara, 1977), presentaba un escenario más complejo, un laboratorio de comportamientos en el que el fervor religioso, la necesidad de pertenecer, el ansia de medro y la fuerza de las estructuras sociales se aliaban para generar unas relaciones entre el Opus y sus clientelas mucho más complicadas y hasta morbosas. Aquello dejaba de ser un fenómeno español para transformarse en una organización simbiótica, de las que hacen las delicias de los investigadores sociales.

Como tal, caben diversas hipótesis interpretativas de su persistencia en el entramado de la sociedad contemporánea y todas ellas han sido comentadas públicamente, pese al hermetismo y la privatización de la información que practican sus fieles.

Como ocurre en tantas organizaciones, su trayectoria ha sido modelada, no tanto por las intenciones fundacionales cuanto por el terreno en el que operan y la necesidad de acoplarse a él, de sobrevivir, en último término. De ahí la frecuencia con la que los portavoces oficiales se enfadan cuando los observadores sacan sus conclusiones, no de la doctrina y las declaraciones autorizadas, sino del comportamiento de los socios.

Este tercer intento descriptivo no tiene más valor que el de servir de trama para una urdimbre de calidad excepcional. Por primera vez, cinco personas importantes en la trayectoria opusdeísta me han permitido contar en público las conversaciones que sobre el asunto hemos mantenido en privado. Sin esos testimonios, que no son sistemáticos -quizá lo sean en su día, si lo desean ellos-, este texto apenas tiene otro valor que el de la ratificación de lo obvio, de ese consenso que existe ya entre los conocedores del fenómeno.

Los cinco personajes reflexionan sobre su peripecia, sobre las cosas que ocurrían en la Obra y el porqué, sobre el entramado de intereses que se fue constituyendo en torno a la primitiva fundación. Iba siendo necesario dar un mentís autorizado a esa versión monocorde y arcana de los voceros de la institución que es, lisa y llanamente, contraria a la verdad histórica.

Fisac es un conocido arquitecto que entró en el Opus de la primera hora y se apartó de él a causa de los conflictos morales que él mismo relata. Antonio Pérez, estrella que fue del ascenso temporal de la Obra, tuvo que sufrir una de las persecuciones más tenaces cuando se apartó de ella en el ejercicio de un doloroso viaje de autoesclarecimiento. María del Carmen Tapia, pasó de directora del Opus a reclusa en la misma institución, en una peripecia abracadabrante. Raimundo Panikkar fue la otra estrella, la intelectual, de ese primer grupo de opusdeístas de la posguerra y sus aventuras teológicas, en las que persiste, le alejaron dramáticamente de la institución. Finalmente, Francisco José de Saralegui, cristiano viejo, tuvo, casi hasta su misma salida, intervención importante en la actividad económica de la Obra.

No ha sido fácil obtener estos testimonios. Todos los personajes tienen, como es natural, una posición ambivalente respecto a un fenómeno que a la vez que critican desde una lucidez madura, ha significado tanto en sus propias biografías, y en especial en la dimensión emocional de ellas. Por otra parte, todos ellos siguen siendo católicos practicantes, Panikkar sigue siendo sacerdote, y sus ejecutorias profesionales se desarrollan en el marco institucional de la sociedad contemporánea. No hay aquí, pues, discursos radicales ni desapegos desenfadados. Hay lucidez, análisis, cierta amargura -la inevitable amargura de la madurez-, y siempre comprensión hacia los antiguos compañeros, aunque éstos les hayan ofendido, perjudicado o desconocido después.

Esta historia oral es, por el momento, la única alternativa a la historia documental del Opus Dei. Sería muy interesante que se abriera para la ciencia parte al menos del monumental archivo que tan celosamente se guarda en la casa romana de Bruno Buozzi. Allí están, con las constituciones y las sucesivas ediciones de las Instrucciones de Gobierno, la colección de Notas y Avisos que ejemplifican, año tras año, no sólo un estilo de gobernar sino también las ideas que Escrivá iba teniendo sobre lo que pasaba o debía pasar en la Iglesia, en la política española, en la moral pública y privada y, sobre todo, en las casas y en las vidas de sus súbditos.

Nada de esto, ni tampoco la correspondencia entre los diversos centros de poder opusdeísta van a estar pronto al alcance de los historiadores.

Las dos o tres revistas mensuales que la Obra edita en la imprenta de la casa central, para consuelo y estímulo de sus socios y amigos selectos, ofrecen un relato de éxitos apostólicos y noticias internas cuyo análisis podría ser también interesante para el estudioso.

Nada de eso va por ahora a ver la luz pública. La reducción de la información oficial al panegírico es una invención del mundo mercantil que grupos políticos y religiosos practican hoy con la misma asiduidad y que naturalmente hacen más difícil la tarea del periodista y del historiador.

Por ello, repito,.esta historia oral resulta, hoy por hoy, una importante contribución al conocimiento de un fenómeno que, en lo profundo, representa la persistencia de la organización patriarcal, de la familia, como fórmula de negociación que se superpone a las otras estructuras sociales, transformando relaciones políticas, mercantiles y, por supuesto, aventuras intelectuales y religiosas, en una afirmación de la "cosa nostra".

De este tipo de organizaciones y estilos están plagadas nuestras democracias industriales, pese a su aparente repudio de los poderes fácticos, y el caso de .España es paradigmático al respecto.
Los opusdeístas se reconocen a sí mismos como miembros de una familia, antes de cualquier otra definición, una familia en la que el padre es el personaje principal. La historia de estos primeros cincuenta años del Opus Dei no es sino una biografía ampliada de Monseñor Escrivá, de su evolución psicológica, de sus relaciones con propios y extraños y de la obediencia incondicionada de sus gentes. Esta obediencia, esta devoción al Padre, nutrida de los más viejos materiales del patriarcado tradicional, se convierte en razón de vivir para sus hijos, en clave para sus vivencias religiosas y termina oscureciendo cualquier otro modo de entender la vocación del Opus Dei. El culto a la personalidad del Padre, en el que los analistas ven la mayor dificultad para una modificación de la trayectoria opusdeísta, se engendró en el espíritu de ese hombre, cuya fe en su destino, le hacía decir: "He conocido a siete papas, cientos de cardenales, miles de obispos. Pero fundadores del Opus Dei sólo hay uno."

Hoy se ha puesto de moda seleccionar un particular suceso para simbolizar eso que se llama el fin de la transición española del franquismo a la democracia. Hay como una especie de prisa por cerrar un periodo en el que pudieron haber ocurrido otras cosas de las que ocurrieron. Lo que sucedió fue, naturalmente, la consolidación de un pacto global de intereses en el que las fuerzas más renovadoras aceptaron un compromiso con los poderes más concluyentes del pasado inmediato en beneficio de lo que muchos consideraban la única solución viable. Mi particular símbolo de ese cierre del período es la visita de Luis Valls Taberner -mi banquero, como le llamaba Escrivá- a la sede del PSOE y su encuentro, semblantes satisfechos, con Alfonso Guerra, incorporado ya al archivo gráfico de la época. Valls felicita al político socialista en la calle de Ferraz, a pocos metros de donde estaba situada, cincuenta años antes, la primera casa del Opus Dei, desde la que Escrivá reclutaba a sus primeros fieles y les enrolaba en la causa de la recristianización intelectual de la España republicana.

Gracias a Dios, ¡nos fuimos!

                                                              

 






Fuentes:
Instituto Histórico San José María Escrivá
Opus Libros
YouTube

Reseña Histórica del Canal de Panamá

Entre los más grandes esfuerzos pacíficos de la humanidad que han contribuido significativamente con el progreso en el mundo, la construcción del Canal se destaca como un logro que inspira admiración. Este triunfo de ingeniería sin paralelo fue posible gracias a una fuerza internacional bajo el liderazgo de visionarios estadounidenses, que hizo realidad el sueño de siglos de unir los dos grandes océanos.


Carlos V de España
 En 1534, Carlos V de España ordenó el primer estudio sobre una    propuesta para una ruta canalera a través del Istmo de Panamá. Más de tres siglos transcurrieron antes de que se comenzara el primer esfuerzo de construcción. Los franceses trabajaron por 20 años, a partir de 1880, pero las enfermedades y los problemas financieros los vencieron.

 En 1903, Panamá y Estados Unidos firmaron un tratado mediante el cual Estados Unidos emprendió la construcción de un canal interoceánico para barcos a través del Istmo de Panamá. El año siguiente, Estados Unidos compró a la Compañía Francesa del Canal de Panamá sus derechos y propiedades por $40 millones y comenzó la construcción. Este monumental proyecto fue terminado en 10 años a un costo aproximado de $387 millones. Desde 1903, Estados Unidos ha invertido cerca de $3 mil millones en la empresa canalera, de los cuales aproximadamente dos tercios fueron recuperados.

La construcción del Canal de Panamá conllevó tres problemas principales: ingeniería, saneamiento y organización. Su exitosa culminación se debió mayormente a las destrezas en ingeniería y administración de hombres tales como John F. Stevens y el coronel George W. Goethals, y a la solución de inmensos problemas de salubridad por el coronel William C. Gorgas.

Los problemas de ingeniería incluían cavar a través de la Cordillera Continental, construir la represa más grande del mundo en aquella época, diseñar y construir el canal de esclusas más imponente jamás imaginado, construir las más grandes compuertas que jamás se han colgado, y resolver problemas ambientales de enormes proporciones.

En 1977, Estados Unidos y Panamá se unieron en una asociación para la administración, operación y mantenimiento del Canal de Panamá. De acuerdo con dos tratados firmados en una ceremonia en las oficinas de la OEA en Washington, D.C., el 7 de septiembre de 1977, el Canal debía ser operado hasta el final del siglo bajo arreglos diseñados para fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre los dos países. Los tratados fueron aprobados en Panamá en un plebiscito el 23 de octubre de 1977 y el Senado de los Estados Unidos dió su aprobación y consentimiento para su ratificación en marzo y abril de 1978. Los nuevos tratados entraron en vigor el primero de octubre de 1979.


La Comisión del Canal de Panamá, una agencia del gobierno de los Estados Unidos, operó el Canal durante la transición de 20 años que comenzó a partir de la implementación del Tratado del Canal de Panamá el primero de octubre de 1979. La Comisión funcionó bajo la supervisión de una junta binacional formada por nueve miembros. Durante los primeros 10 años del período de transición, un ciudadano estadounidense sirvió como administrador del Canal y un panameño era el subadministrador. A partir del primero de enero de 1990, de acuerdo con lo establecido por el tratado, un panameño sirvió como administrador y un estadounidense como subadministrador.


La Comisión del Canal de Panamá reemplazó a la antigua Compañía del Canal de Panamá, la cual junto a la antigua Zona del Canal y su gobierno, desapareció el primero de octubre de 1979. El 31 de diciembre, tal como lo requería el tratado, Estados Unidos transfirió el Canal a Panamá.



31 de Diciembre de 1999

La República de Panamá asumió la responsabilidad total por la administración, operación y mantenimiento del Canal de Panamá al mediodía, hora oficial del Este, del 31 de diciembre de 1999. Panamá cumple con sus responsabilidades mediante una entidad gubernamental denominada Autoridad del Canal de Panamá, creada por la Constitución Política de la República de Panamá y organizada por la Ley 19 del 11 de junio de 1997.


La Autoridad del Canal de Panamá es la entidad autónoma del gobierno de Panamá que está a cargo de la administración, operación y mantenimiento del Canal de Panamá. La operación de la Autoridad del Canal de Panamá está basada en su ley orgánica y los reglamentos aprobados por su junta directiva.

La administración del Canal sigue comprometida con el servicio al comercio mundial con los niveles de excelencia que han sido tradicionales en la vía acuática a través de su historia. Con inversiones prudentes en mantenimiento, programas de modernización y de capacitación, el Canal continuará siendo en el futuro una arteria de transporte viable y económica para el comercio mundial.















Fuentes:
Mi Canal de Panamá
YouTube/HistoryChannel

martes, 24 de marzo de 2015

Salvador Allende

(Salvador Allende Gossens; Valparaíso, 1908 - Santiago de Chile, 1973) Político chileno, líder del Partido Socialista, del que también fue cofundador en 1933. Fue presidente de Chile desde 1970 hasta el golpe de estado dirigido por el general Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973, día en que falleció en el Palacio de la Moneda, que fue bombardeado por los golpistas.

Salvador Allende perteneció a una familia de clase media acomodada. Estudió medicina y, ya desde su época de estudiante universitario, formó parte de grupos de tendencia izquierdista. Más tarde, alternó su dedicación a la política con el ejercicio profesional. Participó en la elección parlamentaria de 1937, y salió elegido diputado por Valparaíso. Fue ministro de sanidad del gabinete de Pedro Aguirre Cerdá entre 1939 y 1942. A partir de entonces se convirtió en líder indiscutible del partido socialista.



Salvador Allende

En 1952, 1958 y 1962 se presentó a las elecciones presidenciales. En la primera ocasión fue temporalmente expulsado del partido por aceptar el apoyo de los comunistas, que habían sido ilegalizados, y quedó en cuarto lugar. En 1958, con el apoyo socialista y comunista, quedó en segundo lugar tras Jorge Alessandri. 

En 1964 fue derrotado por Eduardo Frei Montalba, que propugnaba un programa de "revolución en libertad", cuyos puntos sustantivos eran la reforma agraria, el establecimiento de un programa destinado a incrementar la participación de la ciudadanía, la chilenización del cobre (es decir, el control por el estado de los beneficios de su explotación) y la realización de una reforma educacional. La candidatura de Allende, que encabezaba el FRAP, conformado por la alianza de socialistas y comunistas, sólo suponía diferencias de ritmo y envergadura. El FRAP proponía nacionalizar la totalidad de las empresas cupríferas, transformándolas en propiedad social por medio del Estado, y una reforma agraria de mayor alcance.

El resultado de las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1964 fue claro y definitivo. Eduardo Frei obtuvo el 56,9% de los votos, en tanto que Salvador Allende lograba el 38,93% del total. La "revolución en libertad" estaba concebida como un intento de modificar las estructuras fundamentales del país, pero en un marco de democracia y respeto al orden institucional. Las críticas que desde un comienzo surgieron hacia el gobierno de Frei tuvieron su origen en la naturaleza de las medidas a tomar. Para la derecha, las transformaciones propuestas tenían un repudiable carácter socialista. Para la izquierda, eran sólo intentos reformistas, condenados al fracaso por su propia banalidad. 

En paralelo con el avance de importantes medidas sociales, el panorama político durante el gobierno de Frei Montalva fue de aumento de la polarización, incluso en el interior del Partido Democratacristiano, que sufrió importantes divisiones, así como el desligamiento de sectores de su juventud hacia posturas más vinculadas a la izquierda. Por fin, las elecciones parlamentarias de 1969 mostraron la nueva situación política del país, en tanto sus resultados apuntaron a perfilar tercios irreconciliables, en gran medida debido a la disminución del apoyo al centro político y el fortalecimiento de las opciones de izquierda y de derecha.

Esta situación se reflejaría con mayor claridad en las elecciones presidenciales de 1970, marcadas por el enfrentamiento de proyectos de sociedad antagónicos e imposibles de conciliar. En ellas resultó victoriosa la alianza de comunistas, socialistas, sectores del radicalismo y el MAPU en la llamada Unidad Popular, que estaba encabezada por Allende, con el 36, 3 % de los sufragios. El estrecho margen de diferencia con los votos recibidos por los otros dos candidatos, Jorge Alessandri por la derecha y Radomiro Tomic por la Democracia Cristiana, obligó a que la elección de Allende fuera ratificada por el congreso, en el que se enfrentó a una fuerte oposición. Por fin, el 24 de octubre de 1970, tras lograr el apoyo del Partido Demócrata Cristiano con la firma de un Estatuto de Garantías Democráticas que se incorporaría al texto constitucional, Salvador Allende fue proclamado presidente.

Desde la fecha de comienzo del mandato (el 3 de noviembre), las dificultades que el nuevo gobierno debió enfrentar fueron inmensas. Ya antes de la asunción presidencial se realizaron intentos por abortar el proceso, el más grave de los cuales terminó con el asesinato por parte de un comando de ultraderecha apoyado por la CIA del Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, que era un decidido partidario de la subordinación del poder militar al civil. 

A pesar de ello, la Unidad Popular, una vez en el gobierno, emprendió la realización de su plan de acción, el cual ponía énfasis en la profundización de las medidas reformistas iniciadas por la administración anterior. Así, se amplió el volumen de tierras expropiadas y se inició la socialización de importantes empresas hasta entonces en manos privadas, las cuales pasaron a ser dirigidas por cooperativas de trabajadores asesorados por funcionarios proclives al Gobierno. Además, se concretó la nacionalización del cobre, sin pago de indemnizaciones a las empresas norteamericanas, lo cual significó el enfrentamiento con los Estados Unidos, quienes a partir de ese momento apoyaron abiertamente a los grupos opositores al gobierno socialista.

Esta oposición se estructuró en distintos frentes; en lo político, en un parlamento en el cual representantes de derecha y democratacristianos actuaban unidos; en el plano de lo ilegal, en los grupos de carácter terrorista que dinamitaron torres de alta tensión y líneas férreas. A pesar de esta rígida oposición, el Gobierno de Allende contó con un apoyo importante por parte de la ciudadanía, en particular de los sectores populares, que se veían directamente beneficiados. En efecto, el Estado subsidiaba gran parte de los servicios básicos, además de apoyar a organizaciones de trabajadores, campesinos y pobladores urbanos en sus demandas de participación. 

Este apoyo a la presidencia de Allende se demostraría claramente en las elecciones parlamentarias de 1971 y las municipales de 1973, en las cuales los partidos de la Unidad Popular crecieron en número de votos. Junto con ello, el discurso político de los partidos de izquierda fue adquiriendo tintes cada vez más radicales, en tanto que el enfrentamiento abierto con los grupos opositores se hacía realidad en las calles e indicaba una situación de lucha de clases a sus ojos inevitable. 

Acciones de grupos como el MIR y sectores del Partido Socialista venían a confirmar este diagnóstico, al considerar urgente la creación y el fortalecimiento de instancias de "Poder Popular" que fueran alternativas a los estrechos marcos que la institucionalidad prefijaba para una posible construcción de una sociedad socialista. Este intento, conocido como la "Vía chilena al socialismo", conoció el interés y el apoyo de sectores de todo el mundo, en particular desde el Bloque Soviético, Cuba y los Países No Alineados, lo que se traducía en el envío de ayuda material y asesores industriales.

A pesar de todo ello, una serie de problemas vinieron a polarizar aún más a la sociedad chilena bajo la presidencia de Allende, en gran medida debido a causas económicas. La inflación se hizo incontrolable, ya que las alzas salariales y los gastos del Estado fueron financiados con emisión de circulante sin base de sustentación en la producción, la cual se vio disminuida y contraída como consecuencia del bloqueo iniciado por los Estados Unidos y el permanente conflicto que vivían muchas empresas, en virtual paralización permanente por la falta de recursos. A ello se agregaban problemas de distribución de alimentos y bienes, lo que hacía difíciles las condiciones de vida del común de la población. 

Este clima de desabastecimiento y crisis, azuzado por los distintos sectores políticos, se tradujo en numerosas movilizaciones a favor y en contra del gobierno de Allende, la más importante de las cuales fue la paralización del yacimiento de cobre de El Teniente, junto a la huelga de los gremios de transportistas, que prácticamente inmovilizó el traslado de bienes de un punto a otro del país. A ello se sumaban conflictos en la universidad y en los colegios profesionales (médicos y profesores fundamentalmente), que dibujaban una división profunda en todos los ámbitos de la vida nacional.

Ante tal situación, el presidente decidió tomar, ya en 1973, medidas que sirvieran como vehículos de diálogo y negociación con la oposición democratacristiana, tales como el ingreso de importantes figuras militares al gabinete, representadas por el Comandante en Jefe, general Carlos Prats, y la oferta de realizar un plebiscito para consultar a la ciudadanía en torno a la continuidad del régimen o la convocatoria a nuevas elecciones. A estas medidas siguió un endurecimiento en las posiciones más radicales de la izquierda, que proponían al Primer Mandatario el cierre del Congreso y la utilización de Facultades Extraordinarias para gobernar. 

 La derecha y algunos sectores de la Democracia Cristiana consideraron la situación insoluble, por lo que decidieron, de forma más o menos abierta, recurrir al recurso del golpe de estado militar contra el presidente Allende. En junio de 1973 hubo un primer intento de golpe, conocido como "El Tancazo": un regimiento de blindados de la capital se alzó contra el gobierno, pero las fuerzas leales, encabezadas por Prats, lograron dominar la situación. 

Finalmente, el 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet encabezó un golpe militar, durante el cual bombardeó el palacio de la Moneda, sede del gobierno. El presidente Allende rechazó las exigencias de rendición y murió en el palacio presidencial. En 1990 su cuerpo fue exhumado de la tumba anónima en la que se hallaba, y recibió en Santiago un enterramiento formal y público.


 
Pese al bombardeo del Palacio de la Moneda por los golpistas, Allende se negó a entregar el poder

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 Biografias y Vidas/YouTube
         

Moshé Dayán

Moshé Dayán

Militar y político israelí (Deganiah, 1915 - Ramat Gan, 1981). Este hijo de inmigrantes judíos nació en el primer kibbutz que establecieron los sionistas en Palestina. Trabajó en la agricultura y en la construcción hasta que en 1929, ante los ataques de que eran objeto las comunidades judías de Palestina por parte de los árabes, se integró en la Haganah (milicia defensiva judía en la clandestinidad); con ella combatió en la primera guerra entre árabes y judíos, aún bajo mandato británico, en 1936-39. 


Moshé Dayán

En 1939 fue detenido por las autoridades británicas por su actividad armada; pero le liberaron en 1941 para colaborar en el esfuerzo de guerra contra la Alemania nazi; y aquel mismo año fue herido cuando efectuaba un reconocimiento en Siria, perdiendo el ojo izquierdo. Desde entonces se dedicó completamente a la carrera militar, trabajando como oficial de inteligencia. 

Durante la Guerra de Independencia de Israel (1948) mandó el sector de Jerusalén; luego siguió una carrera ascendente en el recién nacido Ejército israelí, al que infundió una mezcla de eficacia y moral de combate que él mismo puso a prueba en la siguiente guerra árabe-israelí, cuando dirigió la ofensiva victoriosa sobre el Sinaí (1956). 

Convertido en un símbolo de la fuerza militar del nuevo Estado, Dayán abandonó el ejército en 1958 para dedicarse a la política profesional (militaba desde 1946 en el partido sionista socialista Mapei de Ben-Gurión). En 1959 se integró como ministro de Agricultura en el gobierno de Ben-Gurión; con él se escindió del Mapei en 1966, formando el Partido Rafi y pasando a la oposición. 

En 1967, cuando la amenaza de una nueva guerra se cernía sobre Israel, aceptó ser ministro de Defensa en un Gobierno de Unidad Nacional. Desde ese puesto dirigió la Guerra de los Seis Días, que hizo a Israel dueña del Sinaí, Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental y los altos del Golán. Después de la guerra, la «familia» socialista se reconcilió, uniéndose Mapei, Rafi y otros grupos en el nuevo Partido Laborista. 

Dayán seguía siendo ministro de Defensa cuando, en 1973, Israel estuvo a punto de ser derrotada por un ataque sorpresa de Egipto y Siria; aunque la contraofensiva dio la victoria a Israel en la Guerra de Yom-Kippur, la opinión pública culpó del «susto» a Dayán y a la primera ministra Golda Meir, por lo que ambos quedaron excluidos del nuevo gabinete que formó Rabin (1974). 

En 1977 fue llamado de nuevo como ministro de Asuntos Exteriores en un Gobierno presidido por el derechista Begin; desde su nuevo cargo fue uno de los principales artífices del Tratado de Camp David (1979) que estableció la paz con Egipto. Pero cuando quiso continuar el proceso de paz con la población palestina de los territorios ocupados, la resistencia de sus compañeros de gabinete le obligó a dimitir. En 1981 fundó un nuevo partido de corte centrista, el Telem; pero murió ese verano de un ataque al corazón.














Fuentes:
Biografías y Vidas
YouTube

lunes, 23 de marzo de 2015

Mahoma

El Islam

Con los nombres de Islam, islamismo o religión musulmana se conoce a la religión monoteísta fundada por Mahoma. De acuerdo con la tradición, los preceptos esenciales de la religión le fueron transmitidos por la mediación de un ángel, Gabriel, que le hizo sucesivas revelaciones. Estas revelaciones fueron recogidas en el Corán, libro sagrado de los musulmanes. Las doctrinas de Mahoma, propagadas en un principio entre los nómadas de Arabia en el siglo VII, constituyen, en la actualidad, una de las más importantes religiones del mundo y la base de la civilización musulmana. El Islam, además de una religión, es también una ley que regula la vida del musulmán, tanto en lo que respecta a su comportamiento religioso individual como en el plano social o político. 

El credo islámico es estricto: Alá es el único Dios, creador del mundo, todopoderoso, al que se debe obediencia y devoción (islam significa sumisión, y musulmán, aquel que se somete a Dios). El verdadero creyente sigue los dictados de Alá; a los infieles les aguarda el juicio final y los tormentos del infierno, y a los fieles se les promete un paraíso lleno de placeres. En cuanto a la creencia en un único Dios, el islamismo es análogo al judaísmo y al cristianismo; de hecho, Mahoma se inspiró en la Biblia e integró en su credo a los profetas del Antiguo Testamento. Considera a Cristo un profeta más, y a Mahoma, en tanto que receptor de las revelaciones de Dios a través del arcángel Gabriel, como el mayor de entre ellos


Mahoma

Las obligaciones religiosas del creyente (complemento y nunca sustitutivas de la fe) son cinco: la profesión de fe ("No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta") que se recita en momentos solemnes; la plegaria ritual cinco veces al día, orientada hacia La Meca, en estado de purificación y con unos ademanes y términos prefijados; el ayuno anual en el mes del Ramadán, consistente en abstenerse de consumir alimentos y bebidas y tener relaciones sexuales desde la salida hasta la puesta del Sol; la limosna legal o zakat, como fórmula de purificación religiosa de la riqueza y contribución al sostén de la comunidad; y la peregrinación a La Meca una vez en la vida. La participación en la guerra santa, para defensa y expansión de la fe, no constituye una obligación, pero es un acto grato a Alá, que concede el paraíso a quien muera en combate, perdonando sus faltas y pecados.

Además de estas obligaciones, el Islam establece otras normas de rango menor que deben ser observadas por el buen musulmán: la prohibición de comer carne de cerdo o sangre de animales, o de beber vino u otros líquidos embriagadores; la conveniencia de practicar la caridad con los desfavorecidos; el respeto a la vida y a las propiedades ajenas; el veto al préstamo con usura; la equidad y justicia en las transacciones comerciales. 

En este sentido, debe recalcarse que el Corán regula no sólo aspectos religiosos y comportamientos ético-morales, sino también la organización de la vida ordinaria, terreno en el que acepta algunas costumbres de la Arabia preislámica. Así, por ejemplo, se consolida el concepto patriarcal de la familia y el papel de la mujer queda en un plano inferior al ser considerada jurídicamente como menor de edad, aunque el Corán insiste repetidamente en el deber de tratar respetuosamente a las mujeres y concede a las esposas el derecho al divorcio en caso de malos tratos. La poligamia se admite sin más limitación que el número de esposas (no se puede sobrepasar la cifra de cuatro), pero el de concubinas es ilimitado, de forma que los medios económicos del individuo fijan el número de mujeres que puede tener. En cualquier caso, no se debe olvidar que el Islam nació en un ambiente concreto (el de Arabia a comienzos del siglo VII) y que la valoración actual del mismo debe tener en cuenta esta circunstancia, so pena de cometer un grave error.

Teología y ética

El Islam rechaza de modo rotundo el politeísmo, e incluso la posibilidad de un ser humano de participar de algún modo en la divinidad: Dios, Alá, es único y omnipotente. Como primordial acto de misericordia, Alá creó el mundo y el hombre, y dotó a cada ser de su propia naturaleza y de leyes que rigen su comportamiento. El resultado es un cosmos ordenado y armónico; ese orden y armonía es la prueba principal de la existencia y unidad de Dios. La naturaleza fue creada al servicio de la humanidad, que puede explotarla en beneficio propio. Pero la humanidad, a su vez, existe para servir a Dios: debe construir un orden social justo, guiado por principios éticos, y adorar a Dios.

La misericordia de Dios no sólo se manifiesta en la creación de una naturaleza al servicio del hombre, sino también en su comunicación con los hombres a través de los profetas. Aunque el ser humano posee el conocimiento del bien y el mal, necesita una guía espiritual. Los enseñanzas de todos los profetas proceden de una misma fuente divina, y por ello las diversas religiones son, en esencia, una sola, aunque adquieran formas, ritos o instituciones diferentes. Los profetas son meramente humanos, pero, en la medida en que sus enseñanzas proceden de Dios, no es posible rechazar a unos y aceptar a otros: siempre habrá que acatar sus enseñanzas. La particularidad de Mahoma es la de ser el último mensajero de la voluntad de Dios; por ello la revelación fijada en el Corán es la última y la más perfecta, y debe imponerse sobre las anteriores.

Dios, después de crear el cielo y la tierra, creó al hombre en la persona de Adán, le enseñó los nombres de todos los seres y le encargó que fuera su vicario en la tierra. Desde los albores de la historia de la humanidad, la religión deseada por Dios fue el Islam, pero como los hombres lo olvidaron, Dios envió a profetas para recordárselo. Estos profetas-enviados podían tener además otra misión, la de promulgar una legislación temporal que se injertara en la religión inmutable. De este modo, la historia de la humanidad se entiende como la de sucesivos envíos de profetas a los distintos pueblos. Unos fueron enviados a los pueblos de Arabia, y otros, a los hebreos. El penúltimo de los enviados fue Jesús, criatura simple, enviada únicamente a los hijos de Israel. Al final, cuando se cumplió el tiempo, Mahoma fue enviado a los árabes primero y luego a toda la humanidad. Después de él no será enviado ningún profeta; la legislación promulgada en el Corán será válida hasta el día de la Resurrección.

El Corán censura como principales defectos del ser humano el orgullo e inconsciencia de su insignificancia, el egoísmo y la estrechez de miras. Los hombres viven pendientes de lo terrenal, olvidan al creador y sólo vuelven a Él cuando la naturaleza les falla. En su miopía, los hombres creen no obtener nada de la caridad o de la ayuda a sus semejantes, ignorando que Dios los premiará con la prosperidad. El Corán exhorta al individuo a trascender y superar tales defectos. Con ello se desarrollará su rectitud, su "atención" moral o taqiyya (cuya traducción más precisa es "precaución o defensa ante el peligro", aunque suele traducirse como "temor de Dios") y podrá examinar juiciosamente, sin autoengaños, el valor moral de sus acciones. El fin último de la conducta humana ha de ser el bien de la humanidad y no los placeres y ambiciones egoístas. 


Representación del juicio final

El mundo terminará el día del juicio final: la humanidad será reunida y los individuos serán juzgados por sus acciones. Los “elegidos” irán al Jardín (el paraíso) y los “perdedores” irán al infierno, aunque Dios es misericordioso y perdonará a los que sean merecedores de ello. El Corán reconoce además otra clase de providencia divina, que afecta a la historia de los pueblos y naciones. Al igual que las personas, pueden ser corrompidas por la riqueza o el orgullo, y si no se reforman serán castigadas con la destrucción o su sometimiento a naciones más virtuosas.

Los preceptos del Islam

Las importancia de las cinco obligaciones religiosas del creyente antes citadas se refleja en el nombre con que son conocidas: "los cinco pilares del islam". La primera es la profesión de fe (shahada): “No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta”. Debe ser hecha pública por cada musulmán al menos una vez en su vida “de forma verbal y con total asentimiento de corazón”, y supone el ingreso del individuo en la comunidad. 

La segunda, el salat, es la obligación de realizar cinco oraciones al día: antes de la salida del sol, al mediodía, entre las tres y las cinco de la tarde, después de la puesta del sol y antes de la medianoche. En tales momentos del día, el almuédano (de al-mu'addin, "el que llama a oración") hace una llamada pública desde un minarete de la mezquita. Antes de la oración, el devoto debe hacer las abluciones pertinentes. La plegaria, efectuada en dirección a la Kaaba, empieza de pie; luego se hace una genuflexión a la que siguen dos postraciones; finalmente, los fieles se sientan. En cada posición se recitan determinadas oraciones y fragmentos del Corán. Por ser el día santo del Islam, los viernes tienen lugar oraciones especiales de carácter comunitario, precedidas por el sermón del imán. 

Musulmanes orando en la Gran
mezquita de Srinagar (India)

El tercer precepto fundamental es dar el zakat o limosna. El zakat fue al principio un impuesto exigido por Mahoma (y después por los estados musulmanes) a los miembros más pudientes de la comunidad, sobre todo para ayudar a los pobres, aunque también se utilizó para otras necesidades humanitarias o para financiar la yihad o guerra santa. Sólo si se ha entregado el zakat se consideran legítimas y purificadas las propiedades o riquezas del creyente. En la actualidad, aunque su pago sigue siendo una obligación, se ha convertido en una limosna voluntaria sobre la que los gobiernos no intervienen. 

El cuarto pilar es el ayuno o saum que todo musulmán debe realizar durante el mes del Ramadán: deberá abstenerse de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales desde el amanecer hasta la puesta del sol, y evitar todo pensamiento o acto pecaminosos. Quienes pueden permitírselo deben, además, dar de comer como mínimo a un pobre. Por último, el hach o peregrinación a la Kaaba, en La Meca, constituye también una obligación para todo musulmán adulto que disponga de bienes suficientes y no esté físicamente incapacitado. Debe efectuarse durante los primeros diez días del último mes del año lunar y exige que los fieles se encuentren en estado de absoluta pureza. Los peregrinos deben dar siete vueltas a la Kaaba y correr por siete veces a paso ligero entre los dos túmulos próximos al santuario. Con ello cumplen con la llamada “peregrinación mayor”. La “peregrinación menor” incluye la visita a los lugares próximos de Mina y Arafat y diversos ritos, como la lapidación con siete piedrecillas de tres puntos que evocan las tres veces que Abraham fue tentado por el demonio. 

La sociedad y el derecho islámico

Para el Islam, todas los ámbitos de la vida (espiritual, social y político) constituyen una unidad indivisible que debe regirse por los valores islámicos. Así, el concepto de sociedad del Islam es esencialmente teocrático; la sociedad y todo lo humano deben organizarse conforme a la voluntad de Dios. Este ideal inspira también conceptos como el derecho islámico y el estado islámico, y explica el acentuado énfasis del Islam en las obligaciones sociales. Los deberes religiosos fundamentales establecidos en los cinco pilares tienen ya en sí mismos claras implicaciones para la vida de la comunidad. Pero también la sharia o ley islámica fija las pautas morales de la comunidad. En la sociedad islámica, el derecho abarca un campo más amplio que en la cultura de Occidente, ya que incluye imperativos morales además de legales. Por ello no todo el derecho islámico puede ser formulado como norma legal ni impuesto por los tribunales; depende en gran medida de la conciencia. 

La ley islámica se fundamenta en cuatro fuentes. La primera de ellas es, naturalmente, el Corán, al que sigue, como segunda fuente documental, la tradición representada por la Sunna y el Hadiz. La tercera fuente es la ijtihad ("opinión individual responsable") y con ella se dirimen cuestiones problemáticas no tratadas en el Corán o en el Hadiz, aunque el jurista se apoya en tales fuentes para, mediante un razonamiento analógico (qiyás), llegar a una conclusión. Tales razonamientos fueron ya utilizados por teólogos y juristas islámicos cuando, en los países conquistados, tuvieron que hacer frente a la necesidad de armonizar las leyes y costumbres locales con el credo islámico. La cuarta fuente es el consenso de la comunidad (ijma), que descarta gradualmente ciertas opiniones y acepta otras. Puesto que el Islam carece de una autoridad dogmática oficial, es un proceso que requiere largo tiempo.

El estado islámico


El Islam dio forma a una institución política, el estado islámico, cuyas bases quedaron definidas en un documento del año 622, el primer año de la era islámica o hégira: la "constitución de Medina". En él, el Profeta regulaba las actividades de su comunidad, de esa umma al principio reducida y que se extendió en menos de un siglo desde la India hasta el Atlántico. En su medio tribal, Mahoma implantó una ley suprema y verdadera como la más conveniente para todos los hombres.



El Corán contiene una neta ideología política, por el reconocimiento obligatorio de un principio de autoridad y de la distinción entre rectitud y error. Alá, todopoderoso y único, tiene lugartenientes de su poder en el mundo, explícitamente nombrados en el texto coránico, aunque no se llegue a precisar la forma como ha de gobernarse la comunidad islámica tras la desaparición del Profeta, aspecto que tuvo que ser complementado por una posterior elaboración jurídico-religiosa. Los hadices desarrollaron también la doctrina de la necesidad de reconocer a un soberano, califa o imán de toda la comunidad musulmana, recogiendo dichos del Profeta tales como "Quien me obedece, a Dios obedece; quien me desobedece, desobedece a Dios. Quien obedece a su jefe, a mí me obedece, y quien le desobedece, me desobedece a mí".


El orden político islámico establece como ideal la existencia de una comunidad de fieles unida con su rector, en armonía, algo que ocurrió durante poco tiempo. Mahoma era a la vez "profeta y hombre de Estado", como reza el título de un conocido libro del estudioso británico William Montgomery Watt; en Mahoma concluyó la profecía, y tras su muerte, acaecida en el año 632, sus sucesores improvisaron una monarquía electiva que recayó en cuatro de sus allegados, los "califas ortodoxos", hasta que en el 661 la dinastía omeya se hizo con el poder, que en el 750 le fue arrebatado por la dinastía abasí. 

Pronto se fragmentó la unidad del estado islámico, debido a los conflictos que estallaron en torno a la cuestión de quién debía dirigirlo: los chiíes sólo aceptaban a descendientes directos de Mahoma para desempeñar esa función; los jariyíes no requerían como condición para ello un determinado linaje, sino ciertas cualidades personales del candidato, y para el Islam "ortodoxo" o sunní la soberanía sólo podían ejercerla los pertenecientes a la tribu de Quraish, la del Profeta. Varios conflictos prácticos quebraron la unidad inicial de la comunidad islámica, e incluso en el siglo X coexistieron, como si de un cisma se tratase, tres califatos a la vez: el de los abasíes de Bagdad, el de los fatimíes de Tunicia (que luego se trasladaron a El Cairo) y el de los omeyas de Córdoba.

La expansión del Islam

La rápida expansión del Islam se debió a la situación de debilidad interna en que se encontraban los imperios bizantino y sasánida, agotados por sus continuos enfrentamientos; por otra parte, ninguno de los dos concedió mucha importancia a las expediciones árabes, y cuando quisieron reaccionar fue demasiado tarde. También hay que tener en cuenta la superioridad militar de los invasores, que disfrutaban de gran movilidad merced a un armamento ligero formado por sables, arcos y lanzas, mientras sus enemigos se veían paralizados por pesados equipos. Además, su dominio de las rutas ancestrales les permitió colocar campamentos en lugares estratégicos. A sus éxitos también contribuyeron la capacidad directiva de algunos califas que contaron con jefes militares brillantes, así como el sentimiento religioso del pueblo árabe (que facilitó el triunfo sobre adversarios que se mostraron débiles y desunidos) y una relativa tolerancia para con las poblaciones conquistadas.

En tanto que apóstol de Dios, Mahoma no tenía prevista su sucesión. Estaba convencido de que él era el enlace entre Dios y los hombres, y pensaba que el portador real de su autoridad no era, de hecho, él mismo, sino la comunidad como un todo y la ley divina que la guiaba. Esta imprecisión trajo consigo los primeros problemas en el seno de la umma tras la muerte del Profeta, acaecida en el 632.

La desaparición de Mahoma estuvo a punto de destruir el edificio político y social que había empezado a construir. Las horas que siguieron a su muerte fueron las más críticas de la historia del Islam, debido a la rivalidad entre los miembros de su familia y la aristocracia quraishí a la hora de decidir quién debía reemplazarle como jefe de la umma. Fue el grupo más íntimo de sus discípulos el que resolvió la situación, eligiendo para sucederle a Abu Bakr, suegro y amigo del Profeta, que recibió el título de califa (jalifa rasul Allah), es decir, "sucesor del enviado de Dios". De esta manera, tan vaga en sus funciones y tan imprecisa en sus atribuciones y en la forma de elección o nombramiento, nació la institución del califato.


Mahoma y los cuatro califas ortodoxos

Abu Bakr (632-634) fue reconocido como el nuevo jefe de la comunidad, con la excepción de algunas tribus beduinas que iniciaron un movimiento de secesión o de "apostasía" (ridda). Junto con Umar (634-644), Utmán (644-656) y Alí (656-661), forma el grupo de los llamados califas ortodoxos (rasidun), compañeros de Mahoma y que habían conocido personalmente al Profeta. Bajo su gobierno se produjo la primera expansión del Islam, en especial durante el califato de Umar, quien poseía una capacidad militar y organizativa sobresaliente. 
El califato ortodoxo
Tras la muerte de Mahoma, el principal objetivo era lograr la unidad en Arabia, sometiendo a las tribus rebeldes, y afirmar, con ello, la supremacía del Islam, asunto que en menos de un año resolvería Abu Bakr al vencer las resistencias locales e imponer el dominio del Islam en casi toda Arabia, lo que permitió iniciar la expansión por Siria, Palestina, Mesopotamia, Persia y Egipto.

Siguiendo la ruta utilizada en otro tiempo por los árabes en sus movimientos hacia tierras más ricas, los musulmanes llegaron a los confines de Palestina, donde su victoria sobre los bizantinos en Aynadayn (634) les permitió conquistar toda Siria en poco tiempo (en el 635 tomaron Damasco). Un nuevo triunfo en Yarmuk (636) facilitó la ocupación de Jerusalén (638), que fue considerada desde entonces como la segunda ciudad santa del Islam, después de La Meca. La debilidad del imperio bizantino y la existencia en Palestina y Siria de grupos árabes que proporcionaron ayuda a los musulmanes favorecieron estas conquistas.

Los ejércitos árabes penetraron en la alta Mesopotamia, y posteriormente llegaron hasta Armenia, permitiendo a sus príncipes locales mantener cierta autonomía a cambio del pago de tributos. Desde allí realizaron diversas incursiones hasta la actual Ankara, sin lograr, por el momento, asentarse en esa zona. A comienzos del siglo VIII, el avance árabe se detuvo en las montañas del Taurus.


Expansión del Islam bajo el califato ortodoxo

Las primeras expediciones contra el imperio sasánida las llevaron a cabo tribus árabes instaladas en la baja Mesopotamia, en ayuda de las cuales acudieron más tarde los ejércitos árabes. En el año 633 se apoderaron de Hira, la antigua capital de los lakmíes, y, tras la decisiva batalla de Qadisiya (637), ocuparon Ctesifonte, la capital sasánida. En su avance por Mesopotamia, llamada Irak a partir de entonces, los musulmanes no se limitaron a apoderarse de ciudades ya existentes, sino que también fundaron bases militares (amsar) como Basora y Kufa, al sur de la antigua Babilonia, desde donde emprendieron la conquista del oeste y el centro de Persia.

Más rápida fue la conquista de Egipto, pues la población, en su mayoría copta, era objeto de fuertes exacciones por parte de los gobernantes bizantinos dirigidos por el patriarca de Alejandría, a quien el emperador Heraclio I (610-641) confió la resistencia frente a los musulmanes. Allí, al igual que ocurrió en Siria, la llegada de éstos fue recibida con agrado. 

Además, el ejército bizantino no pudo acudir a frenar el avance del ejército musulmán dirigido por Amr ibn al-As, quien en poco tiempo se adueñó de las ciudades más importantes y fundó el campamento fortificado de Fustat (641), origen del viejo El Cairo. Con ello se consolidó la dominación árabe en Egipto y concluyó la primera fase de la expansión musulmana.

La organización del califato

No debió de ser tarea fácil la organización del recién creado imperio musulmán, pues no existía en el Corán ninguna reglamentación sobre el modo en que debían ser tratados los pueblos vencidos, por lo cual se recurrió al ejemplo dado por Mahoma. A los musulmanes les interesaba mantener en su puesto a la población que dominaban, ya que representaba una fuente de ingresos importante, pues sus tributos suponían valiosas contribuciones a la vida económica de la comunidad.

La distribución de las tierras conquistadas no se realizó de modo uniforme, pues se tuvo en cuenta el modo en que se había producido la rendición. En Siria y en Egipto se respetó la situación existente y se permitió a los propietarios conservar sus tierras a cambio del pago del impuesto territorial (jaray), ya que la rendición fue fruto de un acuerdo. No sucedió lo mismo en Irak, donde las tierras fueron confiscadas en su mayor parte debido a que la resistencia fue muy fuerte, y la capitulación, incondicional. De manera similar se procedió en las tierras del imperio bizantino que habían pertenecido al estado o a propietarios que habían huido, las cuales fueron confiscadas y pasaron a formar parte de los bienes del estado musulmán.

Correspondió al califa Umar proceder a la organización de las tierras conquistadas y a la reforma efectiva de la administración del imperio. En un primer momento, el botín de guerra se repartió de acuerdo con lo establecido en el Corán, de tal forma que una quinta parte se destinaba a Alá, a su Profeta o a los sucesores del mismo, y el resto se distribuía entre los combatientes. Pero pronto se vio la necesidad de regular un sistema administrativo general que acumulase todos los ingresos en el tesoro público y, de acuerdo con ello, elaborase la lista de los combatientes y estableciese los correspondientes pagos y sueldos fijos.

Los califas velaron por mantener el orden en los territorios recién conquistados, y para ello consideraron de interés fomentar la emigración de musulmanes fuera de Arabia, otorgándoles tierras para tal fin, con lo cual se creó un grupo de nuevos propietarios que, lógicamente, les serían fieles. Al mismo tiempo se crearon bases militares en los límites del desierto, que servían, a su vez, de centros comerciales. De esta manera se fue procediendo en la distribución y ocupación de las tierras conquistadas. La extensión del imperio musulmán hizo necesario crear cargos específicos que se ocupasen directamente del gobierno de las distintas provincias; no obstante, en algunos lugares, como en Egipto, se respetó la administración bizantina y los funcionarios siguieron en sus puestos.

Así, mediante los principios establecidos por Mahoma y las instituciones y tradiciones locales de los pueblos dominados, se fue organizando el estado musulmán, especialmente durante el gobierno de Umar. Dotado de una excepcional sabiduría política, de una voluntad tenaz y de una energía vigorosa, preocupado, sobre todo, por servir a los intereses del Islam, este califa fue el auténtico organizador del estado musulmán: impulsó la conquista, creó ciudades nuevas, hizo donaciones territoriales, puso en marcha la administración, organizó el ejército, afianzó la autoridad central y promovió otras muchas iniciativas mediante las cuales el Islam empezó a transformarse en una sociedad regida por el orden y la jerarquía.

Sin embargo, a su muerte comenzaron a aparecer los primeros síntomas de división en el seno de la comunidad musulmana. Su sucesor, Utmán, perteneciente al clan de los omeyas (miembros de la tribu de Quraish, y de la aristocracia de La Meca), se preocupó más de favorecer a los miembros de su familia que de atender al bien de los musulmanes, lo que provocó numerosas revueltas. A ello se sumó el descontento de parte de la población por haberse frenado las conquistas y no poder obtener los ricos botines del pasado, malestar acrecentado porque, cuando Utmán accedió al poder, Arabia atravesaba una grave crisis financiera y tenía importantes dificultades económicas.

No obstante, hay que destacar que durante su gobierno prosiguió el avance en el norte de África, se conquistó el Jurasán y se realizaron importantes expediciones marítimas, que permitieron la conquista de Chipre (649) y de otras islas del Mediterráneo oriental, lo que puso fin a la hegemonía bizantina en esa zona. Su asesinato, en el 656, creó un enorme malestar entre los omeyas, que trataron de vengar su muerte, iniciándose un período de discordias que acabaron por dividir a la comunidad musulmana.

El fin del califato ortodoxo

En la fase de desconcierto que siguió a la muerte de Utmán, la población de Medina nombró califa a Alí, primo y yerno del Profeta (se había casado con su hija Fátima), de dudosas cualidades como hombre de Estado. No hubo acuerdo en la elección, y los mequíes mostraron su disconformidad por esta designación, pues deseaban que fuese elegido un miembro de la familia omeya.

Alí debió afrontar la oposición tanto de los seguidores del difunto califa, agrupados en torno al omeya Muawiya, gobernador de Siria y primo de Utmán, como de los seguidores de Aisha, viuda de Mahoma, que no podía aceptar que Alí (a quien ya se había enfrentado en otras ocasiones) se hubiese beneficiado de un crimen. El primer choque armado se produjo en las proximidades de Kufa, en el 656, y es conocido como la "batalla del camello", animal que Aisha montaba y en torno al cual se combatió; este encuentro marca el inicio de los enfrentamientos entre miembros de la comunidad musulmana. El triunfo de Alí afianzó su poder, pero sólo en Irak, ya que ni Amr ibn al-As en Egipto ni Muawiya en Siria reconocían su autoridad. 

En el 657 se produjo un nuevo enfrentamiento entre musulmanes en la llanura de Siffin, a orillas del Eúfrates, donde tuvo lugar uno de los acontecimientos más célebres de la historia del Islam: cuando Muawiya estaba a punto de ser derrotado, Amr, su aliado, tuvo la idea de colocar hojas del Corán en la punta de las lanzas, como símbolo de apelación al juicio de Alá; con ello evitó la derrota, pues todos depusieron las armas. Algunos seguidores de Alí mostraron su desacuerdo por esta actitud y quisieron volver a la lucha, pero ante la negativa del califa a reemprender el combate le abandonaron y se retiraron. La historia musulmana dio a este grupo el nombre de jariyíes, "los que se salen"; Alí les combatió, y murió asesinado por uno de ellos en el 661.

El califato de Alí fue un completo fracaso, pues se perdió la unidad del mundo musulmán, que, a su muerte, quedó escindido en tres grupos: los jariyíes, los chiíes y los sunníes, que disentían en cuanto a la fuente de la legitimidad del poder. Los jariyíes mantenían que cualquier musulmán piadoso podía acceder al califato. Los chiíes (miembros del "partido de Alí", xi'at Alí) consideraban ilegítimos tanto a Muawiya como a los califas anteriores, por cuanto sostenían que la sucesión en el califato sólo era legítima por línea consanguínea; se agruparon en torno a la esposa de Alí, Fátima, y a sus hijos Hasan y Husayn. Los sunníes aceptaban la autoridad de Muawiya, y consideraban que el califato no se transmitía por línea sanguínea directa, sino que debían ejercerlo miembros de la tribu del Profeta.

Con la muerte de Alí concluyó el régimen teocrático que tenía por base el Corán y, como modelo, el comportamiento del Profeta. Desde entonces fue necesario recurrir a sabios exégetas o a piadosos tradicionalistas para aclarar o rellenar lagunas de las prescripciones del Corán o de la Sunna (el conjunto de dichos y hechos atribuidos a Mahoma). La propia expansión del imperio, la evolución de la sociedad o el desarrollo de la economía obligarían a los sucesivos califas a adaptar las estructuras del estado a los problemas del momento.

El califato omeya

A pesar de que Hasan, hijo de Alí, fue reconocido como sucesor de su padre, renunció a sus derechos en favor de Muawiya (661-680). Ello significaba la instauración de la dinastía omeya al frente de la comunidad musulmana, cuyos destinos iba a dirigir por un período de casi un siglo, y el triunfo de la aristocracia quraishí sobre los compañeros de Mahoma. El primer objetivo de Muawiya fue sentar las bases de una dinastía arraigada en Siria, donde él mismo se había establecido desde los primeros momentos de la conquista, e intentar consolidar y fortalecer la autoridad califal en una época en que estaba latente la guerra civil y empezaban a manifestarse movimientos separatistas.

Muawiya imprimió una orientación nueva al califato, dando prioridad absoluta a la centralización gubernamental, con el objetivo de que todo el poder recayese en el califa. Promovió hábitos preislámicos al rodearse de un organismo consultivo o sura de nobles, en el que también participaban delegaciones de tribus árabes que daban su aprobación a las decisiones del califa. Implantó, así mismo, el principio de superioridad autocrática del califa, frente al estado teocrático legado por Mahoma y mantenido por los dos primeros califas, y aseguró el procedimiento dinástico, imponiendo la transmisión hereditaria, al designar sucesor en vida a su hijo, como habían hecho los bizantinos, decisión ratificada por la sura. A través de esta consulta, la comunidad musulmana reconocía la autoridad de la persona elegida y se comprometía a obedecerla.

En la organización del gobierno central y de la administración de las provincias se inspiró en los modelos de la antigua administración bizantina, que conocía bien por el tiempo que fue gobernador de Siria, y trasladó la capital de la nueva dinastía a Damasco, abandonando Medina y La Meca como centros políticos, hecho que causó un profundo malestar entre algunos grupos de musulmanes.

Gracias a su habilidad y a su prestigio personal, Muawiya pudo superar las dificultades y problemas internos y mantener la paz en el extenso imperio que gobernaba. Durante su mandato y el de sus sucesores Abd al-Malik (685-705) y al-Walid (705-715) prosiguió el avance musulmán en tres direcciones: Constantinopla y Asia Menor, norte de África y península Ibérica, y Asia Central.

En Asia Menor continuaron las guerras de conquista frente a los bizantinos, pero en esta zona los ejércitos árabes encontraron un obstáculo insalvable: las montañas del Taurus, por lo que los territorios situados en torno a las mismas fueron objeto de permanente disputa entre musulmanes y bizantinos. Por otra parte, los árabes asediaron Constantinopla varias veces, tanto por tierra como por mar (668-669, 674-680, 716-718), pero la capital bizantina resistió denodadamente sus ataques.

Tras la conquista de Egipto, los árabes continuaron su ofensiva en el norte de África. Entre sus logros cabe destacar la fundación, en el 670, de un campamento en al-Qayrawan (Kairuán), que protegía la ruta hacia Egipto y servía de base para enfrentarse a las tribus beréberes del oeste de Ifriqiya (Tunicia); la toma de Cartago (698); el sometimiento de las tribus del centro y oeste del Magreb, y la conquista de la península Ibérica (711-715).

                                                                  El califato omeya


En Oriente, los ejércitos musulmanes tomaron Afganistán (698-700) y la Transoxiana (desde 650), poniendo mucho interés en islamizar los territorios conquistados. Tal fue el caso de Bujara y Samarcanda (conquistadas en el 709 y el 712, respectivamente), que se convirtieron en dos grandes centros musulmanes de Asia Central. Poco después invadieron el Turquestán chino y penetraron en la India, en el 711.

Durante los noventa años de gobierno de la dinastía omeya, el imperio musulmán alcanzó los límites extremos de su expansión: se extendía desde la India a la península Ibérica. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las numerosas revueltas que se produjeron en su interior debilitaron a los omeyas de tal manera que no fueron capaces de detener el empuje abasí. El año 750 marcó el fin de la dinastía omeya en Oriente, pues sólo uno de sus miembros, el príncipe Abd al-Rahman, escapó de la matanza de los abasíes; fue él quien, en el 756, instauró la dinastía omeya en al-Ándalus.

El califato abasí

Con la llegada de los abasíes (descendientes de al-Abbas, tío del Profeta) el Islam sufrió una nueva transformación. En primer lugar, la guerra civil entre ambas dinastías perjudicó durante un corto espacio de tiempo la unidad del imperio. En segundo lugar, el enfrentamiento puso de manifiesto la decadencia de un tipo de gobierno que se había mostrado impotente para frenar los movimientos adversos (jariyíes, chiíes). En tercer lugar, era necesario adoptar medidas que calmaran el descontento social y económico que reinaba entre los muwallad, la población no árabe convertida al Islam.

Esta nueva dinastía árabe dirigió los destinos del imperio musulmán desde el 750 hasta 1258, año en que los mongoles tomaron la ciudad de Bagdad; pero, de manera efectiva, el imperio de los abasíes sólo duró hasta finales del siglo IX, cuando comenzaron a fragmentarse sus dominios. Uno de los primeros cambios que llevaron a cabo fue el traslado de la sede del gobierno a Irak, donde en el 762 el califa al-Mansur (754-775) fundó Bagdad, la nueva capital. Con ello se perseguía asentar su poder en un territorio turbulento y satisfacer a iraquíes e iranios, olvidados por los omeyas. Sin embargo, el alejamiento de la capital respecto del occidente musulmán favorecería los movimientos independentistas en esta última zona.

Los califas abasíes mostraron una actitud muy diferente a la de los omeyas. Éstos eran jefes de la tribu y de la comunidad, y reyes árabes cuya fuerza descansaba en el ejército. Los historiadores de época abasí reprocharon a los omeyas el haber quebrantado la organización propuesta por los califas rasidun para establecer en su lugar un reino profano. Por su parte, los abasíes dieron preferencia a su prestigio religioso: el califa era el imán, el jefe espiritual y temporal, un soberano absoluto cuyo poder estaba regulado en la ley islámica; aún más, era el "representante de Dios" en la Tierra, y no sólo el sucesor del Profeta. Esta idea les engrandeció y les llevó a alejarse de sus súbditos, con los que rara vez tenían contacto, pues normalmente vivían recluidos en lujosos palacios. Su poder se refleja también en el ámbito temporal, donde ostentaban toda autoridad. Muy pocos fueron los califas que gobernaron personalmente, pues, a semejanza de la administración persa, solían delegar los asuntos de Estado en un visir, cuyo poder era grande. Este cargo se hizo hereditario, por lo que surgieron verdaderas dinastías de visires, como la familia iraní de los Barmakíes.


El califato abasí

Los principios administrativos no se modificaron de manera especial. Las oficinas de la administración (diwan), muy perfeccionadas, constituían verdaderos ministerios. Se transformó, sin embargo, la forma de gobierno, pues en ella se dejó sentir la influencia del personal reclutado entre los muwallad iraníes, ya que los árabes, aunque no fueron excluidos del poder, no ocuparon los puestos más relevantes de la administración. Por otra parte, el ejército había perdido su función conquistadora, y en esa época debía velar por mantener y aplicar la ley dentro del imperio; sus miembros fueron reclutados primero entre los jurasaníes, y, desde el siglo IX, entre los turcos.

La desmembración del califato abasí

De entre los califas abasíes merecen una mención especial Harum al-Rashid (786-809) y al-Mamun (813-833). Con al-Rashid el califato vivió uno de sus momentos de mayor esplendor; este personaje fue conocido en Occidente por las relaciones que mantuvo con la emperatriz bizantina Irene y con Carlomagno. Sin embargo, fue él quien dio comienzo a la desmembración del califato, al conceder a Ibrahim ibn Aglab, gobernador de Ifriqiya, una autonomía muy próxima a la independencia. 

Entretanto, en al-Ándalus se había constituido un emirato omeya independiente, y en Marruecos habían surgido varios poderes locales: la dinastía de los rustemíes del Tahert (776-911, fundada por el jariyí Ibn Rustum) y la de los idrisíes (788-974, fundada por el chií Idris I). No obstante, a comienzos del siglo IX, el imperio abasí era la mayor potencia política y económica del momento. Durante el gobierno de al-Mamun, la civilización abasí alcanzó su apogeo: Bagdad se convirtió en un gran centro cultural, de donde surgían las normas sociales y culturales seguidas en los demás países musulmanes.

Durante la segunda mitad del siglo IX comenzó el declive del imperio abasí, motivado, en buena parte, por la crisis económica y por la proliferación de movimientos secesionistas. En su expansión, el Islam había aglutinado un conjunto de pueblos y razas muy diversos entre sí; tales diferencias deshicieron en pocos siglos los lazos que les unían al único gobierno, hasta el momento admitido, de la comunidad musulmana. Fueron varios los motivos que impulsaron los movimientos secesionistas: la lejanía de la metrópoli, el aislamiento de ciertas zonas, la idea de raza y, de manera especial, el deseo de enriquecimiento a través de las armas. De este modo, a mediados del siglo X había ya tres califas en el mundo musulmán: el abasí en Bagdad, el omeya en Córdoba y el fatimí en El Cairo.





                                                                            


Fuentes:
Biografias y Vida
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