A la historia

A la historia

sábado, 17 de junio de 2017

Mata-Hari, una bailarina que se convirtió en leyenda.

                                                       


Mata Hari, el símbolo de la mujer fatal, la más famosa y legendaria de las espías, siempre sensual,  se desnudó así en público causando un revuelo inolvidable, (no mostró el pecho porque su marido le arrancó un pezón de un mordisco en un ataque de ira). Despertó pasiones y fantasías como ninguna otra, siempre envuelta en una nube de rumores y misterio. Mata Hari hoy sigue siendo una leyenda fascinante.
Esta es su historia.

Margaretha Geertruida Zelle nació en Leeuwarden, Holanda el 7 de agosto de 1876. Hija del sombrerero Adam Zelle, apodado el Barón, por sus delirios de grandeza y sus costumbres extravagantes, su madre, que tenia ascendencia javanesa murió al poco de darla a luz a los 14 años y por eso los sacerdotes del templo donde su madre servía la apodaron Mata-Hari (Pupila de la aurora).


La fama de seductora de Margaretha se inició a los quince años, en la Escuela Normal de Lyden, donde fue enviada junto con sus hermanos, en vista de la incapacidad del padre para educarles con sensatez. La mayor parte de sus años en Lyden los pasó huyendo del acoso sexual y de los castigos del director de la institución, un tal Wibrandus Haanstra, quien llegó a arrastrarse a sus pies, a gimotear en público y a escribir horrendas poesías con tal de conseguir sus favores.

En 1895 respondió a un anunció de solicitud de esposa publicado por Rudolf “John” MacLeod, un oficial holandés. Era un sueño hecho por Mata-Hari que tenía obsesión por los militares, pero que muy pronto se convertiría en pesadilla, “Amo a los militares. Los he amado siempre y prefiero ser la amante de un oficial pobre que de un banquero rico”, declaró en su biografía. Se casaron precipitadamente ante la llegada de su primer hijo ese mismo año, ella tenía 19 y él, 39. Se trasladaron ya con su primera hija Louise  hacia las Indias Orientales, permitiéndole entrar en contacto directo con las danzas nativas de ese continente.

Perdió a su segundo hijo Norman por un extraño envenenamiento, presuntamente en venganza por el trato dado por su marido a un sirviente nativo, un hombre violento que le arranco un pezón durante una discusión en un arrebato de ira, por lo que ella nunca mostró sus pechos ante una cámara; ni ante el público que presenciaba sus provocativas danzas orientales.
De regreso a Ámsterdam, donde el militar fue absorbido por el alcoholismo y la vida mundana, consiguió el divorcio en 1903 alegando maltrato, dejó a su hija Louise y viajó a París donde apareció oficialmente convertida en Mata-Hari.
Continuó su formación como bailarina en Francia en 1905. Danzaba las sagradas danzas indias del “devandasisher” y el “kandaswami” en los salones de París a principios del siglo XX. Se dio a conocer como la hija de Brahmín, un sacerdote budista y adoptó su nombre hindú, mientras fomentaba su propia leyenda narrando su vida de manera diferente, creando una res de rumores y fantasías.

                                                           


Viajó por toda Europa relatando su historia de cómo nació en un templo sagrado hindú y le fueron reveladas desde niña las sagradas danzas de su gente. De esta manera y gracias a su debilidad por los militares a los que fascinaba con sus bailes, se labró una vida fácil como bailarina y cortesana en las principales capitales europeas: París, Madrid, Berlín, Montecarlo y Viena.

Durante los primeros años del siglo, Mata Hari bailó en los refugios de soldados y políticos de todo el mundo. Tuvo numerosos amantes y protectores ricos, como el mayor Arnold Van Kalle, alto jefe militar alemán, Adolphe Pierre Messimy, ministro de guerra frances, Alred Kiepert, un terrateniente alemán, el compositor Giacomo Puccini, el Barón Henri de Rothschild que le dio varias pulseras de rubies y diamantes, y Tadea Mirszlac, la gitana amante de Francisco Jose I de Austria y de su hijo Rodolfo.

                                                            
                                                         





























Tuvo la mala suerte de estar actuando en Berlín cuando estalló la guerra del 14. Y lo que es peor, tuvo la mala suerte de ser por esas fechas la amante del jefe de policía de la ciudad, y un poco más tarde de Kraemer, cónsul alemán en Amsterdam y jefe del espionaje de su país. Los franceses no se lo perdonarían, pero Kraemer la utiliza para sonsacar información a los militares franceses a cambio de sumas considerables.  Mata-Hari acepta y se convierte en la agente H-21.  Pero la bailarina era ambiciosa y decidió  convertirse en agente doble, algo peligroso para alguien que no era buena espía, y que no tardó en pasar factura.

Los franceses la detendrían utilizar por una falsa identificación el 13 de febrero de 1917 en París, tras caer en una trampa urdida por los alemanes para deshacerse de ella y fue recluida en la prisión de San Lázaro a las afueras de París.




                                                         
                                                                                                       


El tribunal francés la acusó de alta traición y la condenó a muerte sin pruebas concluyentes. En parte, para subir los ánimos de un país en guerra, al que se le ofrecía una sensacional ejecución con intenciones edificantes.
Durante el juicio en el que salieron a relucir sus múltiples aventuras con militares de ambos bandos se le atribuye la frase: “¿Una ramera? ¡Sí! Pero una traidora ¡jamás!”.

Mata-Hari esperó el indulto hasta el último momento por parte del presidente francés, pero nunca llegó. Fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento en la mañana del 15 de octubre de 1917 con 41 años en el castillo de Vincennes.

              

Apareció vestida con  sencillez y rehusó venda y atadura. Antes de morir se despidió de los soldados del pelotón agitando la mano. Otros menos fiables cuentan que sólo vestía un abrigo de piel, del cual se despojó para persuadir a sus ejecutantes. Son probados los hechos de que no permitió que le vendaran los ojos y lanzó un beso de despedida a sus ejecutores y que, de los 12 soldados que constituyeron el pelotón de fusilamiento, sólo acertaron 4 disparos, uno de ellos en el corazón que le causó la muerte instantánea.