El
cuatro de agosto de 1813 Bolívar entró a Caracas en medio de la
aclamación de los notables mantuanos, y de doce bellas jovencitas
vestidas de ninfas que lo coronaron y le hicieron guardia hasta el
templo de San Francisco, donde se ofició un solemne Te Deum.
En el sagrado recinto las miradas del guerrero se encontraron con
los hermosos ojos de una ninfa de tez morena clara, hermosas facciones y
cuerpo escultural, y de inmediato el amor y el deseo nacieron en sus
corazones. Esa noche Josefina Machado, o Pepita como la conocían en
Caracas, asistió a un sarao en la casa del Libertador y en medio del baile y las copas surgió un romance que no aprobó doña Antonia que quería una mantuana distinguida para su hermano Simón y no la hija natural de un canario cultivador de cacao.
DESTINOS CRUZADOS
En
1814 negros nubarrones se cernían sobre Caracas; los realistas
amenazaban en todas las direcciones y Bolívar, temeroso de un
levantamiento, en febrero ordenó
ejecutar a los españoles que estaban en la cárcel de la Guaira: la
información oficial señala la decapitación de 518 prisioneros, pero
fueron casi mil los asesinados, incluyendo a 21 enfermos que se
encontraban en el hospital.
Los españoles atizan una guerra de clases; hordas llaneras seguidoras del rey triunfan
en La Puerta, en San Mateo y La Victoria, y a paso arrollador se
acercan a Caracas cometiendo todo tipo de villanías. Como no es posible
frenar el avance realista, las tropas de Bolívar abandonan la capital venezolana seguidos por más de veinte mil personas aterradas ante la llegada de la gente de Boves y de los bandidos de Francisco Rossete
El
seis de julio de 1814 empieza el éxodo hacia el Oriente en una caravana
compuesta en gran parte por mujeres ancianos y niños, muchos de quienes
morirán de hambre, de cansancio o víctimas de las alimañas y de los torrentes desbordados. Al lado de Bolívar va Pepita, la mujer que no compartirá las victorias del Libertador y sufrirá a su lado los trágicos días de derrota.
A los veinte y tres días, la caravana llega al puerto
de Barcelona bajo la andanada de plomo de los barcos españoles surtos
en la bahía; los más afortunados se embarcan y encuentran la salvación
en las islas antillanas; el resto se dispersará en la selva. Bolívar, sus oficiales y algunos soldados se dirigen
a Jamaica, y Pepita y su madre encuentran refugio en la casa de un
amigo del Libertador en la isla danesa de Saint Thomas.
Fueron
dos larguísimos años de ausencia, durante los cuales Pepita esperó con
ansia el reencuentro con su amado. El 31 de marzo de 1816 Bolívar sale
de Haití con la primera Expedición de los Cayos rumbo a la costa
venezolana y llama a Pepita perdiendo un tiempo precioso, que según sus
oficiales, malogró el factor de sorpresa.
MÁS SINSABORES
Cerca a la isla Margarita el buque donde viajaba Bolívar aborda un navío español y Simón,
sable en mano, combate como cualquier pirata. Entre tanto, Pepita
resguardada en su camarote, llena de angustia y temor, oye los tiros, el
choque de las armas blancas y las maldiciones de los heridos. Al fin
cesa la lucha y Bolívar descamisado y sudoroso se acerca a Pepita que
con un grito de júbilo lo abraza y lo colma de besos.
La Expedición a la costa venezolana fracasa, los oficiales se insubordinan y culpan a Bolívar por la derrota; los sobrevivientes se internan en los llanos y el Libertador con Pepita y varios
refugiados recorren los islotes a bordo del “Indio Libre” huyendo de la
persecución española. El buque encalla en la isla de Viques
y sin agua ni provisiones los fugitivos desembarcan en busca de armas y
comida. Luego, mediante una ingeniosa estratagema, apresan un velero español, desencallan al “Indio Libre” y obligan que su capitán lleve a Pepita, a su madre y demás refugiados a la isla de Saint Thomas a cambio de respetar su vida y la de los tripulantes del velero español.
Los patriotas venezolanos no claudican en su lucha por la libertad; tras intensa campaña se apoderan de la Guyana y establecen en Angostura un gobierno republicano bajo el mando de Bolívar,
quien en una segunda expedición, ha logrado el control de la costa. El
recuerdo de Pepita no se borra de la mente del Libertador pese a sus
conquistas y continuos amoríos y de nuevo la llama a su lado. En 1818 la
caraqueña llega a Angostura y el tórrido idilio renace en los esteros
llaneros.
Pepita ejerce una influencia singular sobre Bolívar no solamente en la cama sino en los asuntos
públicos; corre el rumor de que numerosos nombramientos y ascensos se
deben a Pepita, quien conquista el aprecio de la tropa que la llama Doña
Pepa y respeta a la mujer de su jefe que no le teme a los indios flecheros ni a los ríos desmadrados y siempre está al lado de los combatientes como intendente y como enfermera.
DE NUEVO LA AUSENCIA
Bolívar remonta el Orinoco y con tropas llaneras cruza la cordillera y derrota al enemigo en el Pantano de Vargas y en la Batalla de Boyacá. Santa Fe de Bogotá lo aclama jubilosa y bellas
señoritas comparten con el Libertador las mieles de la victoria.
Mientras las Ibañez calman la sed de Bolívar, en la lejana Guyana
venezolana lo espera Pepita Machado, con veintisiete años de edad
marchitos por el exilio, las
fatigas y los primeros síntomas de la terrible enfermedad que acabó con
la vida de los padres de Simón Bolívar y años después tronchó la
existencia del Libertador.
La fiebre y la tos consumen a Pepita; los médicos aconsejan un clima más benigno y ante
una nueva llamada de su amado la valiente muchacha emprende viaje por
el Orinoco hacia las frías montañas de Santa Fe de Bogotá.
Infortunadamente la tuberculosis es fulminante, la consume la tos y la
fiebre. Se detiene en la población
de Echaguas y no puede más: en la navidad de 1820 sus acompañantes
cavan su tumba en una lomita y el cuerpo de Pepita Machado se confunde para siempre con el suelo llanero.
Pepita Machado, el amor caraqueño de Simón Bolívar
De la amplia y colorida vida amorosa del Libertador son María Teresa
Rodríguez del Toro y Manuela Sáenz las mujeres más conocidas. Pero
Josefina Machado, una joven aguerrida y hermosa, lo cautivó durante las
horas más difíciles de su vida.
Con frecuencia hemos
oído hablar de los amores de Simón Bolívar. Nos hemos acostumbrado a
aceptar que dos habrían sido las mujeres que ganaron el corazón del
Libertador. Una de ellas fue su esposa, María Teresa Rodríguez del Toro y
Alaiza. La otra, la quiteña Manuela Sáenz, con quien se ha asegurado
que tuvo la relación amorosa más larga.
Quienes se han detenido a estudiar el entusiasmo amatorio de Simón Bolívar han elaborado una lista de aquellas que más le inquietaron el corazón. En ella figuran los nombres de, por mencionar sólo algunas, Fanny de Villard, Teresa Lesnais, Ana Lenoit, Julia Cobier, Bernardina Ibáñez, Joaquina Garaicoa, etc., etc. Llama la atención que ninguna de las citadas hasta este momento era natural de Venezuela.
A partir de lo dicho, cabe una pregunta inmediata: ¿no hubo una compatriota del Libertador que supiera conmover su fibra de hombre apasionado? La respuesta es afirmativa: la hubo. En las primeras reflexiones sobre este tema se le citaba como Josefina Madrid. Hoy se sabe que el nombre verdadero era Josefina Machado, aunque entre familiares y allegados era conocida como Pepita o Pepa Machado.
Pertenecía al estrecho círculo de privilegiados de la fortuna que tenían una posición destacada en la Venezuela colonial. Es un hecho que la cercanía entre ambos se fortaleció a partir de agosto de 1813, cuando el ejército libertador entra triunfante en Caracas. Venía de reconquistar territorio venezolano desde los Andes hasta la zona central. Cuando la avanzada de oficiales llega al centro de la ciudad, el general desciende del caballo. Al poner pie en tierra es rodeado por un grupo de jóvenes. Algunos años más tarde, José Domingo Díaz, el conocido antipatriota, dirá que sumaban “dos o tres docenas de señoritas”.
La pequeña tropa femenil, todas ataviadas de blanco, coronan al general con rosas y laureles, y riegan con flores el camino por donde el héroe va pasando. La música, los vivas y los fuegos artificiales resonaban por toda la ciudad. Con seguridad entonaron canciones patrióticas y portaron las insignias que identificaban a los triunfadores. Pues bien, una de esas jóvenes era Josefina Machado. La íntima relación entre ambos comenzó a tejerse en ese mismo instante.
Consejera y amante. Con Josefina Machado, Simón Bolívar inaugura una práctica pública que mantuvo a lo largo del tiempo con las parejas que tuvieron relevancia en su vida. Así procedió, por ejemplo, años más tarde, con Manuela Sáenz. De tal manera, Pepita opina, ejecuta, decide y dirige. Interviene en los asuntos de Estado y es una interlocutora valiosa para el amante general a la hora de asignar cargos de responsabilidad.
Pero la volátil fortuna sella la suerte de la naciente república. Llega el año de 1814 y las tropas de Boves arrasan todo a su paso. Los habitantes de Caracas tenían dos maneras de huir: por La Guaira, desde donde se podía tomar una embarcación a alguna isla del Caribe; o emprender el éxodo por tierra hasta el oriente del país. Es muy probable que Bolívar haya intervenido para que su amada tomara la primera ruta: era más rápida y segura, pero se necesitaban contactos para disponer de una embarcación, tan codiciada en esos momentos; el dinero para pagar el viaje también era importante. Ambos requerimientos: capacidad económica y las relaciones necesarias las tenía Bolívar.
El hecho cierto es que, desde ese mes de julio de 1814, la pareja no tuvo cercanía física por un buen tiempo. Pero estaban los vínculos epistolares. Con toda la agitación que vivía en esos tiempos de incertidumbre, Bolívar no le perdía pisada. De no haber mantenido comunicación constante, no habrían sabido dónde y bajo qué circunstancia se volverían a encontrar.
La ocasión se presentó en 1816 cuando se estaba organizando la expedición de Los Cayos. Brión es el financista de la empresa y solicita el mando para Bolívar. Éste le escribe de inmediato a la joven, que vivía el exilio con la madre y la hermana en la isla de Saint Thomas. Pero las tres mujeres no llegan. Pasan los días y Brión exige la inmediata salida. En eso llega la noticia de que las damas se aproximan.
Vienen unos momentos que no pueden más que desconcertar a los lectores actuales. De repente, una expedición que se viene preparando cuidadosamente, pues de ella depende la recuperación de territorios perdidos, se suspende. ¿La razón? Pepita y Simón, Simón y Pepita. Ambos construyen el nido de amor durante dos días en una de las embarcaciones de la escuadra: La Constitución. Tenían casi dos años sin verse. Posiblemente los casi mil hombres que integraban la expedición pudieron entender que su jefe militar tenía necesidad de tal desahogo, ¿o, tal vez, no?
Finalmente salen de Los Cayos el 10 de abril de 1816. La acometida marítima tenía un primer destino en la isla de Margarita. Después estuvieron en Carúpano. En ambos lugares Pepita fue el centro de las tertulias a las que asistía la oficialidad. El 6 de julio, en la tarde, Bolívar desembarca en el puerto de Ocumare. Morales repele el ataque. Pepita acompañó a Bolívar en esa avanzada. En la huida, el Libertador dispone los medios para que “la señorita Pepa”, como solía llamarla, se refugiara nuevamente en Saint Thomas.
Nueva separación pero, a su vez, nuevas vigilancias del (para ese momento) maltrecho militar azuzado por las ansias de Pepita. Todavía en junio de 1818 siguen en comunicación. Pero el amante cela. Es cuando encarga a uno de sus primos, también exiliado en Saint Thomas, noticias sobre su esquivo amor. Leandro Palacios le transmite nuevas sobre la dama. Es seguro que el parte recibido del familiar lo intranquiliza, pues lee en esa carta: “Ella es una joven bien parecida, y de consiguiente no le faltarán pretendientes”. Bolívar no deja que algún pretendiente la asedie. Es así como la hace llevar a Angostura. Nuevo encuentro apasionado y pronta separación. Son muchas las exigencias militares del momento.
El Libertador está en campaña. Por el lado de ella, la más temida enfermedad de la época, la tuberculosis, mina su salud. Algunos dicen que sale de Angostura para encontrar al amado; otros, que se dirige a Nueva Granada en busca de sanación. El hecho es que muere en el camino, tal vez en Achaguas. También en este punto hay incertidumbres. No hay certeza sobre el año de su muerte, pudo ser 1819 o, quizás, 1820.
En todo caso, estuvieron unidos, aun en la distancia, alrededor de seis años, si damos por cierto el deceso en 1819. Ella fue un hito en su vida del que, tal vez, ni él mismo tuvo conciencia. Cuando sale la expedición irlandesa desde Margarita el 6 de marzo de 1820, los seis buques de guerra que comanda Brión van identificados con los siguientes nombres: Urdaneta, Orinoco, Brión, Bogotá, La Popa y Josefina. ¿Un último recuerdo para esta mujer singular?
Bolívar fue recibido con vítores por los caraqueños a su llegada victoriosa de la Campaña Admirable. Con todos los honores de El Libertador, paseó en un corcel blanco y acompañado de lindas muchachas ataviadas como vestales a la usanza de la antigua roma y colocándosele en su cabeza una corona de laureles. Entre las bellas jóvenes, estaba Josefina Machado y Bolívar ante la atractiva ninfa no dejaron de cambiarse miradas, quedando prendado en ella e invitó al sarao en su casa para la celebrar el acontecimiento. Bailaron cuanto pudo con la bella Pepita Machado, de la alcurnia de Caracas, quien nació en 1893, hija natural reconocida de don Carlos Machado, quien fuera canciller mayor de la República. El amor de Bolívar a Josefina no le simpatizó a María Antonia, pero la atracción, el amor y la pasión superaron los escollos.
Estuvieron unidos hasta la emigración a oriente el 6 de agosto de 1814 y Bolívar ordenó salvarla huyendo por La Guaira hasta Saint Thomas. Doña Pepa, además de bella, era arrogante y fuerte de carácter y a Bolívar le gustaba y aceptaba su temperamento, atendiendo sus consejos en comportamientos sociales, políticos e influyendo en decisiones militares. En Saint Thomas, permaneció hasta que Bolívar zarpando desde Los Callos para invadir a Venezuela en 1816, le pide a Josefina Machado que lo acompañe, detiene la travesía para esperar a su amada, quien se le une en loca frenesí; tocan puerto en Margarita y en Carúpano y al arribar en Ocumare de la Costa, el 6 de agosto, se produce la hecatombe y abrazando a su amor, Bolívar toma su pistola y se la lleva a la sien, pero Josefina con desespero apartó la mano de su amado, ya puesta en la frente, cayéndose ambos y tomando la pistola el marino Bideau quien miró la escena, los levanta y los conduce al barco “Indio Libre” para escapar. Bolívar, mas tarde confiesa “estaba dispuesto a dispararme en la sien para evitar el fusilamiento y la deshonra”. Josefina Machado se reencuentra con Bolívar en Angostura en 1818. Bolívar triunfa en Boyacá (1819) y Josefina va a su encuentro muriendo en Achaguas, en la navidad de 1820, a causa de tuberculosis.
La tendencia suicida de Bolívar, la tuvo en varias circunstancias de su vida: en Haití, en la batalla de La Puerta, en Araure, en la primera batalla de Carabobo y Casacoima, estudiada por el médico Diego Carbonell Espinal en su obra “La Psicopatología de Bolívar” (1916). En Ocumare de la Costa, pudo haberse perdido no solo la vida de Simón Bolívar, sino la batalla de Carabobo y la independencia. Nunca ha tenido justo reconocimiento la heroína Josefina Machado, quien impidiendo el suicidio salvó la vida de El Libertador y la Patria.
Quienes se han detenido a estudiar el entusiasmo amatorio de Simón Bolívar han elaborado una lista de aquellas que más le inquietaron el corazón. En ella figuran los nombres de, por mencionar sólo algunas, Fanny de Villard, Teresa Lesnais, Ana Lenoit, Julia Cobier, Bernardina Ibáñez, Joaquina Garaicoa, etc., etc. Llama la atención que ninguna de las citadas hasta este momento era natural de Venezuela.
A partir de lo dicho, cabe una pregunta inmediata: ¿no hubo una compatriota del Libertador que supiera conmover su fibra de hombre apasionado? La respuesta es afirmativa: la hubo. En las primeras reflexiones sobre este tema se le citaba como Josefina Madrid. Hoy se sabe que el nombre verdadero era Josefina Machado, aunque entre familiares y allegados era conocida como Pepita o Pepa Machado.
Pertenecía al estrecho círculo de privilegiados de la fortuna que tenían una posición destacada en la Venezuela colonial. Es un hecho que la cercanía entre ambos se fortaleció a partir de agosto de 1813, cuando el ejército libertador entra triunfante en Caracas. Venía de reconquistar territorio venezolano desde los Andes hasta la zona central. Cuando la avanzada de oficiales llega al centro de la ciudad, el general desciende del caballo. Al poner pie en tierra es rodeado por un grupo de jóvenes. Algunos años más tarde, José Domingo Díaz, el conocido antipatriota, dirá que sumaban “dos o tres docenas de señoritas”.
La pequeña tropa femenil, todas ataviadas de blanco, coronan al general con rosas y laureles, y riegan con flores el camino por donde el héroe va pasando. La música, los vivas y los fuegos artificiales resonaban por toda la ciudad. Con seguridad entonaron canciones patrióticas y portaron las insignias que identificaban a los triunfadores. Pues bien, una de esas jóvenes era Josefina Machado. La íntima relación entre ambos comenzó a tejerse en ese mismo instante.
Consejera y amante. Con Josefina Machado, Simón Bolívar inaugura una práctica pública que mantuvo a lo largo del tiempo con las parejas que tuvieron relevancia en su vida. Así procedió, por ejemplo, años más tarde, con Manuela Sáenz. De tal manera, Pepita opina, ejecuta, decide y dirige. Interviene en los asuntos de Estado y es una interlocutora valiosa para el amante general a la hora de asignar cargos de responsabilidad.
Pero la volátil fortuna sella la suerte de la naciente república. Llega el año de 1814 y las tropas de Boves arrasan todo a su paso. Los habitantes de Caracas tenían dos maneras de huir: por La Guaira, desde donde se podía tomar una embarcación a alguna isla del Caribe; o emprender el éxodo por tierra hasta el oriente del país. Es muy probable que Bolívar haya intervenido para que su amada tomara la primera ruta: era más rápida y segura, pero se necesitaban contactos para disponer de una embarcación, tan codiciada en esos momentos; el dinero para pagar el viaje también era importante. Ambos requerimientos: capacidad económica y las relaciones necesarias las tenía Bolívar.
El hecho cierto es que, desde ese mes de julio de 1814, la pareja no tuvo cercanía física por un buen tiempo. Pero estaban los vínculos epistolares. Con toda la agitación que vivía en esos tiempos de incertidumbre, Bolívar no le perdía pisada. De no haber mantenido comunicación constante, no habrían sabido dónde y bajo qué circunstancia se volverían a encontrar.
La ocasión se presentó en 1816 cuando se estaba organizando la expedición de Los Cayos. Brión es el financista de la empresa y solicita el mando para Bolívar. Éste le escribe de inmediato a la joven, que vivía el exilio con la madre y la hermana en la isla de Saint Thomas. Pero las tres mujeres no llegan. Pasan los días y Brión exige la inmediata salida. En eso llega la noticia de que las damas se aproximan.
Vienen unos momentos que no pueden más que desconcertar a los lectores actuales. De repente, una expedición que se viene preparando cuidadosamente, pues de ella depende la recuperación de territorios perdidos, se suspende. ¿La razón? Pepita y Simón, Simón y Pepita. Ambos construyen el nido de amor durante dos días en una de las embarcaciones de la escuadra: La Constitución. Tenían casi dos años sin verse. Posiblemente los casi mil hombres que integraban la expedición pudieron entender que su jefe militar tenía necesidad de tal desahogo, ¿o, tal vez, no?
Finalmente salen de Los Cayos el 10 de abril de 1816. La acometida marítima tenía un primer destino en la isla de Margarita. Después estuvieron en Carúpano. En ambos lugares Pepita fue el centro de las tertulias a las que asistía la oficialidad. El 6 de julio, en la tarde, Bolívar desembarca en el puerto de Ocumare. Morales repele el ataque. Pepita acompañó a Bolívar en esa avanzada. En la huida, el Libertador dispone los medios para que “la señorita Pepa”, como solía llamarla, se refugiara nuevamente en Saint Thomas.
Nueva separación pero, a su vez, nuevas vigilancias del (para ese momento) maltrecho militar azuzado por las ansias de Pepita. Todavía en junio de 1818 siguen en comunicación. Pero el amante cela. Es cuando encarga a uno de sus primos, también exiliado en Saint Thomas, noticias sobre su esquivo amor. Leandro Palacios le transmite nuevas sobre la dama. Es seguro que el parte recibido del familiar lo intranquiliza, pues lee en esa carta: “Ella es una joven bien parecida, y de consiguiente no le faltarán pretendientes”. Bolívar no deja que algún pretendiente la asedie. Es así como la hace llevar a Angostura. Nuevo encuentro apasionado y pronta separación. Son muchas las exigencias militares del momento.
El Libertador está en campaña. Por el lado de ella, la más temida enfermedad de la época, la tuberculosis, mina su salud. Algunos dicen que sale de Angostura para encontrar al amado; otros, que se dirige a Nueva Granada en busca de sanación. El hecho es que muere en el camino, tal vez en Achaguas. También en este punto hay incertidumbres. No hay certeza sobre el año de su muerte, pudo ser 1819 o, quizás, 1820.
En todo caso, estuvieron unidos, aun en la distancia, alrededor de seis años, si damos por cierto el deceso en 1819. Ella fue un hito en su vida del que, tal vez, ni él mismo tuvo conciencia. Cuando sale la expedición irlandesa desde Margarita el 6 de marzo de 1820, los seis buques de guerra que comanda Brión van identificados con los siguientes nombres: Urdaneta, Orinoco, Brión, Bogotá, La Popa y Josefina. ¿Un último recuerdo para esta mujer singular?
Josefina Machado, la salvadora de El Libertador
En Ocumare de la Costa, pudo haberse perdido no solo la vida de Simón Bolívar, sino la batalla de Carabobo y la independencia.Bolívar fue recibido con vítores por los caraqueños a su llegada victoriosa de la Campaña Admirable. Con todos los honores de El Libertador, paseó en un corcel blanco y acompañado de lindas muchachas ataviadas como vestales a la usanza de la antigua roma y colocándosele en su cabeza una corona de laureles. Entre las bellas jóvenes, estaba Josefina Machado y Bolívar ante la atractiva ninfa no dejaron de cambiarse miradas, quedando prendado en ella e invitó al sarao en su casa para la celebrar el acontecimiento. Bailaron cuanto pudo con la bella Pepita Machado, de la alcurnia de Caracas, quien nació en 1893, hija natural reconocida de don Carlos Machado, quien fuera canciller mayor de la República. El amor de Bolívar a Josefina no le simpatizó a María Antonia, pero la atracción, el amor y la pasión superaron los escollos.
Estuvieron unidos hasta la emigración a oriente el 6 de agosto de 1814 y Bolívar ordenó salvarla huyendo por La Guaira hasta Saint Thomas. Doña Pepa, además de bella, era arrogante y fuerte de carácter y a Bolívar le gustaba y aceptaba su temperamento, atendiendo sus consejos en comportamientos sociales, políticos e influyendo en decisiones militares. En Saint Thomas, permaneció hasta que Bolívar zarpando desde Los Callos para invadir a Venezuela en 1816, le pide a Josefina Machado que lo acompañe, detiene la travesía para esperar a su amada, quien se le une en loca frenesí; tocan puerto en Margarita y en Carúpano y al arribar en Ocumare de la Costa, el 6 de agosto, se produce la hecatombe y abrazando a su amor, Bolívar toma su pistola y se la lleva a la sien, pero Josefina con desespero apartó la mano de su amado, ya puesta en la frente, cayéndose ambos y tomando la pistola el marino Bideau quien miró la escena, los levanta y los conduce al barco “Indio Libre” para escapar. Bolívar, mas tarde confiesa “estaba dispuesto a dispararme en la sien para evitar el fusilamiento y la deshonra”. Josefina Machado se reencuentra con Bolívar en Angostura en 1818. Bolívar triunfa en Boyacá (1819) y Josefina va a su encuentro muriendo en Achaguas, en la navidad de 1820, a causa de tuberculosis.
La tendencia suicida de Bolívar, la tuvo en varias circunstancias de su vida: en Haití, en la batalla de La Puerta, en Araure, en la primera batalla de Carabobo y Casacoima, estudiada por el médico Diego Carbonell Espinal en su obra “La Psicopatología de Bolívar” (1916). En Ocumare de la Costa, pudo haberse perdido no solo la vida de Simón Bolívar, sino la batalla de Carabobo y la independencia. Nunca ha tenido justo reconocimiento la heroína Josefina Machado, quien impidiendo el suicidio salvó la vida de El Libertador y la Patria.
Fuentes:
Historia y Región
El Nacional
Diario La Voz
muy intereante, estoy investigando al respecto
ResponderEliminarEste personaje aparece en la serie de Bolivar en Netflix muy interesante
ResponderEliminarPodrías dar datos de la imagen que presuntamente es de Pepita? Agradecido de antemano.
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