Jorge Camilo Torres Restrepo; Bogotá, 1929 - San Vicente deChucurí,
Santander, 1966) Sacerdote y guerrillero colombiano. Tras ordenarse
sacerdote en 1954 y completar su formación con estudios de sociología en
Bélgica (1954-1959), participó en la fundación
de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, en
la que ejerció la docencia entre 1959 y 1962.
Preocupado desde su juventud por las profundas desigualdades
sociales, la personalidad carismática de Camilo Torres Restrepo, la
coherencia de
su mensaje progresista y sus iniciativas en favor de las clases más
desfavorecidas lo habían erigido, desde su regreso al país, en
una figura de gran relevancia. La expulsión de la universidad (1962)
acrecentó su proyección pública y marcó el inicio
de un acercamiento a posturas revolucionarias, que culminó con el
abandono del sacerdocio y la incorporación a la guerrilla del Ejército
de Liberación Nacional (1965). Llamado desde entonces El cura guerrillero, Camilo Torres Restrepo fue abatido
por el ejército colombiano apenas un año después, en su primer enfrentamiento armado.
Biografía
Camilo Torres Restrepo nació en el tradicional barrio de La
Candelaria, en el seno de una familia burguesa conformada por el
prestigioso pediatra
y científico Calixto Torres Umaña e Isabel Restrepo Gaviria, unión de la
que nacieron Fernando y Camilo; doña
Isabel, que había enviudado, tenía ya dos hijos de su anterior
matrimonio, Gerda y Edgar Westendorp. Sus progenitores eran personas
totalmente
disímiles:
el padre, concentrado en sus investigaciones y consultas, era poco amigo
del boato social, mientras que la madre era todo lo contrario:
extrovertida, amiga
del gasto excesivo, de las reuniones, los tés y las frivolidades, aunque
muy humana y comprensiva con sus hijos. Esta oposición de caracteres
dificultó la
relación y auguraba un escaso recorrido a la pareja; finalmente, el
matrimonio se disolvió en 1937.
La formación intelectual de Camilo Torres Restrepo fue bastante
exigente. En 1931, cuando apenas contaba dos años de edad, su padre fue
nombrado representante de Colombia en la Liga de las Naciones con sede
en Ginebra; allí aprendió las primeras letras simultáneamente
en castellano y francés. Para ese entonces ya el matrimonio Torres
Restrepo funcionaba mal, y al año largo de vivir en Suiza se produjo una
primera separación. Doña Isabel y sus cuatro hijos se trasladaron a
Barcelona, ciudad a la que fue a buscarlos el doctor Torres y desde la
que regresaron a Colombia en 1934.
Los hermanos Torres Restrepo fueron matriculados en el Colegio
Andino, pero Camilo terminó su bachillerato en el Liceo de Cervantes en
1946.
Buena parte de la infancia y la adolescencia de Camilo transcurrió en el
campo, ya que, después de la separación, doña Isabel
había decidido vivir en una finca lechera ubicada en las afueras de
Bogotá. Camilo se vinculó a los boy scouts y desde un
principio mostró indudables dotes de líder, aunque era indisciplinado, "mamagallista" y muy dado al romance y a la dolce vita.
Durante el primer semestre de 1947 entró a estudiar derecho en la
Universidad Nacional. Pero, gracias al contacto con dos promotores
dominicos
y después de una fase de incertidumbre, decidió hacerse fraile de la
comunidad de Santo Tomás y quiso partir, a escondidas de su madre,
al noviciado de Chiquinquirá. Doña Isabel Restrepo alcanzó a detenerlo
en la estación de La Sabana. Vino luego un período
de oposición paterna, otro de diálogo y finalmente, en septiembre de
1947, los esposos Torres Restrepo aceptaron que su hijo entrara en el
Seminario Conciliar de Bogotá, ubicado en las muy exclusivas y
apetecidas sierras del Chicó.
Siete años dedicó Camilo Torres Restrepo a su preparación. Se ordenó
como sacerdote el 29 de agosto de 1954 y su primera
misa la ofició en la capilla del Liceo de Cervantes. Durante su
permanencia en el seminario empezó a manifestarse su preocupación
por la problemática social y por sus posibles soluciones desde un punto
de vista cristiano, alejado todavía del marxismo; con el correr del
tiempo se convertiría en un humanista social, precursor de la
Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos (Argel, 4 de agosto
de
1976).
El 25 de septiembre de 1954, el padre Camilo se trasladó a Bélgica
con el fin de iniciar estudios de sociología en la Universidad
de Lovaina. Allí se encontró con un viejo amigo suyo del seminario,
Gustavo Pérez, y juntos participaron del maremágnum de
ideas que, en plena guerra fría, hervían en la Europa de entonces. En
especial, Camilo Torres recibió la influencia de la Democracia
Cristiana, del sindicalismo cristiano y de las teorías sociológicas en
boga, y se aproximó, aunque tímidamente, al marxismo,
andamiaje intelectual que le sirvió para abrazar una causa que nunca
abandonaría: la de los oprimidos, con el ideal nunca alcanzado de llevar
con ellos una vida comunitaria y compartir sus tareas y esfuerzos.
Intelectualmente inquieto, Camilo Torres Restrepo se sentía además
inclinado por la acción social. Ya desde los tiempos de seminarista
en Bogotá había organizado campañas en pro de los picapedreros de las
lomas aledañas al Seminario Mayor de Bogotá. El
contacto con la sociedad y la cultura europeas le permitió comprobar las
distancias existentes entre el primer y tercer mundo, y se convenció
también
de que una de las grandes dificultades para un desarrollo más armónico
de Latinoamérica radicaba en la falta de investigación
social, problema que intentó paliar con la fundación, en 1955, del
Equipo Colombiano de Investigación Socio Económica (ECISE),
que tuvo comités en la mayoría de los países de Europa occidental.
Asistía además a cuantas conferencias se celebrasen y participaba en
muchas reuniones de estudiantes latinoamericanos sobre los temas
que le interesaban; para completar su ajetreada y apretada agenda, ocupó
la vicerrectoría del Colegio Latinoamericano. En 1957, Camilo Torres
se acercó de forma decisiva a problemas sociales bien complejos: los
tugurios existentes en París, y muy particularmente los grupos de la
resistencia argelina, le permitieron vislumbrar la realidad de un
proceso de liberación nacional y el papel que le correspondía al
intelectual
en dicha lucha. Contó con el apoyo de su gran amiga, compañera,
confidente y posteriormente secretaria, Marguerite Marie Guitemie
Olivieri.
En 1958, después de permanecer en Bogotá reuniendo los datos necesarios, se graduó como sociólogo con la tesis "Una
aproximación estadística a la realidad socio-económica de Bogotá", que fue dirigida por el profesor Yves Urbain. Este
trabajo, pionero dentro de la sociología y la antropología urbanas, sería publicado póstumamente con el título La
proletarización de Bogotá (1987).
Tras concluir sus estudios en Lovaina y gracias a la intervención de
su hermano Fernando, siguió un curso de verano en la Universidad
de Minneapolis (Minnesota), donde conoció a Teodore Caplow. Tuvo la
oportunidad de doctorarse en sociología en la Universidad de Lovaina,
pero prefirió dedicarse al país, a sus gentes y problemas. En los
momentos dramáticos del penúltimo año
de su vida, cuando todavía dudaba entre la sotana y el fusil, también
tendría la oportunidad de volver a Bélgica, y otra vez
se impondría
su honesto compromiso con los desheredados.
En la Universidad Nacional
Al regresar a Colombia, en enero de 1959, fue nombrado capellán
auxiliar de la Universidad Nacional, y, junto con el sociólogo costeño
Orlando Fals Borda, fundó la Facultad de Sociología de esa universidad.
Camilo Torres Restrepo inició allí una importante labor
docente, investigadora y de acción social, que le sirvió para emprender
un plan piloto para el barrio de Tunjuelito (Bogotá), con
el que ganó el prestigioso Premio Nacional de Beneficencia Alejandro
Ángel Escobar.
Al comienzo, el animoso sacerdote fue visto como "bicho raro" por los
virulentos estudiantes, pero tan convincente era su mensaje y tan
carismática
su figura que poco a poco consiguió irrestrictos seguidores, no sólo en
el campus universitario, sino en otros sectores sociales. A ello
contribuyó la manera como Camilo ejercía la liturgia de la misa, de
frente a los fieles, en castellano y quitándole cierto acartonado
aparato ceremonial, como marcaban las directrices aprobadas en el
Concilio Vaticano II. En el terreno doctrinal, manifestó ideas demasiado
avanzadas
para la curia: aprobaba el noviazgo para curas y seminaristas y abogó
por el ecumenismo y por el diálogo entre cristianos y marxistas.
Con sus alumnos de la Universidad Nacional
Las autoridades eclesiásticas y el cardenal Luis Concha Córdoba
comenzaron a recelar de las actuaciones y de la creciente popularidad
del joven sacerdote, que llegó a su punto máximo en julio de 1962,
cuando, al finalizar una larga asamblea estudiantil, los enardecidos
estudiantes
lo proclamaron rector de la Universidad Nacional. Ésa fue la gota que
colmó la paciencia del conservador prelado, quien de inmediato lo
destituyó como
capellán de la Universidad y le prohibió volver a dictar clases allí,
poniéndolo al frente de la parroquia de La Veracruz.
Después de mucha insistencia por parte de las directivas del alma mater, Luis Concha permitió que terminara el semestre académico.
Durante los tres años que Camilo Torres permaneció en la Universidad
Nacional, su pensamiento experimentó una permanente evolución.
El contacto con los problemas más candentes del país radicalizó
progresivamente sus posturas. Ya en 1960, algunos de sus conceptos
habían parecido a algunos salidas de tono: en una evaluación que hizo de
Radio Sutatenza, fundada años atrás por monseñor
José Joaquín
Salcedo, afirmó que los programas de esa emisora eran demagógicos y
perjudiciales para el campesino, pues, en aras de una campaña
anticomunista suscitada después de la revolución cubana, se incitaba al
odio y se ocasionaba violencia, tema este último en el que
también
profundizó Camilo Torres y que le sirvió para desengañarse, aún más si
cabe, de la Iglesia y de las clases privilegiadas.
El cura guerrillero
Entre 1962 y 1965, Camilo Torres Restrepo fue una de las figuras más
importantes de la vida pública del país. La parroquia de La
Veracruz, a la que había sido destinado, se convirtió en el sitio
preferido para desposarse: en la sociedad bogotana de entonces era "in"
decir
que Camilo era el cura que los había casado. Por los tiempos de su
salida de la Universidad Nacional había sido nombrado miembro de la
Junta
Directiva del recién fundado Instituto de la Reforma Agraria (INCORA);
allí tuvo problemas al cuestionar permanentemente las políticas
del Ministerio de Agricultura, pero conoció muy de cerca la problemática
campesina colombiana, la burocracia y el proselitismo de Estado.
Entretanto, su pensamiento avanzó hacia posiciones revolucionarias.
En 1962 planteó que los marxistas luchaban por la nueva sociedad y
que, por lo tanto, los cristianos debían estar a su lado. En julio de
1964 apareció en Colombia un nuevo movimiento guerrillero, el Ejército
de Liberación Nacional (ELN), el cual llamó la atención de Camilo
Torres; desde su punto de vista, no estaba tan "contaminado" como
los demás grupos insurgentes. En enero de 1965 inició contactos para
comunicarse con la comandancia y en febrero lanzó la plataforma
Frente Unido de Movimientos Populares, que propugnaba una reforma
agraria radical y la nacionalización de la industria y de los productos
del
subsuelo.
En una imagen tomada en 1960
A fines de abril de 1965 se retiró de la Escuela Superior de
Administración Pública (ESAP) y, presionado por la curia, preparó las
maletas para viajar a Lovaina. Según la jerarquía eclesiástica, a Camilo
Torres había que "descontaminarlo"; el viaje
estaba previsto para el 22 de mayo, pero una apoteósica manifestación de
respaldo estudiantil le hizo desistir el mismo día en que
debía
embarcarse para Bélgica.
En junio de 1965, Camilo Torres Restrepo tomó una de las decisiones
más trascendentales y dolorosas de su existencia: abandonar el
sacerdocio,
al cual había dedicado once años de su vida. Una vez fuera de la vida
religiosa (pero no de la religión, pues hasta su muerte fue
un católico convencido), visitó el campamento guerrillero del Ejército
de Liberación Nacional en Santander y quedó en "comisión" en
la ciudad, en la que debía seguir su programa de agitación política con
el Frente Unido de Movimientos Populares. En el momento en
que fuera requerido, debía incorporarse a filas.
Durante los meses siguientes Camilo Torres recorrió el país y atrajo a
multitud de gentes, hasta contar con el favor de gran parte de
la opinión pública. Se perfilaba como el candidato alternativo al del
Frente Nacional, Carlos Lleras Restrepo; sin embargo, Camilo Torres
nunca consideró la vía electoral como una solución a la injusticia
social. Su discurso caló muy hondo en un amplio espectro
de sectores; logró aglutinar a personas de diferentes tendencias de la
izquierda y de la política tradicional, y sobre todo captó la
atención de buena parte de electorado. Para Torres, la corrupción del
sistema había hecho del voto un instrumento inútil; el
abstencionismo, en cambio, era una posición revolucionaria, de
enfrentamiento y de lucha, toda vez que "el aparato electoral está en
manos de la oligarquía y por eso el que escruta elige, el que cuenta los
votos determina la victoria". No se dejó tentar por ningún
movimiento político, y cada vez más un cerco de peligro lo rodeó.
El 18 de octubre de 1965, finalmente, se incorporó a la guerrilla, y
el 15 de febrero de 1966, en el municipio de San Vicente de Chucurí
(corregimiento
de Patio Cemento, Santander), cayó muerto en su primer enfrentamiento
con las fuerzas del ejército colombiano. El cadáver del cura
guerrillero nunca sería entregado a la madre, doña Isabel Restrepo; el
sitio donde fue enterrado es uno de los secretos mejor guardados
de Colombia. Sobre tal situación, la madre de Camilo comentó alguna vez:
"Soy la única madre colombiana a la cual se le ha negado
la entrega del cadáver de su propio hijo. Como cristiana y católica
practicante, les recuerdo que cuando a Cristo lo crucificaron como
''bandolero'',
no le negaron a la Virgen María la gracia que a mí se me ha negado".
A pesar de que la muerte de Camilo Torres fue un golpe muy duro para
el Ejército de Liberación Nacional, pues debía parte de su prestigio
al apoyo del sacerdote, el grupo continuó sus
acciones político-militares y siguió creciendo hasta 1972-1973, cuando
bajo el gobierno de Misael Pastrana Borrero se llevó a cabo
en Antioquia la operación Anorí, en la que murieron los hermanos Manuel y
Antonio Vásquez Castaño. Los guerrilleros se replegaron
otra vez a las montañas de Santander (a sus "santuarios" de San Vicente y
el Carmen de Chucurí) para replantearse y reorganizar
el movimiento, bajo la dirección del sacerdote español Manuel Pérez
Martínez (1943-1998).
Movido por la admiración que Camilo Torres despertó en muchos jóvenes
sacerdotes del mundo y en los seguidores de la teología
de la liberación, Manuel Pérez había llegado a Colombia a fines de 1969
junto con los también curas Domingo Laín y José Antonio
Jiménez. La figura de Camilo Torres había adquirido ya proporciones
míticas y se había convertido en referencia de un modo
distinto de entender el ejercicio sacerdotal. Fue así como se formó en
el país un grupo importante de curas rebeldes: el llamado "grupo
de Golconda", liderado por monseñor Gerardo Valencia Cano, vicario
apostólico de Buenaventura.
A lo largo de su vida, Camilo Torres Restrepo publicó diversos libros y panfletos: Cristianismo y Revolución, La violencia
y los cambios socioculturales en las áreas rurales de Colombia, Las escuelas radiofónicas de Sutatenza, Palabras para una
revolución, Proclama al pueblo colombiano y La revolución: imperativo cristiano. Una recopilación de sus textos
se publicó póstumamente en 1967 bajo el título ¡Liberación o muerte!,
clara muestra de su compromiso social
y de su cristianismo radical, no bien visto por la Iglesia oficial. Sus
escritos constituyen una contribución original y estimulante en el
panorama
de las teorías políticas y sociológicas de la América Latina
contemporánea, uniendo una gran variedad de temas a la
compleja síntesis de ideologías y a la hondura del análisis, en un
intento de conciliar el compromiso revolucionario con la profesión
de una fe en los valores del cristianismo.
Mensajes o proclamas de Camilo Torres
Las convulsiones producidas por los acontecimientos políticos, religiosos y sociales de los últimos tiempos, posiblemente han llevado a los cristianos de Colombia a mucha confusión. Es necesario que en este momento decisivo para nuestra historia, los cristianos estemos firmes alrededor de las bases esenciales de nuestra religión.
Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. «El que ama a su prójimo cumple con su ley.» (San Pablo, Romanos XIII, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado «la caridad», no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.
Esos medios no los van a buscar las minorías privilegiadas que tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las minorías a sacrificar sus privilegios. Por ejemplo, para lograr que haya más trabajo en Colombia, sería mejor que no se sacaran los capitales en forma de dólares y que más bien se invirtieran en el país en fuentes de trabajo. Pero como el peso colombiano se desvaloriza todos los días, los que tienen el dinero y tienen el poder nunca van a prohibir la exportación del dinero, porque exportándolo se libran de la devaluación.
Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que «no haya autoridad sino de parte de Dios» (San Pablo, Romanos XXI, 1). Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.
Cuando hay una autoridad en contra del pueblo, esa autoridad no es legítima y se llama tiranía. Los cristianos podemos y debemos luchar contra la tiranía. El gobierno actual es tiránico porque no lo respalda sino el 20% de los electores y porque sus decisiones salen de las minorías privilegiadas.
Los defectos temporales de la Iglesia no nos deben escandalizar. La Iglesia es humana. Lo importante es creer también que es divina y que si nosotros los cristianos cumplimos con nuestra obligación de amar al prójimo, estamos fortaleciendo a la Iglesia.
Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo, en el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer misa si Dios me lo permite. Creo que así sigo el mandato de Cristo: «Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconciliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (San Mateo V, 23-24).
Después de la Revolución los cristianos tendremos la conciencia de que establecimos un sistema que está orientado por el amor al prójimo.
La lucha es larga, comencemos ya...
Camilo Torres.»
El segundo número del semanario Frente Unido (Bogotá, 2 de
septiembre de 1965) ofrece, como era de esperar tras el mensaje a los
cristianos del primer número, su «Mensaje a los Comunistas»:
Las relaciones tradicionales entre los cristianos y los marxistas, entre la Iglesia y el Partido Comunista pueden hacer surgir sospechas y suposiciones a las relaciones que en el Frente Unido se establezcan entre cristianos y marxistas y entre un sacerdote y el Partido Comunista.
Por eso creo necesario que mis relaciones con el Partido Comunista y su posición dentro del Frente Unido queden muy claras ante el pueblo colombiano.
Yo he dicho que soy revolucionario como colombiano, como sociólogo, como cristiano, como sacerdote. Considero que el Partido Comunista tiene elementos auténticamente revolucionarios y, por lo tanto, no puedo ser anticomunista ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote.
No soy anticomunista como colombiano, porque el anticomunismo se orienta para perseguir a compatriotas inconformes, comunistas o no, de los cuales la mayoría es gente pobre.
No soy anticomunista como sociólogo, porque en los planteamientos comunistas para combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, se encuentran soluciones eficaces y científicas.
No soy anticomunista como cristiano, porque creo que el anticomunismo acarrea una condenación en bloque de todo lo que defienden los comunistas y, entre lo que ellos defienden, hay cosas justas e injustas. Al condenarlos en conjunto, nos exponen a condenar igualmente lo justo y lo injusto, y eso es anticristiano.
No soy anticomunista como sacerdote, porque aunque los mismos comunistas no lo sepan, entre ellos pueden haber muchos que son auténticos cristianos. Si están de buena fe, pueden tener la gracia santificante y si tienen la gracia santificante y aman al prójimo se salvarán. Mi papel como sacerdote, aunque no esté en el ejercicio del culto externo, es lograr que los hombres se encuentren con Dios, y, para eso, el medio más eficaz es hacer que los hombres sirvan al prójimo de acuerdo a su conciencia.
Yo no pienso hacer proselitismo respecto de mis hermanos los comunistas, tratando de llevarlos a que acepten el dogma y a que practiquen el culto de la Iglesia. Pretendo, eso sí, que todos los hombres obren de acuerdo con su conciencia, busquen sinceramente la verdad y amen a su prójimo de forma eficaz.
Los comunistas deben saber muy bien que yo tampoco ingresaré a sus filas, que no soy ni seré comunista, ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote.
Sin embargo, estoy dispuesto a luchar con ellos por objetivos comunes: contra la oligarquía y el dominio de los Estados Unidos, para la toma del poder por parte de la clase popular.
No quiero que la opinión pública me identifique con los comunistas y por eso siempre he querido aparecer ante ella en compañía no solamente de estos, sino de todos los revolucionarios independientes y de otras corrientes.
No importa que la gran prensa se obstine en presentarme como comunista. Prefiero seguir mi conciencia a plegarme a la presión de la oligarquía. Prefiero seguir las normas de los Pontífices de la Iglesia antes que las de los pontífices de nuestras clases dirigentes. Juan XXIII me autoriza para marchar en unidad de acción con los comunistas, cuando dice en su encíclica Pacem in terris:
«Se ha de distinguir también cuidadosamente entre las teorías filosóficas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre, y las iniciativas de orden económico, social, cultural o político, por más que tales iniciativas hayan sido originadas e inspiradas en tales teorías filosóficas; porque las doctrinas, una vez elaboradas y definidas, ya no cambian, mientras que tales iniciativas encontrándose en situaciones históricas continuamente variables, están forzosamente sujetas a los mismos cambios. Además, ¿quién puede negar que, en dictados de la recta razón e intérpretes de las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos buenos y merecedores de aprobación?»
«Teniendo presente esto, puede a veces suceder que ciertos contactos de orden práctico, que hasta aquí se consideraban como inútiles en absoluto, hoy por el contrario sean provechosos, o puedan llegar a serlo. Determinar si tal momento ha llegado o no, como también establecer las formas y el grado en que hayan de realizarse contactos en orden a conseguir metas positivas, ya sea en el campo económico o social, ya también en el campo cultural o político, son puntos que sólo puede enseñar la virtud de la prudencia, como reguladora que es de todas las virtudes que rigen la vida moral tanto individual como social.»
Cuando la clase popular se tome el poder, gracias a la colaboración de todos los revolucionarios, nuestro pueblo discutirá sobre su orientación religiosa.
El ejemplo de Polonia nos muestra que se puede construir el socialismo sin destruir lo esencial que hay en el cristianismo. Como decía un sacerdote polaco: «Los cristianos tenemos la obligación de contribuir a la construcción del estado socialista siempre y cuando se nos permita adorar a Dios como queremos.»
Camilo Torres.»
Los «mensajes» semanales del cura Torres irán destinados, en los siguientes números de Frente Unido,
a los Militares (nº 3, 9 de septiembre), a los No alineados (nº 4, 16
de septiembre), a los Sindicatos (nº 5, 23 de septiembre), a los
Campesinos (nº 7, 7 de octubre), a las Mujeres (nº 8, 14 de octubre), a
los Estudiantes (nº 9, 21 de octubre), a los Desempleados (nº 10, 28 de
octubre), a los Presos políticos (nº 12, 18 de noviembre) y a la
Oligarquía (extraordinario del 9 de diciembre de 1965).
En septiembre de 1965 recorre Colombia propugnando la abstención en las elecciones y participando en manifestaciones antigubernamentales en Cúcuta, San Gil, Barrancabermeja, Cali, Palmira, Buga, Ocaña, Bucaramanga, Medellín, Ibagué, Barranquilla... hasta la gran manifestación de octubre celebrada en la Plaza de Bolívar en Bogotá. Ese mismo mes, el «Mensaje a los Campesinos» que el cura Torres publica en el nº 7 de Frente Unido, contiene un curioso argumento de autoridad que permite mostrar el afrancesamiento ideológico (antiyanki, por supuesto) en el que se movían:
Yo quiero retar al gobierno, para que pida, si se atreve, una comisión investigadora a las Naciones Unidas, constituida por países neutrales para que juzguen los casos de Marquetalia, Pato, Guayabero y Río Chiquito.
Sabemos que la similitud del desembarco de los marines en Santo Domingo son los desembarcos del ejército colombiano, dirigidos por la misión militar norteamericana en las repúblicas independientes.»
En noviembre de 1965 decide trasladar su sacerdocio católico de la
teoría revolucionaria a la práctica guerrillera, uniéndose al ELN
(formado entonces por unos 60 miembros), en una decisión que sirvió para
consolidar temporalmente el prestigio de los elenos frente al resto de las organizaciones insurgentes. En el número extraordinario del periódico Frente Unido
que lleva fecha de 9 de diciembre de 1965 publica un «Mensaje a la
Oligarquía» que termina con este párrafo que no deja lugar a dudas sobre
el lugar que el autor se atribuye como voz autorizada del «Pueblo»
(colombiano):
Y en enero de 1966, ya «desde las montañas», se difunde su «Proclama al Pueblo colombiano», que alcanzó amplia difusión:
Colombianos:
Durante muchos años los pobres de nuestra patria han esperado la voz de combate para lanzarse a la lucha final contra la oligarquía.
En aquellos momentos en los que la desesperación del pueblo ha llegado al extremo, la clase dirigente siempre ha encontrado una forma de engañar al pueblo, distraerlo, apaciguarlo con nuevas fórmulas que siempre paran en lo mismo: el sufrimiento para el pueblo y el bienestar para la casta privilegiada.
Cuando el pueblo pedía un jefe y lo encontró en Jorge Eliécer Gaitán, la oligarquía lo mató.
Ahora el pueblo ya no creerá nunca más. El pueblo no cree en las elecciones. El pueblo sabe que las vías legales están agotadas. El pueblo sabe que no queda sino la vía armada. El pueblo está desesperado y resuelto a jugarse la vida para que la próxima generación de colombianos no sea de esclavos. Para que los hijos de los que ahora quieren dar su vida tengan educación, techo, comida, vestido y, sobre todo dignidad. Para que los futuros colombianos puedan tener una patria propia, independiente del poderío norteamericano.
Todo revolucionario sincero tiene que reconocer la vía armada como la única que queda. Sin embargo, el pueblo espera que los jefes, con su ejemplo y con su presencia, den la voz de combate.
Yo quiero decirle al pueblo colombiano que este es el momento. Que no le he traicionado. Que he recorrido las plazas de los pueblos y ciudades caminando por la unidad y la organización de la clase popular para la toma del poder. Que he pedido que nos entreguemos por estos objetivos hasta la muerte.
Ya todo está preparado. La oligarquía quiere organizar otra Comedia de elecciones, con candidatos que renuncian y vuelven a aceptar, con comités bipartidistas, con movimientos de renovación a base de Ideas y de personas que no sólo son viejas sino que han traicionado al pueblo. ¿Qué más esperamos, colombianos? Yo me he incorporado a la lucha armada. Desde las montañas colombianas pienso seguir la lucha con las armas en la mano, hasta conquistar el poder para el pueblo. Me he incorporado al Ejército de Liberación Nacional porque en él encontré los mismos ideales del Frente Unido. Encontré el deseo y la realización de una unidad por la base, la base campesina, sin diferencias religiosas ni de partidos tradicionalistas. Sin ningún ánimo da combatir a los elementos revolucionarios de cualquier sector, movimiento o partido. Sin caudillismos. Que buscan liberar al pueblo de la explotación, de las oligarquías y del imperialismo. Que no depondrá las armas mientras el poder no esté totalmente en manos del pueblo. Que en sus objetivos acepta la plataforma del Frente Unido.
Todos los colombianos patriotas debemos ponernos en pie de guerra. Poco a poco irán surgiendo jefes guerrilleros experimentados en todos los rincones del país. Mientras tanto debemos estar alerta. Debemos recoger armas y municiones. Buscar entrenamiento guerrillero. Conversar con los más íntimos. Reunir ropas, drogas y provisiones para prepararnos a una lucha prolongada.
Hagamos pequeños trabajos contra el enemigo, en los que la Victoria sea segura. Probemos a los que se dicen revolucionarios. Descartemos a los traidores. No dejemos de actuar, pero no nos impacientemos. En una guerra prolongada todos deberán actuar en algún momento. Lo que importa es que en ese preciso momento la revolución nos encuentre listos y prevenidos. No se necesita que todos hagamos todo. Debemos repartir el trabajo. Los militantes del Frente Unido deben estar a la vanguardia de la iniciativa y de la acción. Tengamos paciencia en la espera y confianza en la victoria final.
La lucha del pueblo se debe volver una lucha nacional. Ya hemos comenzado, porque la jornada es larga.
Colombianos: No dejemos de responder al llamado del pueblo y de la revolución.
Militantes del Frente Unido, hagamos una realidad nuestras consignas:
¡Por la unidad de la clase popular, hasta la muerte!
¡Por la organización de la clase popular, hasta la muerte!
¡Por la toma del poder para la clase popular, hasta la muerte!
Hasta la muerte, porque estamos decididos a ir hasta el final. Hasta la victoria, porque un pueblo desde que se entrega hasta la muerte siempre logra la victoria.
Hasta la victoria final, con las consignas del Ejército de Liberación Nacional.
Ni un paso atrás... ¡Liberación o muerte!
Camilo Torres Restrepo
Por el Ejército de Liberación Nacional, Fabio Vázquez Castaño, Víctor Medina Morón.
Desde las montañas, enero de 1966.»
Murió
Camilo Torres Restrepo el 15 de febrero de 1966, en Patio Cemento,
municipio de San Vicente de Chucurí (departamento de Santander), durante
la primera acción armada en la que intervino, una emboscada que
dispusieron unos 35 efectivos del ELN contra un destacamento del
ejército colombiano. Y aunque lograron aniquilar a las tropas que
cayeron víctimas de la emboscada, un militar herido pudo defenderse y
neutralizar al bisoño cura guerrillero, que se había apresurado al ir a
recoger las armas de los soldados que habían sorprendido y asesinado.
Sepultado por el ejército en algún lugar clandestino, se desconoce hoy
el paradero de sus restos, aunque el ELN no renuncia a recuperarlos para
poderlos convertir en reliquia objeto de culto. (Como es natural,
aunque Camilo Torres falleció en una sangrienta emboscada organizada por
el ELN, el comunicado que esa organización difundió un par de meses
después contaba las cosas a su manera: «...con profunda tristeza y un
odio amargo contra la oligarquía, el Ejército de Liberación Nacional
informa al Pueblo colombiano y a los revolucionarios del mundo de la
muerte del gran líder revolucionario, Padre Camilo Torres Restrepo,
acaecida el 15 de febrero de 1966, en un encuentro entre nuestras
fuerzas y una expedición punitiva del ejército.»)
En pleno lanzamiento como icono revolucionario, más en la línea prochina que en la prosoviética, de la figura de este cura guerrillero colombiano, al cumplirse un año de su muerte, el primer número de la revista cubana Pensamiento Crítico se abría, en febrero de 1967, con un largo artículo de Camilo Torres Restrepo, «La violencia y los cambios sociales», con el que la Cuba exportadora de la revolución procuraba incorporar a su agitprop al violento presbítero católico, glosado de este modo:
El 16 de abril de 1967 un suplemento especial de la revista Tricontinental publicaba el famoso mensaje de Ernesto Che Guevara (que organizaba entonces en secreto la guerrilla en Bolivia): «Crear dos, tres... muchos Viet-Nam, es la consigna»,
en el que puede leerse: «En el marco de esa lucha de alcance
continental, las que actualmente se sostienen en forma activa son sólo
episodios, pero ya han dado los mártires que figurarán en la historia
americana como entregando su cuota de sangre necesaria en esta última
etapa de la lucha por la libertad plena del hombre. Allí figurarán los
nombres del Comandante Turcios Lima, del cura Camilo Torres, del
Comandante Fabricio Ojeda, de los Comandantes Lobatón y Luis de la
Puente Uceda, figuras principalísimas en los movimientos revolucionarios
de Guatemala, Colombia, Venezuela y Perú.»
Las consignas de Camilo Torres («El deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución», «Los marxistas luchan por la nueva sociedad, y nosotros, los cristianos, deberíamos estar luchando a su lado», «Que no nos pongamos a discutir si el alma es mortal o es inmortal, sino pensemos que el hambre si es mortal y derrotemos el hambre para tener la capacidad y la posibilidad después de discutir la mortalidad o la inmortalidad del alma») y su ejemplo pasaron a ser referencia en tantas iniciativas idealistas, utópicas, espiritualistas y religiosas tendentes a neutralizar la revolución comunista en América mediante arreglos reformadores cristianos proclives a la socialdemocracia: el grupo de cristianos colombianos «Golconda», distintas irisaciones de la «teología de la liberación», curas guerrilleros confusos entre terrorismos e insurrecciones armadas, «Sacerdotes para el socialismo» chilenos colaboradores de Salvador Allende, el presbítero católico Ernesto Cardenal y el sandinismo de Nicaragua, &c.
En enero de 1968, entre las conclusiones que alcanzaron unos sacerdotes católicos delegados al Congreso Cultural de La Habana, leídas el 12 de enero por el mismísimo comandante Fidel Castro en su discurso de clausura, se declararon convencidos «de que el sacerdote Camilo Torres Restrepo, al morir por la causa revolucionaria dio el más alto ejemplo de intelectual cristiano comprometido con el pueblo» (Nosotros, sacerdotes católicos...). Ese mismo mes Pensamiento Crítico, en su número 12, publicó «Por la revolución colombiana», con voluntad de recuperar su figura como dirigente político revolucionario, en el que se habrían fundido el Camilo científico y el Camilo combatiente guerrillero:
Si notable y hasta cierto punto sorprendente –vistos los resultados para el marxismo de su diálogo con los cristianos– fue el ensalzamiento de Camilo Torres Restrepo en Cuba (abriendo la revista Pensamiento Crítico
en 1967; dando su nombre al «Seminternado de Primaria Camilo Torres
Restrepo» de La Habana, en cuya inauguración el Comandante Fidel Castro
pronunció su discurso «La escuela del comunismo»; dando su nombre al
«Policlínico Camilo Torres» en Santiago de Cuba, inaugurado por Fidel el
5 de enero de 1969, &c.) y en los entornos de la «revolución
latinoamericana», no fue menor el interés que este cura guerrillero
anticomunista suscitó, no sólo en los Estados Unidos de América del
Norte, sino en los ambientes católicos progresistas de los
atormentados germanos y en los de la España del tardofranquismo
preautonómico, sobre todo en Barcelona: en 1968 la católica revista El Ciervo
le dedicó un número extraordinario, y la editorial Nova Terra [la misma
que publicaba ese mismo año el opúsculo de Manuel Sacristán, Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, 38 págs.] un par de libros: Camilo
Torres, el cura que murió en las guerrillas. El itinerario del padre
Camilo a través de sus escritos, su acción y su palabra, y la traducción al catalán de La revolucio, imperatiu cristia
(edición de 1968 que prueba que bajo el régimen de Franco podían
publicarse y se publicaban no sólo libros en catalán, sino hasta libros
«revolucionarios»).
Fuentes
Biografia y Vida
Filosofia.org
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«Mensaje a los Cristianos
Las convulsiones producidas por los acontecimientos políticos, religiosos y sociales de los últimos tiempos, posiblemente han llevado a los cristianos de Colombia a mucha confusión. Es necesario que en este momento decisivo para nuestra historia, los cristianos estemos firmes alrededor de las bases esenciales de nuestra religión.
Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. «El que ama a su prójimo cumple con su ley.» (San Pablo, Romanos XIII, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado «la caridad», no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.
Esos medios no los van a buscar las minorías privilegiadas que tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las minorías a sacrificar sus privilegios. Por ejemplo, para lograr que haya más trabajo en Colombia, sería mejor que no se sacaran los capitales en forma de dólares y que más bien se invirtieran en el país en fuentes de trabajo. Pero como el peso colombiano se desvaloriza todos los días, los que tienen el dinero y tienen el poder nunca van a prohibir la exportación del dinero, porque exportándolo se libran de la devaluación.
Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que «no haya autoridad sino de parte de Dios» (San Pablo, Romanos XXI, 1). Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.
Cuando hay una autoridad en contra del pueblo, esa autoridad no es legítima y se llama tiranía. Los cristianos podemos y debemos luchar contra la tiranía. El gobierno actual es tiránico porque no lo respalda sino el 20% de los electores y porque sus decisiones salen de las minorías privilegiadas.
Los defectos temporales de la Iglesia no nos deben escandalizar. La Iglesia es humana. Lo importante es creer también que es divina y que si nosotros los cristianos cumplimos con nuestra obligación de amar al prójimo, estamos fortaleciendo a la Iglesia.
Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo, en el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer misa si Dios me lo permite. Creo que así sigo el mandato de Cristo: «Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconciliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (San Mateo V, 23-24).
Después de la Revolución los cristianos tendremos la conciencia de que establecimos un sistema que está orientado por el amor al prójimo.
La lucha es larga, comencemos ya...
Camilo Torres.»
«Mensaje a los Comunistas
Las relaciones tradicionales entre los cristianos y los marxistas, entre la Iglesia y el Partido Comunista pueden hacer surgir sospechas y suposiciones a las relaciones que en el Frente Unido se establezcan entre cristianos y marxistas y entre un sacerdote y el Partido Comunista.
Por eso creo necesario que mis relaciones con el Partido Comunista y su posición dentro del Frente Unido queden muy claras ante el pueblo colombiano.
Yo he dicho que soy revolucionario como colombiano, como sociólogo, como cristiano, como sacerdote. Considero que el Partido Comunista tiene elementos auténticamente revolucionarios y, por lo tanto, no puedo ser anticomunista ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote.
No soy anticomunista como colombiano, porque el anticomunismo se orienta para perseguir a compatriotas inconformes, comunistas o no, de los cuales la mayoría es gente pobre.
No soy anticomunista como sociólogo, porque en los planteamientos comunistas para combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, se encuentran soluciones eficaces y científicas.
No soy anticomunista como cristiano, porque creo que el anticomunismo acarrea una condenación en bloque de todo lo que defienden los comunistas y, entre lo que ellos defienden, hay cosas justas e injustas. Al condenarlos en conjunto, nos exponen a condenar igualmente lo justo y lo injusto, y eso es anticristiano.
No soy anticomunista como sacerdote, porque aunque los mismos comunistas no lo sepan, entre ellos pueden haber muchos que son auténticos cristianos. Si están de buena fe, pueden tener la gracia santificante y si tienen la gracia santificante y aman al prójimo se salvarán. Mi papel como sacerdote, aunque no esté en el ejercicio del culto externo, es lograr que los hombres se encuentren con Dios, y, para eso, el medio más eficaz es hacer que los hombres sirvan al prójimo de acuerdo a su conciencia.
Yo no pienso hacer proselitismo respecto de mis hermanos los comunistas, tratando de llevarlos a que acepten el dogma y a que practiquen el culto de la Iglesia. Pretendo, eso sí, que todos los hombres obren de acuerdo con su conciencia, busquen sinceramente la verdad y amen a su prójimo de forma eficaz.
Los comunistas deben saber muy bien que yo tampoco ingresaré a sus filas, que no soy ni seré comunista, ni como colombiano, ni como sociólogo, ni como cristiano, ni como sacerdote.
Sin embargo, estoy dispuesto a luchar con ellos por objetivos comunes: contra la oligarquía y el dominio de los Estados Unidos, para la toma del poder por parte de la clase popular.
No quiero que la opinión pública me identifique con los comunistas y por eso siempre he querido aparecer ante ella en compañía no solamente de estos, sino de todos los revolucionarios independientes y de otras corrientes.
No importa que la gran prensa se obstine en presentarme como comunista. Prefiero seguir mi conciencia a plegarme a la presión de la oligarquía. Prefiero seguir las normas de los Pontífices de la Iglesia antes que las de los pontífices de nuestras clases dirigentes. Juan XXIII me autoriza para marchar en unidad de acción con los comunistas, cuando dice en su encíclica Pacem in terris:
«Se ha de distinguir también cuidadosamente entre las teorías filosóficas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre, y las iniciativas de orden económico, social, cultural o político, por más que tales iniciativas hayan sido originadas e inspiradas en tales teorías filosóficas; porque las doctrinas, una vez elaboradas y definidas, ya no cambian, mientras que tales iniciativas encontrándose en situaciones históricas continuamente variables, están forzosamente sujetas a los mismos cambios. Además, ¿quién puede negar que, en dictados de la recta razón e intérpretes de las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos buenos y merecedores de aprobación?»
«Teniendo presente esto, puede a veces suceder que ciertos contactos de orden práctico, que hasta aquí se consideraban como inútiles en absoluto, hoy por el contrario sean provechosos, o puedan llegar a serlo. Determinar si tal momento ha llegado o no, como también establecer las formas y el grado en que hayan de realizarse contactos en orden a conseguir metas positivas, ya sea en el campo económico o social, ya también en el campo cultural o político, son puntos que sólo puede enseñar la virtud de la prudencia, como reguladora que es de todas las virtudes que rigen la vida moral tanto individual como social.»
Cuando la clase popular se tome el poder, gracias a la colaboración de todos los revolucionarios, nuestro pueblo discutirá sobre su orientación religiosa.
El ejemplo de Polonia nos muestra que se puede construir el socialismo sin destruir lo esencial que hay en el cristianismo. Como decía un sacerdote polaco: «Los cristianos tenemos la obligación de contribuir a la construcción del estado socialista siempre y cuando se nos permita adorar a Dios como queremos.»
Camilo Torres.»
En septiembre de 1965 recorre Colombia propugnando la abstención en las elecciones y participando en manifestaciones antigubernamentales en Cúcuta, San Gil, Barrancabermeja, Cali, Palmira, Buga, Ocaña, Bucaramanga, Medellín, Ibagué, Barranquilla... hasta la gran manifestación de octubre celebrada en la Plaza de Bolívar en Bogotá. Ese mismo mes, el «Mensaje a los Campesinos» que el cura Torres publica en el nº 7 de Frente Unido, contiene un curioso argumento de autoridad que permite mostrar el afrancesamiento ideológico (antiyanki, por supuesto) en el que se movían:
«El Gobierno dice que los campesinos iniciaron la
violencia. Los campesinos dicen que fue el gobierno. En Francia
intelectuales de todas las corrientes, después de haber investigado,
dicen que los campesinos tienen la razón.
Yo quiero retar al gobierno, para que pida, si se atreve, una comisión investigadora a las Naciones Unidas, constituida por países neutrales para que juzguen los casos de Marquetalia, Pato, Guayabero y Río Chiquito.
Sabemos que la similitud del desembarco de los marines en Santo Domingo son los desembarcos del ejército colombiano, dirigidos por la misión militar norteamericana en las repúblicas independientes.»
«Como último grito de alarma quiero decirles: Señores
oligarcas, el Pueblo ya no les cree nada a ustedes. El Pueblo no quiere
votar por ustedes. El Pueblo está harto y desesperado. El Pueblo no
quiere ir a las elecciones que ustedes organicen. El Pueblo no quiere a
Carlos ni Alberto Lleras ni a ninguno de ustedes. El Pueblo está
sufriendo y resuelto a todo. El Pueblo sabe que ustedes también están
resueltos a todo. Por eso les pido que sean realistas y que si quieren
engañar al Pueblo con nuevas componendas políticas, no vayan a creer que
el Pueblo les va a tener fe. Ustedes saben que la lucha irá hasta las
últimas consecuencias. La experiencia ha sido tan amarga que el Pueblo
ya está decidido a echar el todo por el todo. Desgraciadamente los
oligarcas aislados, ciegos y orgullosos parecen no querer darse cuenta
de que la revolución de las masas populares colombianas no parará ahora
sino hasta lograr la conquista del poder para el Pueblo.»
«Proclama al Pueblo colombiano
Colombianos:
Durante muchos años los pobres de nuestra patria han esperado la voz de combate para lanzarse a la lucha final contra la oligarquía.
En aquellos momentos en los que la desesperación del pueblo ha llegado al extremo, la clase dirigente siempre ha encontrado una forma de engañar al pueblo, distraerlo, apaciguarlo con nuevas fórmulas que siempre paran en lo mismo: el sufrimiento para el pueblo y el bienestar para la casta privilegiada.
Cuando el pueblo pedía un jefe y lo encontró en Jorge Eliécer Gaitán, la oligarquía lo mató.
Cuando el pueblo pedía paz, la
oligarquía sembró el país de violencia. Cuando el pueblo ya no resistía
más violencia y organizó las guerrillas para tomarse el poder, la
oligarquía intentó el golpe militar para que las guerrillas, engañadas,
se entregaran. Cuando el pueblo pedía democracia se le volvió a engañar
con un plebiscito y un Frente Nacional que le imponían la dictadura de la oligarquía.
Ahora el pueblo ya no creerá nunca más. El pueblo no cree en las elecciones. El pueblo sabe que las vías legales están agotadas. El pueblo sabe que no queda sino la vía armada. El pueblo está desesperado y resuelto a jugarse la vida para que la próxima generación de colombianos no sea de esclavos. Para que los hijos de los que ahora quieren dar su vida tengan educación, techo, comida, vestido y, sobre todo dignidad. Para que los futuros colombianos puedan tener una patria propia, independiente del poderío norteamericano.
Todo revolucionario sincero tiene que reconocer la vía armada como la única que queda. Sin embargo, el pueblo espera que los jefes, con su ejemplo y con su presencia, den la voz de combate.
Yo quiero decirle al pueblo colombiano que este es el momento. Que no le he traicionado. Que he recorrido las plazas de los pueblos y ciudades caminando por la unidad y la organización de la clase popular para la toma del poder. Que he pedido que nos entreguemos por estos objetivos hasta la muerte.
Ya todo está preparado. La oligarquía quiere organizar otra Comedia de elecciones, con candidatos que renuncian y vuelven a aceptar, con comités bipartidistas, con movimientos de renovación a base de Ideas y de personas que no sólo son viejas sino que han traicionado al pueblo. ¿Qué más esperamos, colombianos? Yo me he incorporado a la lucha armada. Desde las montañas colombianas pienso seguir la lucha con las armas en la mano, hasta conquistar el poder para el pueblo. Me he incorporado al Ejército de Liberación Nacional porque en él encontré los mismos ideales del Frente Unido. Encontré el deseo y la realización de una unidad por la base, la base campesina, sin diferencias religiosas ni de partidos tradicionalistas. Sin ningún ánimo da combatir a los elementos revolucionarios de cualquier sector, movimiento o partido. Sin caudillismos. Que buscan liberar al pueblo de la explotación, de las oligarquías y del imperialismo. Que no depondrá las armas mientras el poder no esté totalmente en manos del pueblo. Que en sus objetivos acepta la plataforma del Frente Unido.
Todos los colombianos patriotas debemos ponernos en pie de guerra. Poco a poco irán surgiendo jefes guerrilleros experimentados en todos los rincones del país. Mientras tanto debemos estar alerta. Debemos recoger armas y municiones. Buscar entrenamiento guerrillero. Conversar con los más íntimos. Reunir ropas, drogas y provisiones para prepararnos a una lucha prolongada.
Hagamos pequeños trabajos contra el enemigo, en los que la Victoria sea segura. Probemos a los que se dicen revolucionarios. Descartemos a los traidores. No dejemos de actuar, pero no nos impacientemos. En una guerra prolongada todos deberán actuar en algún momento. Lo que importa es que en ese preciso momento la revolución nos encuentre listos y prevenidos. No se necesita que todos hagamos todo. Debemos repartir el trabajo. Los militantes del Frente Unido deben estar a la vanguardia de la iniciativa y de la acción. Tengamos paciencia en la espera y confianza en la victoria final.
La lucha del pueblo se debe volver una lucha nacional. Ya hemos comenzado, porque la jornada es larga.
Colombianos: No dejemos de responder al llamado del pueblo y de la revolución.
Militantes del Frente Unido, hagamos una realidad nuestras consignas:
¡Por la unidad de la clase popular, hasta la muerte!
¡Por la organización de la clase popular, hasta la muerte!
¡Por la toma del poder para la clase popular, hasta la muerte!
Hasta la muerte, porque estamos decididos a ir hasta el final. Hasta la victoria, porque un pueblo desde que se entrega hasta la muerte siempre logra la victoria.
Hasta la victoria final, con las consignas del Ejército de Liberación Nacional.
Ni un paso atrás... ¡Liberación o muerte!
Camilo Torres Restrepo
Por el Ejército de Liberación Nacional, Fabio Vázquez Castaño, Víctor Medina Morón.
Desde las montañas, enero de 1966.»
En pleno lanzamiento como icono revolucionario, más en la línea prochina que en la prosoviética, de la figura de este cura guerrillero colombiano, al cumplirse un año de su muerte, el primer número de la revista cubana Pensamiento Crítico se abría, en febrero de 1967, con un largo artículo de Camilo Torres Restrepo, «La violencia y los cambios sociales», con el que la Cuba exportadora de la revolución procuraba incorporar a su agitprop al violento presbítero católico, glosado de este modo:
«Camilo Torres. El héroe colombiano nació el 3 de
febrero de 1929. Estudió en un liceo laico. Fue licenciado en Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Bogotá, haciendo
estudios de post-graduado en las universidades de Lovaina y Minnesota.
Por la simpatía que gozaba en los medios estudiantiles recibió el
nombramiento de Capellán de la Universidad Nacional de Bogotá en marzo
de 1959. Fue retirado de ese cargo en febrero de 1961, cuando se
hicieron notorios sus primeros encuentros ideológicos con la jerarquía
eclesiástica. Llegó a ser profesor de Metodología de la Investigación
Sociológica y de Sociología Urbana en esa misma Universidad. A mediados
de 1965 se incorpora el frente guerrillero del E. L. N. Muere en combate
el 17 de febrero de 1966. Entre otros trabajos, dejó escritos los
siguientes: Estudio de la Realidad Estadística y Social de Bogotá, La Asimilación del Inmigrante Rural a la Sociedad, &c. Una selección de sus mensajes y artículos políticos será publicada próximamente por Edición Revolucionaria.» (Pensamiento Crítico, La Habana, nº 1, febrero de 1967, pág. 158.)
Las consignas de Camilo Torres («El deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución», «Los marxistas luchan por la nueva sociedad, y nosotros, los cristianos, deberíamos estar luchando a su lado», «Que no nos pongamos a discutir si el alma es mortal o es inmortal, sino pensemos que el hambre si es mortal y derrotemos el hambre para tener la capacidad y la posibilidad después de discutir la mortalidad o la inmortalidad del alma») y su ejemplo pasaron a ser referencia en tantas iniciativas idealistas, utópicas, espiritualistas y religiosas tendentes a neutralizar la revolución comunista en América mediante arreglos reformadores cristianos proclives a la socialdemocracia: el grupo de cristianos colombianos «Golconda», distintas irisaciones de la «teología de la liberación», curas guerrilleros confusos entre terrorismos e insurrecciones armadas, «Sacerdotes para el socialismo» chilenos colaboradores de Salvador Allende, el presbítero católico Ernesto Cardenal y el sandinismo de Nicaragua, &c.
En enero de 1968, entre las conclusiones que alcanzaron unos sacerdotes católicos delegados al Congreso Cultural de La Habana, leídas el 12 de enero por el mismísimo comandante Fidel Castro en su discurso de clausura, se declararon convencidos «de que el sacerdote Camilo Torres Restrepo, al morir por la causa revolucionaria dio el más alto ejemplo de intelectual cristiano comprometido con el pueblo» (Nosotros, sacerdotes católicos...). Ese mismo mes Pensamiento Crítico, en su número 12, publicó «Por la revolución colombiana», con voluntad de recuperar su figura como dirigente político revolucionario, en el que se habrían fundido el Camilo científico y el Camilo combatiente guerrillero:
«Pensamiento Crítico dio a conocer en Cuba a Camilo Torres científico, con el trabajo «La violencia y los cambios sociales».
Hoy presentamos a Camilo Torres dirigente político. Para el
revolucionario no hay una mera relación intelectual entre los fenómenos
sociales y el conocimiento científico; siente en sí los padecimientos
del pueblo, de ahí que el conocimiento se traduzca en acción para
cambiar las estructuras sociales. Ambos se complementan, el Camilo
científico y el Camilo combatiente guerrillero, y es que ambos son uno
solo: el Camilo revolucionario. Por eso su obligación científica no
acaba en la comprensión de la dinámica social sino que incluye el
quehacer práctico para cambiar las estructuras de explotación. Como
señalara Marx, «el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de
las armas». En él se funden el intelectual y el hombre de acción, el
estudioso y el organizador, el agitador revolucionario y el unificador
de los sectarismos estériles. Fiel intérprete de las necesidades y las
ansias populares, mostró la inoperancia de la vía electoral y dirigió
sus esfuerzos a canalizar el movimiento de masas a su forma más alta de
lucha: la lucha armada. No resulta imposible, por tanto, al estudiar el
pensamiento y la acción de hombres como Che y Debray: comunistas;
encontrar junto a ellos a Camilo Torres, «cura guerrillero», para ir
conformando, en la lucha, la verdadera imagen del combatiente
americano.»
Fuentes
Biografia y Vida
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