(1928-1998)
Militar y político camboyano, considerado responsable de Camboya bajo
el régimen de los jemeres rojos (1975-1979). Nacido en la provincia de
Kompong Thom, participó en la resistencia antifrancesa de Indochina
liderada por Ho Chi Minh.
Pol Pot se llamaba en realidad Saloth Sar y había nacido el 19 de mayo de 1928 en la localidad camboyana dePrek Sbauv, en el seno de una familia de campesinos acomodados. El pequeño Saloth
fue enviado a un monasterio budista donde se educó durante tres años, y
era ya un adolescente cuando los monjes, al parecer no sin cierto
embarazo, comunicaron a la familia que Saloth Sar no podía seguir sus estudios en el centro. Le costaba estudiar, explicaron. Intelectualmente, el chico no daba para mucho.
Así
que Saloth se trasladó a Phnom Penh, donde su hermano mayor tenía un
buen puesto como funcionario en el palacio real junto al rey Monivong. Es en esta época cuando tiene lugar una historia que quizá vaya a marcar para siempre el destino de Saloth Sar:
una de sus hermanas, Sarouen, fue aceptada como integrante del cuerpo
de baile de palacio, y no tardó en convertirse en concubina del rey. En
la corte, Sarouen debió sufrir continuos desprecios por su condición social, y Saloth, que vivía con ella, era testigo diario de la amargura de la joven. En el adolescente empezó a fraguarse un odio profundo hacia la clase dominante que se valía de su posición para humillar a los inferiores. (Fuente Consultada: historiaarte.net)
En
1946, ingresó en el ilegal Partido Comunista Indochino y más tarde
realizó estudios en París, donde continuó con sus actividades políticas.
Trabajó posteriormente como maestro en Phnom Penh. En 1960, participó en la fundación del Partido Popular Revolucionario Jemer
(o Partido Comunista Jemer), del cual fue nombrado secretario general
dos años después. En 1963, se desplazó a la selva camboyana, donde
organizó el grupo guerrillero denominado Jemer Rojo.
Durante la abierta guerra civil que siguió al golpe de Estado de Lon Nol en 1970, se alió con el príncipe Norodom Sihanuk. Después de que los jemeres rojos expulsaran del poder a Lon Nol en 1975, Pol Pot ocupó la jefatura de gobierno y dirigió la evacuación de las ciudades camboyanas, obligando prácticamente
a toda la población del país a trabajar como campesinos. Pol Pot fue
depuesto en enero de 1979 por los vietnamitas, que habían invadido el
país; a partir de entonces, desencadenó una guerra de guerrillas contra
el nuevo gobierno impuesto por Vietnam. En 1982, creó un frente común
con los líderes de la oposición, el príncipe Sihanuk y el antiguo primer
ministro Son Sann.
Dimitió como comandante en jefe del Jemer Rojo en 1985 y permaneció incomunicado tras el establecimiento del nuevo gobierno camboyano en 1993.
Posteriormente, siguió manteniendo en la selva el movimiento guerrillero, hasta que, el 17 de junio de 1997, los jemeres
rojos anunciaron mediante un mensaje radiofónico captado en Bangkok
(Tailandia) que habían detenido a su líder histórico Pol Pot, el cual se
encontraba huido desde hacía varios días de su campamento en Anlong Veng, en la jungla camboyana, después de asesinar a algunos de sus colaboradores y pretender dirigirse a la frontera tailandesa.
Comenzó
una guerra civil de cinco años que concluiría con la victoria de los
khmer rojos, quienes el 17 de abril de 1975 tomaron la capital, Phnom
Penh, tras largo asedio. Al alzarse con el poder, los nuevos dirigentes
aislaron al país del mundo exterior e iniciaron una brutal
reorganización de sus estructuras sociales. Dos o tres millones de
habitantes de Phnom Penh y de otras poblaciones fueron obligados a
trasladarse a zonas rurales, amenazados por las armas, sin provisión de
alimentos, agua ni atenciones médicas. Nunca se conocerán los detalles
de estas marchas forzadas, pero se estima que decenas de miles de
personas murieron en sus desplazamientos a consecuencia del hambre, las
enfermedades y el agotamiento. Más aún: a finales de 1975, el gobierno
decretó una segunda emigración en masa cuyo balance de muertos se elevó a
600.000 (el 10 por ciento de la población).En 1976, los propios
refugiados refirieron que los comunistas habían matado a millares de
combatientes, funcionarios y personas influyentes del antiguo régimen.
El gobierno se apoderó de la propiedad privada y suprimió los salarios
de los trabajadores, a quienes se retribuyó en adelante con simples
alimentos racionados. A fines de 1978, una invasión procedente de
Vietnam acabaría con el despótico régimen.
Muerte de Pol Pot: El cadáver de Pol Pot (15 de abril de 1998)
se encontraba tendido en la cama, cubierto sólo a medias por una sábana
de color indescifrable. Llevaba puesta una camisa y unos pantalones
cortos, y estaba descalzo. Junto a su cabeza, alguien había colocado dos
pequeños ramos de flores y un paipay. Las únicas pertenencias que
conservaba eran unas latas de conservas, una bolsa de plástico, un
barreño y una cesta de mimbre.
Unos cuantos guerrilleros jemeres
vigilaban el cadáver, y en una esquina de la cabaña que les había
servido de vivienda, dos mujeres lloraban en silencio. Una era Sith, la
hija adolescente del dictador. La otra, su segunda esposa, Mia Som,
con la que llevaba una década casado en segundas nupcias mientras su
primera mujer, Khieu Ponnary, se consumía recluida en un siniestro
hospital psiquiátrico de Pekín.
Esto es un artículo de la revista Gente en 1977 cuando escribía sobre las injusticia del régimen autoritario de líder revolucionario Pol Pot:
El
infierno está en la tierra, queda entre Tailandia, Laos y Vietnam. Se
llama Camboya. Todo lo que sucede allí no es parte de un relato
fantástica ni de una película terrorífica. Tampoco ha ocurrido hace
tiempo. Todo pasa en estos momentos mientras usted lee estas mismas
líneas.
En
ese lugar, un pueblo está condenado. Es castigado con trabajos
forzados, está esclavizado, torturado y muchas veces asesinado, en
nombre de una ideología que se propone crear un “hombre nuevo”. Camboya
(la actual, la de la bandera roja) se está construyendo sobre un inmenso
osario. Sobre las lágrimas y los despojos de los intelectuales, de los
funcionarios, de las mujeres, de los campesinos y de los niños. Porque
en esta Camboya perseguida y quebrantada, los niños ofician
obligadamente de espías, de delatores de sus propias familias.
El infierno está en la tierra y se llama Camboya.
El
país está sometido al “Angkar”, una “organización” que es sin
eufemismos, nada más y nada menos que el partido comunista camboyano. En
la cumbre de esta “organización” está el “Angkar Leu”, un organismo al
cual los camboyanos prefieren llamar por su verdadero nombre: “el país
de los muertos”, ya que ninguna persona que sea obligada a comparecer
ante ellos regresa jamás. En la base de] “Angkar” están los cuadros, los
educadores, los que vigilan los trabajos, los jefes de aldea y los
comandantes de distrito. Todos tienen una función común: el señalamiento
y la muerte de quienes no piensan como ellos.
Camboya
tiene siete misiones de habitantes. Es un pueblo sufrido, de trabajo,
de ritos milenarios y de tierras feraces. Esos siete millones de
habitantes son manejados por una máquina política y administrativa que
le permite a un puñado de hombres (unos 200.000) sojuzgar a la población
entera.
Hay
camboyanos deportados en su mismo país. No se les perdonó la vida;
simplemente se les alargó la agonía. El hambre y las enfermedades hacen
estragos entre ellos. Ya no tienen fuerzas. Entre siete u ocho deben
arrastrar un arado. Cuatro cucharadas de sopa de arroz es su diaria
alimentación. Deben levantarse a las cuatro de la mañana y trabajar
hasta las 22. la mayoría de ellos sufre-paludismo y disentería. Los
soldados rojos les dicen a los enfermos que su mal “es del espíritu”, y
ya no les dan comida. Hay centenares de testimonios sobre estas muertes,
sobre estas pesadillas que en Camboya tienen suficientes nombres y
apellidos.
Se
“Calcula que un millón de personas han muerto. Un millón de cadáveres
son la columna vertebral de esta realidad atroz. Pero, ¿por qué’ hay
tanto silencio en torno a Camboya? ¿Por qué únicamente los testimonios
de algunos refugiados, las notas periodísticas de “Le Point”, de Parls,
algunos relatos orales y algunas fotos borrosas y desgarradoras son las
únicas voces que se alzan contra tanto crimen?
¿Cómo es posible el silencio de la Organización de las POS
Naciones Unidas, de la Arnnesty Internacional,
por ejemplo? Hay algunas razones claras y sencillas: la flamante
mayoría que ha ‘creado en la ONU el tercer mundo y los países
socialistas elige con cuidado a sus condenados. Jamás están entre sus
acólitos.
Mientras
todo este silencio continúe, esta sangrienta revolución se seguirá
apoderando del poder y la muerte será el amanecer de Camboya (Tomado de
“Gente”).
GENOCIDIO
EN CAMBOY: El gobierno provietnamita instalado tras la caída de Pol Pot
creó un “Museo del genocidio”, cuyo nombre inspira el nuestro, donde se
exponen miles de huesos de víctimas que no serán identificadas jamás.
En
Camboya tuvo lugar el experimento de ingeniería social más atrevido y
radical de todos los tiempos. Fue el comunismo llevado a su consecuencia
lógica, a su mayor extremo. El dinero desapareció y la colectivización
integral se llevó a cabo en sólo dos meses. El gobierno del Angkar duró
tres años y ocho meses y sembró de cadáveres el país: alrededor de dos
millones de muertos para una población total de ocho millones.
Pin
Yatay, superviviente, nos cuenta que “en la Kampuchea democrática no
había cárceles, ni tribunales, ni universidades, ni institutos, ni
moneda, ni deporte, ni distracciones… En una jornada de veinticuatro
horas no se toleraba ningún tiempo muerto. La vida cotidiana se dividía
del modo siguiente: doce horas de trabajo físico, dos horas para comer,
tres para el descanso y la educación, siete horas de sueño. Estábamos en
un inmenso campo de concentración. Ya no había justicia. Era el Angkar
el que decidía todos los actos de nuestra vida”
Pol
Pot y sus jemeres rojos iniciaron en 1970 una guerra civil apoyada por
el gobierno de Hô Chi Minh. Ya entonces mostraron su extrema crueldad:
no sólo los prisioneros fueron maltratados y ejecutados, sino que
también fueron encarcelados sus familias, reales o inventadas, monjes
budistas, gente sospechosa en general, etc.. En las prisiones, los malos
tratos, el hambre y las enfermedades acabaron con casi todos ellos y,
desde luego, con la totalidad de los niños detenidos.
Pero
ese horror en guerra no era más que el preludio de lo que llegaría
desde que el 17 de abril de 1975 ésta terminó con el triunfo de Pol Pot y
los suyos. La primera medida fue el desalojo de los más de 3 millones
de habitantes de las ciudades, realizada inmediatamente. Esto provocó la
división entre “viejos” (los campesinos de siempre) y “nuevos” (los
habitantes de las ciudades reconvertidos), de los que estos últimos se
llevarían la peor parte de la represión que vino más tarde.
El horror cotidiano
En
las prisiones se numeraba y fotografiaba a las víctimas del Partido
Comunista antes de su ejecución. Si el torso estaba desnudo, el papel
con el número se sujetaba con un imperdible a la piel.
La
“Kampuchea democrática” dejó en sus supervivientes una pérdida completa
de valores; la supervivencia exigía la adaptación a las nuevas reglas
del juego, de las cuales la primera era el desprecio a la vida humana.
“Perderte no es una pérdida. Conservarte no es de ninguna utilidad”,
según rezaban los manuales del Angkar.
Pol
Pot anunciaba un futuro radiante en sus discursos. Prometía pasar de la
tonelada de arroz por hectárea y año a tres en breve sucesión. El arroz
se convirtió en el monocultivo. Los mandos obligaban a trabajar sin
descanso a los esclavos a su mando, para mejorar su reputación entre sus
superiores. En algunos extremos se llegaba a jornadas de 18 horas, en
la que los hombres más robustos eran los que padecían mayores exigencias
y, en consecuencia, morían antes.
No
obstante, la planificación central y el desprecio por la técnica
(sustituida por la educación política) destruyeron la hasta entonces
siempre próspera cosecha arrocera camboyana. Para finales del 76 se
calculaba que la superficie cultivada era la mitad que antes del 75. El
hambre era inevitable y, con él, la deshumanización y el sometimiento al
Angkar. Aunque quizá menos extendido que en la China del “Gran Salto
Adelante”, el canibalismo se convierte en costumbre.
La
familia era considerada una forma de resistencia natural al poder
absoluto del Partido, que debía llevar al individuo a una dependencia
total del Estado. Por tanto, las familias eran separadas y la autoridad
paterna castigada: la educación era responsabilidad exclusiva del
Angkar. Los sentimientos humanos eran despreciados y considerados un
pecado de individualismo. Al intentar ayudar a una vecina, Pin Yatay se
ganó esta reprimenda: “No es su deber ayudarla, al contrario, esto
demuestra que todavía tiene usted piedad y sentimientos de amistad. Hay
que renunciar a esos sentimientos y extirpar de su mente las
inclinaciones individualistas.”
Los
esclavos pertenecen al sistema, no a sí mismos. Su vida es totalmente
regulada. Había de evitar cualquier fallo, incluso involuntario, un
resbalón, la rotura de un vaso, no podían ser un error sino una traición
contrarrevolucionaria que conducía a un castigo seguro. A veces, la
muerte. O la flagelación, que en los más débiles era equivalente. Los
niños espiaban a los mayores en busca de culpabilidades reales o
inventadas. Pero no había muertos, esa palabra era tabú, ahora tan sólo
existían cuerpos que desaparecen.
“Basta
un millón de buenos revolucionarios para el país que nosotros
construimos”, se rezaba en las reuniones de los jemeres rojos. El
destino de los demás era evidente. La muerte cotidiana era lo frecuente;
curiosamente los casos considerados graves eran los que iban a prisión,
donde se obligaba con tortura a la delación y, finalmente, se ejecutaba
a los presos. Un detenido por el crimen de hablar inglés cuenta como
fue encadenado con unos grilletes que cortaban la piel y torturado
durante meses. El desmayo era su único alivio. Todas las noches los
guardias se llevaban a varios prisioneros a los que nunca volvían a ver.
Él pudo sobrevivir gracias a las fábulas de Esopo y cuentos jemeres
tradicionales que contaba a los adolescentes y niños que eran sus
guardianes.
Los
niños no se libraban de la crueldad del sistema carcelario. Muchos eran
encarcelados por robar comida. Los guardianes los golpeaban y daban
patadas hasta que morían. Los convertían en juguetes vivos, colgándolos
de los pies, luego trataban de acertarles con sus patadas mientras se
balanceaban. En una marisma cercana a la prisión, los hundían y, cuando
empezaban las convulsiones, dejaban que apareciera su cabeza para
sumergirlos de nuevo.
En
los campos, lo que atemorizaba era la imprevisibilidad y el misterio
que rodeaban las innumerables desapariciones. Los asesinatos se llevaban
a cabo con discreción. Era frecuente el uso de los cadáveres como
abono. No obstante, la brutalidad reaparecía en el momento de la
ejecución: para ahorrar balas sólo un 29% eran disparados. El 53% moría
con el cráneo aplastado, el 6% ahorcado, el 5% apaleado.
Camboya, hoy
Pol
Pot al frente de una columna de seguidores, en 1979, poco antes de ser
derrocado. Algunos autores niegan la inclusión del exterminio por
razones políticas dentro del ámbito del genocidio. No hacen más que
seguir las órdenes de la extinta URSS, el único país que, por razones
evidentes, se opuso a incluir a éstos dentro de la definición de
genocidio de la ONU.
La
educación política recibida del Partido Comunista de Kampuchea persiste
aún en Camboya. Los valores humanos han sido sustituidos por un cinismo
y egoísmo que comprometen cualquier tipo de desarrollo. Aún persisten jemeres
rojos parapetados tras campos de minas, lo que ha convertido a este
país en el que posee mayor número de mutilados, sobre todo en
adolescentes y niños.
En
Camboya tuvo lugar el experimento de ingeniería social más atrevido y
radical de todos los tiempos. Fue el comunismo llevado a su consecuencia
lógica, a su mayor extremo. El dinero desapareció y la colectivización
integral se llevó a cabo en sólo dos meses. El gobierno del Angkar duró
tres años y ocho meses y sembró de cadáveres el país: alrededor de dos
millones de muertos para una población total de ocho millones.
PARA SABER MAS SOBRE LOS JEMERES
——— 802 D.C ———
En una montaña cerca de Angkor, un grupo de sacerdotes hindús proclama a Jayavarman II, que ha vuelto de su exilio en Java, rey de la región. El reinado de Jayavarman fue el comienzo del culto jemer al rey-dios.
En una montaña cerca de Angkor, un grupo de sacerdotes hindús proclama a Jayavarman II, que ha vuelto de su exilio en Java, rey de la región. El reinado de Jayavarman fue el comienzo del culto jemer al rey-dios.
——— 877———
Indravarman I funda el imperio jemer. Expande el reino y unifica a su población. Comienza la construcción de grandes almacenes, canales y monumentos reales.
Indravarman I funda el imperio jemer. Expande el reino y unifica a su población. Comienza la construcción de grandes almacenes, canales y monumentos reales.
——— 889———
Yasovarman I traslada su residencia real a Angkor. Establece una red de monasterios budistas y shivaítas, consagrados al dios hindú Shiva. Estos monasterios sirvieron también de cuarteles militares.
Yasovarman I traslada su residencia real a Angkor. Establece una red de monasterios budistas y shivaítas, consagrados al dios hindú Shiva. Estos monasterios sirvieron también de cuarteles militares.
——— H. 928-42 ———
Jayavarman IV instala su corte en KohKer, a 160 Km. al norte de Angkor. Se querella con los nobles jemeres a propósito de la sucesión dinástica.
Jayavarman IV instala su corte en KohKer, a 160 Km. al norte de Angkor. Se querella con los nobles jemeres a propósito de la sucesión dinástica.
——— 944———
Rajendravarman II vuelve a instalar la capital en Angkor, ciudad que conserva su estatus hasta la decadencia del imperio jemer, a comienzos del s. XV.
Rajendravarman II vuelve a instalar la capital en Angkor, ciudad que conserva su estatus hasta la decadencia del imperio jemer, a comienzos del s. XV.
———1002 ———
Suryavarman I se convierte en el primer rey jemer de una nueva dinastía. Favorece el budismo y continuará la expansión del imperio.
Suryavarman I se convierte en el primer rey jemer de una nueva dinastía. Favorece el budismo y continuará la expansión del imperio.
———1050-66———
Los dieciséis años de reinado de Udayadityavarman II están marcados por grandes rebeliones. A pesar de estas
Los dieciséis años de reinado de Udayadityavarman II están marcados por grandes rebeliones. A pesar de estas
constantes luchas, favoreció la edificación de Baphuon. Durante su reinado, los mercaderes musulmanes árabes llegan al sureste asiático.
——— 1113-50———
Suryavarman II, rey guerrero, inicia un gran programa de construcción, que incluye su real templo funerario. Se trata de Angkor Wat, el mayor edificio religioso del mundo.
Suryavarman II, rey guerrero, inicia un gran programa de construcción, que incluye su real templo funerario. Se trata de Angkor Wat, el mayor edificio religioso del mundo.
———1150———
Tras la muerte de Suryavarman II, el imperio jemer es invadido por los thais y los vietnamitas.
Tras la muerte de Suryavarman II, el imperio jemer es invadido por los thais y los vietnamitas.
———1181———
Coronación de Jayavarman VII en Angkor. Durante su reinado, el imperio jemer se expande hasta Malasia. El rey edifica el Bayon, el segundo templo jemer, como monumento real. Manda construir puentes, carreteras, centros de ocio y hospitales. El budismo se convierte en la principal religión. Una de sus esposas, la reina Indradevi, destaca por su comprensión del budismo.
Coronación de Jayavarman VII en Angkor. Durante su reinado, el imperio jemer se expande hasta Malasia. El rey edifica el Bayon, el segundo templo jemer, como monumento real. Manda construir puentes, carreteras, centros de ocio y hospitales. El budismo se convierte en la principal religión. Una de sus esposas, la reina Indradevi, destaca por su comprensión del budismo.
———1296-97———
En Angkor, los embajadores chinos son recibidos con todos los honores durante el reinado de Indravarman III.
En Angkor, los embajadores chinos son recibidos con todos los honores durante el reinado de Indravarman III.
———1369———
Los invasores atacan el imperio y ocupan Angkor.
Los invasores atacan el imperio y ocupan Angkor.
———1389———
Nuevo ataque de Angkor. Arrasan la ciudad y deportan a miles de personas.
Nuevo ataque de Angkor. Arrasan la ciudad y deportan a miles de personas.
———1444———
Los invasores thai atacan Angkor por tercera y última vez. La población de Angkor abandona la ciudad.
Los invasores thai atacan Angkor por tercera y última vez. La población de Angkor abandona la ciudad.
------------------------------------------
El Genocida de Camboya
Pol Pot asesinó, torturó y exterminó a un tercio de la población de Camboya. Al frente de los 'jemeres rojos' lideró un genocidio atroz. Quemó bibliotecas, abolió las medicinas o incluso llevar gafas por considerarlas un símbolo de intelectualidad De 1976 a 1979 masacró en los campos de la muerte a un país entero.
El 15 de abril de 1998, una noticia llegaba a las redacciones de los
diarios: Pol Pot, el dictador camboyano, el antiguo líder de los jemeres
rojos, el responsable de un genocidio que había acabado con uno de cada
tres habitantes de Camboya, había muerto en un campamento cercano a la
frontera tailandesa donde vivía en situación de arresto domiciliario.
Aquel teletipo fue recibido sin demasiado interés: la muerte de Pol Pot
había sido anunciada y desmentida tantas veces que no valía la pena
levantar páginas ni guardar columnas para ofrecerla en primicia. Pero
los rumores se confirmaban: Pol Pot estaba muerto, y, para demostrarlo,
los jemeres rojos exhibieron su cadáver ante un grupo de periodistas
entre los que estaba el español Miguel Rovira.
Aquellos informadores fueron conducidos al campamento jemer en
compañía de una escolta militar de Tailandia, y caminaron por la selva a
través de un pasillo formado por soldados con ametralladoras. Pero el
viaje valió la pena. Al llegar al destino fueron conducidos a una choza
de madera. Allí, ante sus ojos, estaba el cuerpo marchito de uno de los
más terribles genocidas de un siglo que no estuvo falto de ellos. El
cadáver de Pol Pot se encontraba tendido en la cama, cubierto sólo a
medias por una sábana de color indescifrable. Llevaba puesta una camisa y
unos pantalones cortos, y estaba descalzo. Junto a su cabeza, alguien
había colocado dos pequeños ramos de flores y un paipay. Las únicas
pertenencias que conservaba eran unas latas de conservas, una bolsa de
plástico, un barreño y una cesta de mimbre. Unos cuantos guerrilleros
jemeres vigilaban el cadáver, y en una esquina de la cabaña que les
había servido de vivienda, dos mujeres lloraban en silencio. Una era
Sith, la hija adolescente del dictador. La otra, su segunda esposa, Mia
Som, con la que llevaba una década casado en segundas nupcias mientras
su primera mujer, Khieu Ponnary, se consumía recluida en un siniestro
hospital psiquiátrico de Pekín.
Fue Mia Som quien comunicó a los jemeres la noticia del fallecimiento
de Pol Pot. Según su esposa, murió sin enterarse de que abandonaba el
mundo en el que un día había dejado más de dos millones de cadáveres.
Oficialmente, la causa de la muerte fue un infarto, y así lo confirmaron
los médicos tailandeses que se desplazaron al campamento jemer para
confirmar la muerte del genocida y comprobar escrupulosamente su
identidad. Muchos, muchísimos, se sintieron ofendidos por esa última
burla del destino: el criminal, el asesino de niños y ancianos, había
muerto dulcemente mientras dormía, y justo cuando el presidente Bill
Clinton estaba moviendo los hilos para trasladarle a un país donde
pudiera ser juzgado por crímenes contra la humanidad. Sólo unas semanas
antes, The New York Times publicaba que las gestiones para la detención
de Pol Pot estaban muy avanzadas, y que incluso se barajaba su
extradición a Canadá. Pero la suerte había dispuesto las cosas de otra
forma, y Pol Pot murió en su cama por causas naturales. O quizá no.
Porque enseguida empezó a rumorearse que habían sido los jemeres quienes
habían dado muerte a su antiguo líder, evitando así que fuese juzgado y
condenado por un tribunal internacional.
Pol Pot se llamaba en realidad Saloth Sar y había nacido el 19 de
mayo de 1928 en la localidad camboyana de Prek Sbauv, en el seno de una
familia de campesinos acomodados. El pequeño Saloth fue enviado a un
monasterio budista donde se educó durante tres años, y era ya un
adolescente cuando los monjes, al parecer no sin cierto embarazo,
comunicaron a la familia que Saloth Sar no podía seguir sus estudios en
el centro. Le costaba estudiar, explicaron. Intelectualmente, el chico
no daba para mucho. Así que Saloth se trasladó a Phnom Penh, donde su
hermano mayor tenía un buen puesto como funcionario en el palacio real
junto al rey Monivong. Es en esta época cuando tiene lugar una historia
que quizá vaya a marcar para siempre el destino de Saloth Sar: una de
sus hermanas, Sarouen, fue aceptada como integrante del cuerpo de baile
de palacio, y no tardó en convertirse en concubina del rey. En la corte,
Sarouen debió sufrir continuos desprecios por su condición social, y
Saloth, que vivía con ella, era testigo diario de la amargura de la
joven. En el adolescente empezó a fraguarse un odio profundo hacia la
clase dominante que se valía de su posición para humillar a los
inferiores.
En 1949, recién cumplidos los 21 años y gracias a los contactos de su
hermano en el palacio, Saloth Sar recibió una beca para estudiar
radioelectricidad en París. Allí, el estudiante entró en contacto con
las teorías marxistas-leninistas. Su interés por la política desplazó
todo lo demás, y junto a otros compatriotas fundó el Círculo de Estudios
Comunistas. Fue en esta época cuando conoció a la que sería su primera
esposa, Kieu Ponnary.
En 1953, Saloth perdió su beca por no asistir a clase. Regresó a
Camboya unos meses antes de que el país se independizara de Francia, en
1954. Durante un tiempo trabajó como profesor de lengua y literatura
francesa, pero su actividad principal era la que desarrollaba en el
clandestino partido comunista. Seguía leyendo a los teóricos del
marxismo y reorganizando sus propias ideas con respecto a la propiedad
privada, la lucha de clases y el veneno del capitalismo. Un viaje a
China en 1965, donde pudo conocer de cerca el fenómeno de la revolución
cultural y los planes maoístas del "salto adelante", le convenció de que
algo así era posible también en Camboya. Claro que los camboyanos
perfeccionarían hasta el límite el proyecto chino. Un ejército listo
para iniciar la guerra de guerrillas al que se bautizó como los jemeres
rojos sería el elemento fundamental para llevar Camboya al "año cero",
en el que la historia del país empezaría a escribirse otra vez.
En 1970, y con el apoyo de Estados Unidos, el general Lon Nol se hace
con el poder en Camboya mediante un golpe de Estado, descabalgando del
poder al príncipe Sihanouk. Los jemeres rojos tenían ya un nuevo enemigo
al que enfrentarse. La guerra de los jemeres rojos se prolongó hasta
abril de 1975, cuando los rebeldes llegaron a la capital del país.
Mientras, el general Nol salía de Camboya con un millón de dólares en la
maleta y cierta sensación de alivio. A partir de ahora, debió pensar,
que se las compongan como puedan.
El 16 de abril de 1975, cuando las tropas rebeldes entraron en Phnom
Penh, la capital de Camboya vivía suspendida en un remedo de
prosperidad. A pesar de la guerra, la clase media era capaz de mantener
un aceptable nivel de vida. Phnom Penh no era la Arcadia, pero sí una
ciudad relativamente moderna, que conservaba muchos resabios
afrancesados de la época de la colonización, y cuyos puestos callejeros
ofrecían tanto caña de azúcar y grillos tostados como crepes y cruasanes
rellenos. Ésa fue la ciudad que abandonaron las legaciones diplomáticas
al grito de "Sálvese quien pueda". Ésa fue la ciudad que encontraron
los jemeres rojos cuando llegaron con su indumentaria de camisa y
pantalón negros y pañuelo de cuadros negros y rojos. Y ésa fue la ciudad
que ordenaron desalojar en cuestión de horas.
Los habitantes de Phnom Penh se habían lanzado a las calles para
celebrar el fin de la guerra cuando los soldados les informaron de que
había orden de evacuación para todos los ciudadanos. A algunos les
dijeron que la capital iba a ser bombardeada por los americanos, y por
eso se les trasladaba al campo. "Será sólo unos días", aseguraban. Pero
había algo raro en aquel desalojo, en aquel éxodo a la fuerza de dos
millones de personas que recibieron instrucciones de hacer el camino a
pie o en carro de bueyes. Todo el mundo tuvo que marcharse, incluso los
ancianos y los enfermos. Muy pronto empezaron a aparecer en las cunetas
los cadáveres de aquellos que no resistían la marcha a pie. El horror no
había hecho más que empezar.
En la sombra, Saloth Sar y sus acólitos movían los hilos de un plan
demencial. Había cambiado su nombre por el de Pol Pot, proclamado el
nacimiento de la Kampuchea Democrática y declarado el inicio del "año
cero", en el que la historia del país empezaría a reescribirse. Había
que eliminar todos los vestigios del detestable pasado capitalista. Los
vehículos a motor se destruyeron, y el carro de mulas fue nombrado medio
de transporte nacional. Se quemaron bibliotecas y fábricas de todo
tipo, y se prohibió el uso de medicamentos: Kampuchea estaba en
condiciones de reinventar todas las medicinas necesarias para sus
ciudadanos echando mano de la sabiduría popular. Porque sólo los
campesinos permanecían a salvo de la peste capitalista y burguesa que
contaminaba el país. Ésos eran los ciudadanos ejemplares. El resto, un
peligroso despojo de tiempos pasados que había que reeducar o eliminar. Y
eso fue lo primero que Pol Pot ordenó: que se acabara con todos los
elementos subversivos que podían considerarse un lastre para el país.
Durante días se ejecutó a altos funcionarios y a militares. Luego, a
profesores, a abogados, a médicos. Después, a aquellos que sabían un
segundo idioma. Finalmente, se asesinó a todos los que llevaban gafas,
pues los lentes eran síntoma de veleidad intelectual.
Muchas de las ejecuciones se llevaron a cabo en el campo de Toul
Sleng, a unos dos kilómetros de la capital. Las torturas allí
practicadas convierten al doctor Mengele en un simple aficionado a la
sevicia. Nos ahorraremos detalles, pero como prueba del sadismo de los
carceleros baste decir que, nada más entrar en el campo, a todos los
internos se les arrancaban las uñas de las manos. Después vendrían otras
vejaciones durante interrogatorios interminables. Para acabar con
aquellas sesiones de dolor en estado puro, los sospechosos tenían que
reconocer sus relaciones bien con el KGB, bien con la CIA, bien con la
élite política del general Nol. Aquellos desdichados sólo querían que
cesaran las atrocidades y llegase para ellos una ejecución rápida, así
que admitían las más insospechadas majaderías con el único fin de
recibir el liberador disparo en la nuca. En Toul Sleng fueron ejecutados
más de 20.000 prisioneros. Sólo siete personas salieron con vida de
aquel campo de exterminio. Hoy, al visitar el museo del horror donde
estuvo la cárcel, no podemos evitar un estremecimiento al contemplar las
fotografías de los torturadores: adolescentes de mirada perdida, niños
grandes que no habían cumplido los veinte años y se entregaban como
bestias a las labores de infligir dolor.
Todos los ciudadanos de Camboya que no pertenecían a la guerrilla
fueron convertidos en campesinos y obligados a trabajar en los campos de
arroz en jornadas de 12 y 14 horas. Las ciudades quedaron despobladas, y
en las aldeas se organizó una forma de vida muy particular, con
familias separadas, comedores colectivos y sesiones de reeducación en
las cuales se hablaba del Angkar como responsable último del bienestar y
el progreso del país. El concepto de Angkar era completamente
abstracto. El Angkar era el partido, el sistema, el gran hermano. Pol
Pot seguía siendo una figura en la sombra, de la que sólo empezó a
hablarse dos años después de la proclamación del año cero.
La vida se volvió un infierno. La propiedad privada se suprimió de
manera drástica. Nadie tenía nada. Incluso la ropa (el pijama negro y el
pañuelo de los jemeres) era propiedad del Angkar. La comida se
suministraba en los refectorios, y poseer una olla se consideraba un
delito. Muchos no soportaban la escasez de alimentos y las jornadas en
los arrozales, y morían de agotamiento y de hambre. Los hijos perdieron a
sus padres; los padres, a sus hijos. Mostrar dolor por la muerte de un
familiar también estaba penado: era un síntoma de debilidad. Las
raciones de comida eran tan miserables que hubo casos de canibalismo. Se
regularon incluso las relaciones sexuales (que sólo podían mantenerse
con fines reproductivos) y se obligó a los jóvenes a casarse para traer
al mundo a nuevos ciudadanos de Kampuchea. Incluso se estableció que
cada ciudadano debía producir dos litros de orina diarios, que cada
mañana debían ser entregados al jefe de la aldea para fabricar abonos.
Los niños, cuyas mentes no estaban contaminadas por el pasado
capitalista, fueron sometidos a un lavado de cerebro: el partido velaba
por ellos, y los traidores al Angkar eran merecedores de los peores
castigos. Despojados de la capacidad de sentir por aquel entrenamiento
bárbaro, críos de diez años acababan denunciando a sus propios padres
por robar comida, y aplicando sanciones a los que infringían las normas
de conducta. Se creó una raza de criaturas alienadas y violentas,
capaces de rebanar el pescuezo a quien fuese capaz de traicionar a Pol
Pot robando una fruta o un puñado de arroz crudo. Niños y niñas de ocho
años fueron entrenados en el arte de la lucha contra los llamados youns:
los extranjeros, culpables de buena parte de los males que habían
sacudido al país en el pasado.
Pol Pot y los jemeres rojos estuvieron en el poder 44 meses. El 7 de
enero de 1979, la intervención militar vietnamita obligó al tirano a
salir del país y poner fin al genocidio. No hay cifras exactas de
cuántas personas murieron bajo el terror rojo, pero se sabe que más de
dos millones perdieron la vida ejecutados o en los campos de la muerte:
un tercio de la población del país. El ansia de exterminio de Pol Pot
llegó a extremos inconcebibles. Al saber que algunos camboyanos habían
conseguido huir a Tailandia, mandó sembrar en las fronteras 10 millones
de minas para detener a los prófugos.
La película de Roland Joffe Los gritos del silencio brindó en 1984 un
estremecedor retrato de la situación en Camboya durante la dictadura de
Pol Pot a través de la historia real de un periodista, Dieth Pran,
confinado en un campo de trabajo. Su papel fue interpretado por el
doctor Haing S. Ngor, refugiado camboyano y víctima también de la
represión polpotista. Al recoger el oscar con que la Academia premió su
trabajo, declaró: "Una película no basta para describir el sangriento
golpe comunista de Camboya. Es real, pero no es realmente suficiente. Es
cruel, pero no es suficientemente cruel".
Cuando la pesadilla terminó, Camboya tuvo que admitir su condición de
país arrasado material, científica y tecnológicamente, pero también
humanamente. De los más de 500 médicos con los que contaba en 1975, sólo
54 habían sobrevivido a la masacre de los esbirros de Pol Pot. Tampoco
había profesores, ni ingenieros, ni funcionarios cualificados. Por no
haber, no había ni deportistas: Camboya renunció a su participación en
los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976 y de Moscú en 1980. Todos los
atletas de los equipos nacionales habían sido exterminados. Practicar
deporte también era una ocupación burguesa en la Kampuchea de Pol Pot.
Quien viaje a Camboya y tenga un mínimo interés en contactar con los
camboyanos, descubrirá que prácticamente todas las familias del país
fueron destrozadas por Pol Pot. Es algo tan habitual que cualquiera
habla sin reparos de su situación: "Mataron a mis padres, a mis tíos y a
mis dos hermanos mayores"; "Sólo sobrevivimos mi padre y yo"; "Me quedé
solo y me recogieron unos primos de mi madre". El país está sembrado de
recuerdos de la desdicha, y no hay una sola persona que no pueda contar
la suya. La tragedia colectiva del país está ahí, sostenida por miles,
millones de dramas individuales. Quizá por eso, desde mediados de los
ochenta se instauró una fecha terrible: el Día Nacional del Odio. Se
celebra el 20 de enero en el campo de tortura de Tuol Ulong. Luego,
íntimamente, cada camboyano honrará a su modo a los parientes asesinados
y descargará su alma con insultos y maldiciones al tirano que torció el
rumbo de todo un país.
Siete años después de su muerte, puede decirse que nadie ha
conseguido hacer un retrato completo de Pol Pot, ni siquiera entender
del todo cómo pudo dirigir un genocidio de su propio pueblo. Al parecer,
no tenía una personalidad subyugante ni arrolladora, no era un líder
carismático ni un prodigio de inteligencia. Su fuerza parecía residir en
su capacidad de odiar. De dónde viene esa misantropía, es difícil
saberlo. Quizá arrancó de su pasado campesino, de su conciencia de
inferior, del recuerdo de su hermana despreciada por los superiores en
la escala social. Su frase favorita era: "El que protesta es un enemigo;
el que se opone, un cadáver".
Pol Pot nunca se arrepintió de sus crímenes. Su esposa aseguró que
había muerto feliz y satisfecho con su vida, y en una entrevista con la
revista Far East Economic Review (la única que concedió en 19 años)
afirmaba que hablar de millones de muertos era una exageración. "Tengo
la conciencia tranquila", añadió. Se equivocan quienes piensan que la
llegada de la vejez sirve a todo el mundo para recapitular. Los
monstruos no lo hacen. Quizá porque los monstruos, como los tiranos, no
tienen edad.
Siguiendo la tradición camboyana, el cuerpo de Pol Pot fue
incinerado. El tiempo, el calor y la humedad de la jungla habían
empezado a descomponer el cadáver cuando se le trasladó a una pira
funeraria que bien poco aportaba al escenario de una ceremonia solemne:
como material de combustión se usaron unos cuantos muebles viejos,
neumáticos usados y una colchoneta. Los despojos del asesino
desaparecieron en medio del olor nauseabundo de la goma quemada y de una
espesa humareda negra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario