La intervención terminó en septiembre de 1966, cuando la primera Brigada de la 82ª División Aerotransportada, último remanente de la unidad estadounidense en el país, fue retirada.
Antecedentes
Después de un período de inestabilidad política tras el asesinato del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1961, el candidato Juan Bosch, fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), fue elegido presidente en diciembre de 1962 y posesionado en febrero de 1963.
Un grupo de militares conservadores junto a la poderosa élite de la
oligarquía dominicana y la jerarquía católica, descontentos con las
medidas tomadas por el nuevo gobierno de Bosch, fraguaron un golpe de
estado que desembocó en una guerra civil.
Al inicio de la sublevación contra Bosch, el general Wessin y Wessin controlaba el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas
conocido por las siglas CEFA, grupo élite de unos 2,000 efectivos de
infantería altamente capacitado. Esta organización cuasi-independiente,
originalmente establecida por Ramfis Trujillo,
hijo del ex dictador, se formó para proteger al gobierno. Estacionados
en la Base Aérea de San Isidro, se diferenciaban de las unidades del
ejército regular, por estar equipados con tanques, cañones sin retroceso
y artillería, así como por sus propios aviones de ataque. Elías Wessin
declaró:
" La doctrina comunista, marxista-leninista, castrista, o como sea que se llame, está ahora fuera de la ley".
Posteriormente, el poder fue entregado a un triunvirato civil. Los
nuevos líderes rápidamente abolieron la nueva constitución, llamada del
63. Los dos años siguientes estuvieron marcados por una fuerte
inestabilidad política con numerosas huelgas y conflictos.
Donald Reid Cabral,
quién llegó en un momento a ser cabeza de la junta, fue impopular para
la mayoría de los oficiales de alto rango en el ejército por su intento
de recortar sus privilegios. Reid sospechó que algunos o todos de estos
oficiales tratarían de derrocarlo en la primavera de 1965. Con la
esperanza de evitar un golpe de Estado, el 24 de abril de 1965, envió a
su jefe de Estado mayor, general Marcos Rivera, para cancelar a cuatro
oficiales considerados como conspiradores. Estos no se rindieron, sino
que tomaron un campamento militar al noroeste de Santo Domingo y
capturaron a Rivera.
Inmediatamente, el Partido Revolucionario Dominicano y el Movimiento Revolucionario 14 de Junio
pusieron un gran número de civiles armados en las calles, dando lugar a
la creación de los primeros escuadrones de la armada rebelde, que
fueron conocidos en términos generales como "Comandos". Estos fueron, a
veces, bandas de adolescentes bien armadas. El Movimiento Popular Dominicano distribuyó cócteles molotov a las multitudes y los militares rebeldes establecieron posiciones defensivas en el Puente Duarte.
Los rebeldes pro-Bosch, conocidos como "constitucionalistas" por
abogar por la restauración del presidente Bosch y la restauración de la
constitución del 63, salieron a las calles, apoderándose rápidamente del
Palacio Nacional y de los medios de comunicación del gobierno en la capital. Los militares leales a la junta de Reid y los opositores a los constitucionalistas adoptaron el apodo de "leales".
El coronel Francisco Alberto Caamaño y el coronel Manuel Ramón Montes Arache, comandante del Cuerpo de Comandos de Hombres Ranas de la Marina de Guerra Dominicana,
se constituyeron en líderes de los constitucionalistas . Reid fue
capturado en el palacio presidencial por las fuerzas rebeldes comandadas
por Caamaño. No obstante, el general Wessin y Wessin, jefe de las
Fuerzas Armadas, tomó la posición vacante que había dejado Reid,
convirtiéndose en el jefe de facto del estado.
Bosch, todavía en el exilio en Puerto Rico, convenció a José Rafael Molina Ureña,
un líder partidista, para que se convirtiera en presidente provisional
hasta su retorno. En los días que siguieron, los constitucionalistas se
enfrentaron con agentes de seguridad interna y con los militares de
derecha del CEFA. Ya para el 26 de abril de 1965, los civiles
armados, habían superado en número a los regulares militares rebeldes.
Radio Santo Domingo, ahora bajo el control total de los rebeldes,
comenzó a incitar a acciones violentas y a dar muerte a todos los
policías.[cita requerida]
Ambas partes estaban fuertemente armadas y muchos civiles quedaron
atrapados en el fuego cruzado. El gobierno de Washington comenzó los
preparativos para la evacuación de sus ciudadanos y otros extranjeros
que pudieran estar deseando salir de la República Dominicana. El grado
de participación de los "comunistas", incluyendo el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, había sido cuestionada.
El presidente provisional constitucionalista Molina Ureña y el
coronel Caamaño pidieron al embajador de Estados Unidos la intervención
estadounidense para detener los ataques de la Fuerza Aérea Dominicana a
las áreas constitucionalistas. El embajador de EE.UU. se negó.
Totalmente consternado por este rechazo, Molina Ureña renunció. En la
base de San Isidro, los generales leales de la Fuerza Aérea eligieron el
coronel Pedro Bartolomé Benoit para encabezar una nueva junta "lealista".
El 28 de abril, la Fuerza Aérea Dominicana reanudó el bombardeo en
las posiciones rebeldes en Santo Domingo mientras por otro lado civiles
armados rebeldes invadieron una estación de policía y ejecutaron
sumariamente a los policías. De los 30,000 soldados, pilotos y policías
dominicanos, al inicio de la guerra civil, el general Wessin y Wessin
terminó teniendo bajo su mando a menos de 2,400 soldados y sólo 200
policías nacionales.
Las primeras acciones militares de los Estados Unidos se limitaron a
la evacuación de estadounidenses y otros civiles extranjeros en la
ciudad de Santo Domingo. Se estableció una zona de aterrizaje en el
Hotel Embajador, ubicado en la periferia occidental de Santo Domingo.
Los "lealistas" fallaron en recuperar el control de Santo Domingo y un desmoralizado CEFA se retiró a la base en San Isidro, en el lado este del río Ozama. El general Wessin y el último líder del depuesto régimen gubernamental, Donald Reid - mejor conocido como "El Americano" - solicitaron entonces la intervención de Estados Unidos.
Oficiales del Servicio Médico reunidos cerca de Santo Domingo a principios de mayo de 1965.
Ocupación
La decisión de intervenir militarmente en la República Dominicana fue
una decisión personal del presidente de los Estados Unidos' Lyndon
Johnson.[cita requerida]
Este, convencido de la derrota de las fuerzas leales y por temor al
surgimiento de "una segunda Cuba" en el caribe, ordenó a las fuerzas
armadas estadounidense la restauración el orden.
Hasta ese momento, todos los asesores civiles habían estado en contra
de la intervención inmediata, abrigando la esperanza de que la parte
lealista pudiera poner fin a la guerra civil. El presidente Johnson, sin
embargo, siguió el consejo de su embajador en Santo Domingo, W. Tapley
Bennett, quien argumentó la ineficiencia y la indecisión de los líderes
militares dominicanos. Bennett sugirió que los EE.UU. interpusieran sus
fuerzas entre los rebeldes y los de la Junta, y que aplicaran así un
alto el fuego. Luego, los Estados Unidos pidieron a la Organización de Estados Americanos la negociación de un acuerdo político entre las facciones opuestas.
El jefe de Estado Mayor general Wheeler le dijo al general Palmerde la CINCLANT en relación a la intervención militar:
"su ocupación sin previo aviso es para evitar que la República Dominicana se vuelva comunista."
El 29 de abril, bajo el argumento oficial de la necesidad de proteger
las vidas de los extranjeros - ninguno de los cuales había sido muerto o
herido- una flota de 41 buques fue enviada para bloquear la isla y de
esta forma comenzó la invasión de infantes de marina y parte de la 82ª División Aerotransportada. También, se desplegaron alrededor de 75 miembros de la compañía "E" del 7th Special Forces Group. En definitiva, se terminó por enviar a Santo Domingo un contingente de 42,000 soldados e infantes de marina . .
El presidente Lyndon B. Johnson declaró esa noche que había dado
órdenes para el desembarco de infantes de marina en Santo Domingo con la
finalidad de proteger la vida de ciudadanos norteamericanos y que la
OEA había sido informada había sido informada de esa situación. Otras
versiones afirman la invasión se efectuó de forma unilateral y que los
delegados de la OEA se enteraron de la invasión por radio y por
televisión luego del discurso de Johnson. No obstante, poco después, los
Estados Unidos junto con la OEA, formaron una fuerza militar
interamericana para la intervención en la República Dominicana.
Las fuerzas constitucionalistas resistieron la invasión. A media
tarde del 30 de abril, se negoció un alto al fuego, auspiciado por el
nuncio apostólico en el país. El 5 de mayo fue firmado el «Acto de Ley»
de Santo Domingo por el coronel Benoit (lealista), el coronel Caamaño
(constitucionalista) y el comité especial de la OEA. Este acto buscaba
un total cese de fuego, el reconocimiento de una «Zona de Seguridad
Internacional», un acuerdo para ayudar a los organismos de socorro y la
inviolabilidad de las misiones diplomáticas. La Ley estableció el marco
para futuras negociaciones, pero no pudo detener todos los
enfrentamientos. Los francotiradores constitucionalistas continuaron
disparando contra las fuerzas de Estados Unidos, aunque los
enfrentamientos entre las facciones dominicanas disminuyeron por un
tiempo.
Ante la imposiblidad de alcanzar una victoria militar, los rebeldes constitucionalistas eligieron a su líder Francisco Alberto Caamaño como presidente del país. Los oficiales de Estados Unidos contrarrestaron está acción declarando al general Antonio Imbert Barrera
como presidente. El 7 de mayo, Imbert fue juramentado como presidente
del «Gobierno de Reconstrucción Nacional». El siguiente paso en el
proceso de "estabilización", según lo previsto por el gobierno de
Washington y la OEA, fue arreglar un acuerdo entre Caamaño e Imbert para
la formación de un gobierno provisional. Sin embargo, Caamaño se negó a
reunirse con Imbert hasta que varios de los oficiales "leales",
incluyendo Wessin y Wessin, fueran obligados a abandonar el país.
El 13 de mayo el general Imbert comenzó la «Operación Limpieza», con
la que sus fuerzas alcanzaron cierto éxito en la eliminación de focos de
resistencia rebelde en las afueras del sector de Ciudad Nueva, y el
silencio de Radio Santo Domingo. La operación terminó el 21 de mayo.
El 14 de mayo los estadounidenses establecieron un "corredor de seguridad" que conectaba la Base Aérea de San Isidro y el Puente Duarte con el Hotel Embajador y la Embajada de Estados Unidos en el centro de Santo Domingo,
los estadounidenses acordonaron esencialmente la zona
constitucionalista de Santo Domingo. Se bloquearon las carreteras,
establecieron patrullaje de forma continua. Unas 6,500 personas de
muchas naciones fueron evacuadas y puestas a salvo. Además, las fuerzas
armadas estadounidense suministró ayuda por vía aérea a gran parte de
nacionales dominicanos.
A mediados de mayo, la mayoría de la OEA votó a favor de llevar
adelante la operación, la reducción de las fuerzas estadounidenses y su
sustitución por una Fuerza Interamericana de Paz (IAPF). La Fuerza Interamericana de Paz quedó establecida formalmente el 23 de mayo y sus tropas fueron enviadas por: Brasil - 1,130, Honduras - 250, Paraguay - 184, Nicaragua - 160, Costa Rica - 21 policías militares, y El Salvador
- 3 oficiales de Estado Mayor. El primer contingente en llegar fue una
compañía de fusileros de Honduras, que fue respaldada luego por
destacamentos de Costa Rica, El Salvador y Nicaragua. Brasil presentó la
mayor cantidad de efectivos con un batallón de infantería reforzada. El
general brasileño Hugo Alvin asumió el mando de las fuerzas terrestres
de la OEA y el 26 de mayo las fuerzas armadas de EE.UU. comenzaron a
retirarse.
Los combates continuaron hasta el 31 de agosto de 1965, cuando se
declaró una tregua. La mayoría de las tropas estadounidenses abandonaron
poco después y las operaciones de mantenimiento de paz fueran
entregadas a las tropas brasileñas, aunque con una presencia militar de
EE.UU. que se mantuvo hasta septiembre de 1966.
No obstante, frente a las continuas amenazas y ataques, incluyendo un ataque particularmente violento en el Hotel Matum en Santiago de los Caballeros, Camaaño aceptó un acuerdo impuesto por el gobierno de EE.UU.. y el nuevo presidente provisional dominicano, García Godoy, envió al coronel Caamaño como agregado militar en la embajada dominicana ante el Reino Unido.
En las elecciones presidenciales celebradas en 1966 y con el apoyo abierto del gobierno estadounidense, la candidatura de Joaquín Balaguer, quien había sido presidente títere durante la era de Trujillo, resultó ganadora por encima de Juan Bosch.
Bosch nunca recuperó el poder.
Este hecho dio lugar a una relativa
estabilidad política aparejada a una fuerte represión por parte del
gobierno de Balaguer, quien se convirtió en una figura preponderante en
el quehacer político dominicano durante décadas.
Causas y consecuencias de la invasión norteamericana de 1965 en la República Dominicana.
Con la excusa de que había comunistas
envueltos en el derrocamiento de Donald Reid Cabral, Estados Unidos
invadió el país en abril de 1965.
El profesor Juan Bosch,
fue derrocado siete meses después de haberse juramentado como
presidente constitucional de la República Dominicana, el 24 de
septiembre de 1964, por una facción de las Fuerzas Armadas liderada por
Elías Wessin y Wessin.
Bosch fue el primer Presidente electo democráticamente luego de los 30 años de la dictadura Rafael Leónidas Trujillo.
Este hecho tuvo como precedente la promulgación de la Constitución
de 1963, que establecía entre otras cosas, la libertad política,
religiosa y de expresión, el derecho a la vivienda, la igualdad entre
hijos naturales y los nacidos bajo matrimonio, así como el retorno de
los disidentes políticos y exiliados durante el régimen trujillista.
También esta Carta Magna favorecía a los campesinos y trabajadores.
Prohibía, además, los monopolios, la apropiación de extensivas
tierras y otros tantos proyectos innovadores que provocaron que diversos
sectores acusaran al profesor Bosch y a su gobierno de comunistas.
Asestado el golpe, Bosch sale al exilio a la isla de Puerto Rico.
Con el apoyo de los partidos minoritarios que perdieron en las
elecciones de diciembre, las fuerzas armadas nombran un triunvirato para
gobernar el país presidido por Emilio de los Santos e integrado por los
doctores Ramón Tapia Espinal y Manuel Tavares Espaillat.
Éste Gobierno se caracterizó por hacer una mala administración
pública, siendo arropado por la corrupción y represión contra el pueblo,
dado estos hechos, el pueblo se manifestó en su contra con protestas en
las calles.
El 29 de noviembre de 1964 la agrupación política 14 de Junio,
llamada años más tarde 1J4, se levanta en armas en las montañas
dominicanas declarando guerra abierta contra el triunvirato.
El 21 de diciembre, Manuel Aurelio Tavárez Justo,
líder del movimiento y viudo de Minerva Mirabal, asesinada por el
régimen trujillista, es fusilado en la sección Las Manaclas en la
Cordillera Central.
Este asesinato provoca una gran indignación popular y motiva la
renuncia del presidente del triunvirato, Emilio de los Santos. En el
levantamiento guerrillero mueren 32 dirigentes y militantes de la
agrupación política 14 de Junio.
Con el ascenso del doctor Donald Reid Cabral
a la presidencia del triunvirato la situación económica del país se
deteriora; se llega a acuerdos con el Fondo Monetario Internacional
(FMI), mientras que la miseria que sufrían los sectores marginados se
agudizó.
Por otro lado, la corrupción administrativa motivó a un grupo de
jóvenes oficiales que bajo la coordinación del brillante y joven
oficial, coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez,
se sumieron en actividades conspirativas en los cuarteles con el fin de
atender el clamor popular cada vez más poderoso, exigiendo la
Constitución del 63 sin elecciones, así hicieron sucumbir al triunvirato
presidido por Reid Cabral.
El 28 de abril de 1965, cuatro días después de iniciado el movimiento
cívico-militar que acabó con el gobierno encabezado por Reid Cabral,
con la excusa de la presencia de unos 53 dominicanos supuestamente
comunistas, el gobierno de los Estados Unidos invadió República
Dominicana.
Motivada en este hecho y por el temor de que en el país fuera a
suceder algo similar al fenómeno socio-político registrado en Cuba en
1959, la administración del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson
ordenó el desembarco de la 82 División Aerotransportada de los Estados
Unidos, con lo que por segunda ocasión en el siglo XX se violaba la
integridad territorial de la nación dominicana. La invasión
norteamericana buscaba preservar su dominio sobre suelo dominicano.
Uno de los hechos de mayor importancia para los militares
constitucionalistas fue su reintegración a las Fuerzas Armadas con el
respeto de sus rangos; la realización de un “Acto Institucional”
inspirado en las libertades, derechos políticos y civiles consagrados en
la Constitución de 1963.
Esta intervención terminó el 21 de septiembre de 1966, fecha en que
se completó la retirada de tropas de la llamada Fuerza Interamericana de
Paz, y con el acenso del doctor Joaquín Balaguer a la presidencia de la
República Dominicana el 1 de junio de 1966.
El Opus Dei es una prelatura personal de la Iglesia católica. Fue
fundado en Madrid el 2 de octubre de 1928 por san Josemaría Escrivá de
Balaguer. Su misión consiste en difundir el mensaje de la llamada
universal a la santidad y al apostolado en medio del mundo. Es
decir, que todo cristiano está llamado a vivir como hijo de Dios en la
vida ordinaria, transformando el trabajo y las circunstancias corrientes
de su existencia en ocasión de encuentro con Dios, de servicio a los
demás y de evangelización.
A la vez que exhorta a sus fieles a practicar una intensa vida de
oración, y les ofrece los oportunos medios de formación cristiana y
espiritual (clases, retiros espirituales, atención sacerdotal, etc.) les
anima a comprometerse con los demás hombres y mujeres de su tiempo en
la renovación y mejora de la cultura, de la civilización y de las
realidades sociales, vivificándolas con el amor y la verdad que Cristo
ha traído a la tierra.
En la actualidad, los fieles de la Prelatura son más de 85.000 en los
cinco continentes. La sede central se encuentra en Roma (Viale Bruno
Buozzi 75). Allí está también la iglesia prelaticia de Santa María de la
Paz.
El Opus Dei es una prelatura personal de la Iglesia
católica. Fue fundado en Madrid el 2 de octubre de 1928 por san
Josemaría Escrivá de Balaguer. Su misión consiste en difundir el mensaje
de la llamada universal a la santidad y al apostolado en medio del
mundo. Es decir, que todo cristiano está
llamado a vivir como hijo de Dios en la vida ordinaria, transformando el
trabajo y las circunstancias corrientes de su existencia en ocasión de
encuentro con Dios, de servicio a los demás y de evangelización.
A la vez que exhorta a sus fieles a practicar una intensa vida de
oración, y les ofrece los oportunos medios de formación cristiana y
espiritual (clases, retiros espirituales, atención sacerdotal, etc.) les
anima a comprometerse con los demás hombres y mujeres de su tiempo en
la renovación y mejora de la cultura, de la civilización y de las
realidades sociales, vivificándolas con el amor y la verdad que Cristo
ha traído a la tierra.
En la actualidad, los fieles de la Prelatura son más de 85.000 en los
cinco continentes. La sede central se encuentra en Roma (Viale Bruno
Buozzi 75). Allí está también la iglesia prelaticia de Santa María de la
Paz.
1928.2 de octubre: Josemaría Escrivá de Balaguer ve
que Dios le llama a dar vida a un camino de santificación dirigido a
toda clase de personas en el trabajo profesional y en el cumplimiento de
los deberes ordinarios del cristiano. El nombre “Opus Dei” es algo
posterior: no empezó a usarlo hasta comienzos de los años treinta,
aunque desde el primer momento, en sus anotaciones y en sus
conversaciones sobre lo que le pedía el Señor, hablaba de la Obra de
Dios.
1930. 14 de febrero: en Madrid, mientras celebra la
Santa Misa, Dios le hace entender que el Opus Dei está dirigido también a
las mujeres.
1933. Se abre el primer centro del Opus Dei, la
Academia DYA, dirigida especialmente a estudiantes, donde se imparten
clases de Derecho y Arquitectura.
Miembros y amigos del Opus Dei en la Residencia DYA de Madrid, en 1935.
1934. DYA se convierte en residencia universitaria.
Desde allí, el fundador y los primeros miembros ofrecen formación
cristiana y difunden el mensaje del Opus Dei entre los jóvenes. Parte de
esa tarea es la catequesis y la atención a pobres y enfermos en los
barrios extremos de Madrid.
Se publica en Cuenca Consideraciones espirituales, precedente de Camino.
1936. Guerra civil española: se desata la persecución
religiosa y san Josemaría se ve obligado a refugiarse en diversos
lugares. Las circunstancias imponen suspender momentáneamente los
proyectos del fundador de extender la labor apostólica del Opus Dei a
otros países.
1937. El fundador y algunos fieles del Opus Dei cruzan
los Pirineos por Andorra y pasan a la zona en la que la Iglesia no es
perseguida.
1938. Recomienzo del trabajo apostólico desde la ciudad de Burgos.
1939. Josemaría Escrivá de Balaguer regresa a Madrid.
Expansión del Opus Dei por otras ciudades de España. El estallido de la
Segunda Guerra Mundial impide el comienzo en otras naciones.
1941. 19 de marzo: el obispo de Madrid, mons. Leopoldo Eijo y Garay, concede la primera aprobación diocesana del Opus Dei.
1943. 14 de febrero: durante la Misa, el Señor hace ver
a san Josemaría una solución jurídica que permitirá la ordenación de
sacerdotes del Opus Dei.
1944. 25 de junio: el obispo de Madrid ordena
sacerdotes a tres fieles del Opus Dei: Álvaro del Portillo, José María
Hernández de Garnica y José Luis Múzquiz.
1945. Inicio de la expansión del Opus Dei por Europa y América.
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HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI
Autor: Alberto Moncada
INTRODUCCIÓN
Analizar el Opus Dei no es sólo un ejercicio de sociología
de la religión, ni siquiera de la religiosidad española
contemporánea. Es cierto que el fenómeno hunde
sus raíces en la mezcla de patriotismo imperial y respetabilidad
burguesa adoptada por el bando vencedor en la guerra civil.
Pero los cincuenta años largos de existencia de la
institución dan pie al analista para describir dos
o tres usos de la Obra, seminalmente contenidos en ella, que
se han revelado mucho más importantes que los propósitos
diseñados por el fundador.
Cuando redacté mi primer estudio (El
Opus Dei. Una interpretación), publicado por
Índice en 1974, después de sufrir unos años
de censura, yo era bastante tributario de esa mezcla de cristianismo
utópico y metodología marxista que predominaba
en la sociología latinoamericana de los años
sesenta y primeros setenta. A su luz, el Opus era la negación
flagrante del espíritu evangélico, un epifenómeno
de la burguesía oligárquica y, por supuesto,
un ejemplo más de la funcionalidad del aparato eclesiástico
a las dictaduras de derechas. Mi libro, como otros publicados
en esa época, reiteraba una y otra vez la contradicción
entre la disposición ascética de los opusdeístas
de a pie y la estrategia directiva para el uso de aquellas
energías y lo interpretaba como un caso más
de manipulación autoritaria de los grupos, de los muchos
catalogados en el ancho inventario que por entonces confeccionaba
la sociología progresista.
Años más tarde, mi segundo intento, un relato
novelado (Los hijos
del Padre, Argos Vergara, 1977), presentaba un escenario
más complejo, un laboratorio de comportamientos en
el que el fervor religioso, la necesidad de pertenecer, el
ansia de medro y la fuerza de las estructuras sociales se
aliaban para generar unas relaciones entre el Opus y sus clientelas
mucho más complicadas y hasta morbosas. Aquello dejaba
de ser un fenómeno español para transformarse
en una organización simbiótica, de las que hacen
las delicias de los investigadores sociales.
Como tal, caben diversas hipótesis interpretativas
de su persistencia en el entramado de la sociedad contemporánea
y todas ellas han sido comentadas públicamente, pese
al hermetismo y la privatización de la información
que practican sus fieles.
Como ocurre en tantas organizaciones, su trayectoria ha sido
modelada, no tanto por las intenciones fundacionales cuanto
por el terreno en el que operan y la necesidad de acoplarse
a él, de sobrevivir, en último término.
De ahí la frecuencia con la que los portavoces oficiales
se enfadan cuando los observadores sacan sus conclusiones,
no de la doctrina y las declaraciones autorizadas, sino del
comportamiento de los socios.
Este tercer intento descriptivo no tiene más valor
que el de servir de trama para una urdimbre de calidad excepcional.
Por primera vez, cinco personas importantes en la trayectoria
opusdeísta me han permitido contar en público
las conversaciones que sobre el asunto hemos mantenido en
privado. Sin esos testimonios, que no son sistemáticos
-quizá lo sean en su día, si lo desean ellos-,
este texto apenas tiene otro valor que el de la ratificación
de lo obvio, de ese consenso que existe ya entre los conocedores
del fenómeno.
Los cinco personajes reflexionan sobre su peripecia, sobre
las cosas que ocurrían en la Obra y el porqué,
sobre el entramado de intereses que se fue constituyendo en
torno a la primitiva fundación. Iba siendo necesario
dar un mentís autorizado a esa versión monocorde
y arcana de los voceros de la institución que es, lisa
y llanamente, contraria a la verdad histórica.
Fisac es un conocido arquitecto que entró en el Opus
de la primera hora y se apartó de él a causa
de los conflictos morales que él mismo relata. Antonio
Pérez, estrella que fue del ascenso temporal de la
Obra, tuvo que sufrir una de las persecuciones más
tenaces cuando se apartó de ella en el ejercicio de
un doloroso viaje de autoesclarecimiento. María del
Carmen Tapia, pasó de directora del Opus a reclusa
en la misma institución, en una peripecia abracadabrante.
Raimundo Panikkar fue la otra estrella, la intelectual, de
ese primer grupo de opusdeístas de la posguerra y sus
aventuras teológicas, en las que persiste, le alejaron
dramáticamente de la institución. Finalmente,
Francisco José de Saralegui, cristiano viejo, tuvo,
casi hasta su misma salida, intervención importante
en la actividad económica de la Obra.
No ha sido fácil obtener estos testimonios. Todos
los personajes tienen, como es natural, una posición
ambivalente respecto a un fenómeno que a la vez que
critican desde una lucidez madura, ha significado tanto en
sus propias biografías, y en especial en la dimensión
emocional de ellas. Por otra parte, todos ellos siguen siendo
católicos practicantes, Panikkar sigue siendo sacerdote,
y sus ejecutorias profesionales se desarrollan en el marco
institucional de la sociedad contemporánea. No hay
aquí, pues, discursos radicales ni desapegos desenfadados.
Hay lucidez, análisis, cierta amargura -la inevitable
amargura de la madurez-, y siempre comprensión hacia
los antiguos compañeros, aunque éstos les hayan
ofendido, perjudicado o desconocido después.
Esta historia oral es, por el momento, la única alternativa
a la historia documental del Opus Dei. Sería muy interesante
que se abriera para la ciencia parte al menos del monumental
archivo que tan celosamente se guarda en la casa romana de
Bruno Buozzi. Allí están, con las constituciones
y las sucesivas ediciones de las Instrucciones de Gobierno,
la colección de Notas y Avisos que ejemplifican, año
tras año, no sólo un estilo de gobernar sino
también las ideas que Escrivá iba teniendo sobre
lo que pasaba o debía pasar en la Iglesia, en la política
española, en la moral pública y privada y, sobre
todo, en las casas y en las vidas de sus súbditos.
Nada de esto, ni tampoco la correspondencia entre los diversos
centros de poder opusdeísta van a estar pronto al alcance
de los historiadores.
Las dos o tres revistas mensuales que la Obra edita en la
imprenta de la casa central, para consuelo y estímulo
de sus socios y amigos selectos, ofrecen un relato de éxitos
apostólicos y noticias internas cuyo análisis
podría ser también interesante para el estudioso.
Nada de eso va por ahora a ver la luz pública. La
reducción de la información oficial al panegírico
es una invención del mundo mercantil que grupos políticos
y religiosos practican hoy con la misma asiduidad y que naturalmente
hacen más difícil la tarea del periodista y
del historiador.
Por ello, repito,.esta historia oral resulta, hoy por hoy,
una importante contribución al conocimiento de un fenómeno
que, en lo profundo, representa la persistencia de la organización
patriarcal, de la familia, como fórmula de negociación
que se superpone a las otras estructuras sociales, transformando
relaciones políticas, mercantiles y, por supuesto,
aventuras intelectuales y religiosas, en una afirmación
de la "cosa nostra".
De este tipo de organizaciones y estilos están plagadas
nuestras democracias industriales, pese a su aparente repudio
de los poderes fácticos, y el caso de .España
es paradigmático al respecto.
Los opusdeístas se reconocen a sí mismos como
miembros de una familia, antes de cualquier otra definición,
una familia en la que el padre es el personaje principal.
La historia de estos primeros cincuenta años del Opus
Dei no es sino una biografía ampliada de Monseñor
Escrivá, de su evolución psicológica,
de sus relaciones con propios y extraños y de la obediencia
incondicionada de sus gentes. Esta obediencia, esta devoción
al Padre, nutrida de los más viejos materiales del
patriarcado tradicional, se convierte en razón de vivir
para sus hijos, en clave para sus vivencias religiosas y termina
oscureciendo cualquier otro modo de entender la vocación
del Opus Dei. El culto a la personalidad del Padre, en el
que los analistas ven la mayor dificultad para una modificación
de la trayectoria opusdeísta, se engendró en
el espíritu de ese hombre, cuya fe en su destino, le
hacía decir: "He conocido a siete papas, cientos
de cardenales, miles de obispos. Pero fundadores del Opus
Dei sólo hay uno."
Hoy se ha puesto de moda seleccionar un particular suceso
para simbolizar eso que se llama el fin de la transición
española del franquismo a la democracia. Hay como una
especie de prisa por cerrar un periodo en el que pudieron
haber ocurrido otras cosas de las que ocurrieron. Lo que sucedió
fue, naturalmente, la consolidación de un pacto global
de intereses en el que las fuerzas más renovadoras
aceptaron un compromiso con los poderes más concluyentes
del pasado inmediato en beneficio de lo que muchos consideraban
la única solución viable. Mi particular símbolo
de ese cierre del período es la visita de Luis Valls
Taberner -mi banquero, como le llamaba Escrivá- a la
sede del PSOE y su encuentro, semblantes satisfechos, con
Alfonso Guerra, incorporado ya al archivo gráfico de
la época. Valls felicita al político socialista
en la calle de Ferraz, a pocos metros de donde estaba situada,
cincuenta años antes, la primera casa del Opus Dei,
desde la que Escrivá reclutaba a sus primeros fieles
y les enrolaba en la causa de la recristianización
intelectual de la España republicana.
Entre los más grandes esfuerzos pacíficos de la humanidad que han
contribuido significativamente con el progreso en el mundo, la
construcción del Canal se destaca como un logro que inspira admiración.
Este triunfo de ingeniería sin paralelo fue posible gracias a una fuerza
internacional bajo el liderazgo de visionarios estadounidenses, que
hizo realidad el sueño de siglos de unir los dos grandes océanos.
Carlos V de España
En 1534, Carlos V de España ordenó el primer estudio sobre una
propuesta para una ruta canalera a través del Istmo de Panamá. Más de
tres siglos transcurrieron antes de que se comenzara el primer esfuerzo
de construcción. Los franceses trabajaron por 20 años, a partir de 1880,
pero las enfermedades y los problemas financieros los vencieron.
En 1903, Panamá y Estados Unidos firmaron un tratado mediante el cual
Estados Unidos emprendió la construcción de un canal interoceánico para
barcos a través del Istmo de Panamá. El año siguiente, Estados Unidos
compró a la Compañía Francesa del Canal de Panamá sus derechos y
propiedades por $40 millones y comenzó la construcción. Este monumental
proyecto fue terminado en 10 años a un costo aproximado de $387
millones. Desde 1903, Estados Unidos ha invertido cerca de $3 mil
millones en la empresa canalera, de los cuales aproximadamente dos
tercios fueron recuperados.
La construcción del Canal de Panamá conllevó tres problemas
principales: ingeniería, saneamiento y organización. Su exitosa
culminación se debió mayormente a las destrezas en ingeniería y
administración de hombres tales como John F. Stevens y el coronel George
W. Goethals, y a la solución de inmensos problemas de salubridad por el
coronel William C. Gorgas.
Los problemas de ingeniería incluían cavar a través de la Cordillera
Continental, construir la represa más grande del mundo en aquella época,
diseñar y construir el canal de esclusas más imponente jamás imaginado,
construir las más grandes compuertas que jamás se han colgado, y
resolver problemas ambientales de enormes proporciones.
En 1977, Estados Unidos y Panamá se unieron en una asociación para la
administración, operación y mantenimiento del Canal de Panamá. De
acuerdo con dos tratados firmados en una ceremonia en las oficinas de la
OEA en Washington, D.C., el 7 de septiembre de 1977, el Canal debía ser
operado hasta el final del siglo bajo arreglos diseñados para
fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre los dos países. Los
tratados fueron aprobados en Panamá en un plebiscito el 23 de octubre de
1977 y el Senado de los Estados Unidos dió su aprobación y
consentimiento para su ratificación en marzo y abril de 1978. Los nuevos
tratados entraron en vigor el primero de octubre de 1979.
La Comisión del Canal de Panamá, una agencia del gobierno de los
Estados Unidos, operó el Canal durante la transición de 20 años que
comenzó a partir de la implementación del Tratado del Canal de Panamá el
primero de octubre de 1979. La Comisión funcionó bajo la supervisión de
una junta binacional formada por nueve miembros. Durante los primeros
10 años del período de transición, un ciudadano estadounidense sirvió
como administrador del Canal y un panameño era el subadministrador. A
partir del primero de enero de 1990, de acuerdo con lo establecido por
el tratado, un panameño sirvió como administrador y un estadounidense
como subadministrador.
La Comisión del Canal de Panamá reemplazó a la antigua Compañía del
Canal de Panamá, la cual junto a la antigua Zona del Canal y su
gobierno, desapareció el primero de octubre de 1979. El 31 de diciembre,
tal como lo requería el tratado, Estados Unidos transfirió el Canal a
Panamá.
31 de Diciembre de 1999
La República de Panamá asumió la responsabilidad total por la
administración, operación y mantenimiento del Canal de Panamá al
mediodía, hora oficial del Este, del 31 de diciembre de 1999. Panamá
cumple con sus responsabilidades mediante una entidad gubernamental
denominada Autoridad del Canal de Panamá, creada por la Constitución
Política de la República de Panamá y organizada por la Ley 19 del 11 de
junio de 1997.
La Autoridad del Canal de Panamá es la entidad autónoma del gobierno
de Panamá que está a cargo de la administración, operación y
mantenimiento del Canal de Panamá. La operación de la Autoridad del
Canal de Panamá está basada en su ley orgánica y los reglamentos
aprobados por su junta directiva.
La administración del Canal sigue comprometida con el servicio al
comercio mundial con los niveles de excelencia que han sido
tradicionales en la vía acuática a través de su historia. Con
inversiones prudentes en mantenimiento, programas de modernización y de
capacitación, el Canal continuará siendo en el futuro una arteria de
transporte viable y económica para el comercio mundial.
(Salvador Allende Gossens; Valparaíso, 1908 -
Santiago de Chile, 1973) Político chileno, líder del Partido Socialista,
del que también fue cofundador en 1933. Fue presidente de Chile desde
1970 hasta el golpe de estado dirigido por el general Augusto Pinochet
el 11 de septiembre de 1973, día en que falleció en el Palacio de la
Moneda, que fue bombardeado por los golpistas.
Salvador
Allende perteneció a una familia de clase media acomodada. Estudió
medicina y, ya desde su época de estudiante universitario, formó parte
de grupos de tendencia izquierdista. Más tarde, alternó su dedicación a
la política con el ejercicio profesional. Participó en la elección
parlamentaria de 1937, y salió elegido diputado por Valparaíso. Fue
ministro de sanidad del gabinete de Pedro Aguirre Cerdá entre 1939 y
1942. A partir de entonces se convirtió en líder indiscutible del
partido socialista.
Salvador Allende
En
1952, 1958 y 1962 se presentó a las elecciones presidenciales. En la
primera ocasión fue temporalmente expulsado del partido por aceptar el
apoyo de los comunistas, que habían sido ilegalizados, y quedó en cuarto
lugar. En 1958, con el apoyo socialista y comunista, quedó en segundo
lugar tras Jorge Alessandri.
En 1964 fue derrotado
por Eduardo Frei Montalba, que propugnaba un programa de "revolución en
libertad", cuyos puntos sustantivos eran la reforma agraria, el
establecimiento de un programa destinado a incrementar la participación
de la ciudadanía, la chilenización del cobre (es decir, el control por
el estado de los beneficios de su explotación) y la realización de una
reforma educacional. La candidatura de Allende, que encabezaba el FRAP,
conformado por la alianza de socialistas y comunistas, sólo suponía
diferencias de ritmo y envergadura. El FRAP proponía nacionalizar la
totalidad de las empresas cupríferas, transformándolas en propiedad
social por medio del Estado, y una reforma agraria de mayor alcance.
El
resultado de las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1964
fue claro y definitivo. Eduardo Frei obtuvo el 56,9% de los votos, en
tanto que Salvador Allende lograba el 38,93% del total. La "revolución
en libertad" estaba concebida como un intento de modificar las
estructuras fundamentales del país, pero en un marco de democracia y
respeto al orden institucional. Las críticas que desde un comienzo
surgieron hacia el gobierno de Frei tuvieron su origen en la naturaleza
de las medidas a tomar. Para la derecha, las transformaciones propuestas
tenían un repudiable carácter socialista. Para la izquierda, eran sólo
intentos reformistas, condenados al fracaso por su propia banalidad.
En
paralelo con el avance de importantes medidas sociales, el panorama
político durante el gobierno de Frei Montalva fue de aumento de la
polarización, incluso en el interior del Partido Democratacristiano, que
sufrió importantes divisiones, así como el desligamiento de sectores de
su juventud hacia posturas más vinculadas a la izquierda. Por fin, las
elecciones parlamentarias de 1969 mostraron la nueva situación política
del país, en tanto sus resultados apuntaron a perfilar tercios
irreconciliables, en gran medida debido a la disminución del apoyo al
centro político y el fortalecimiento de las opciones de izquierda y de
derecha.
Esta situación se reflejaría con mayor
claridad en las elecciones presidenciales de 1970, marcadas por el
enfrentamiento de proyectos de sociedad antagónicos e imposibles de
conciliar. En ellas resultó victoriosa la alianza de comunistas,
socialistas, sectores del radicalismo y el MAPU en la llamada Unidad
Popular, que estaba encabezada por Allende, con el 36, 3 % de los
sufragios. El estrecho margen de diferencia con los votos recibidos por
los otros dos candidatos, Jorge Alessandri por la derecha y Radomiro
Tomic por la Democracia Cristiana, obligó a que la elección de Allende
fuera ratificada por el congreso, en el que se enfrentó a una fuerte
oposición. Por fin, el 24 de octubre de 1970, tras lograr el apoyo del
Partido Demócrata Cristiano con la firma de un Estatuto de Garantías
Democráticas que se incorporaría al texto constitucional, Salvador
Allende fue proclamado presidente.
Desde la fecha de
comienzo del mandato (el 3 de noviembre), las dificultades que el nuevo
gobierno debió enfrentar fueron inmensas. Ya antes de la asunción
presidencial se realizaron intentos por abortar el proceso, el más grave
de los cuales terminó con el asesinato por parte de un comando de
ultraderecha apoyado por la CIA del Comandante en Jefe del Ejército,
general René Schneider, que era un decidido partidario de la
subordinación del poder militar al civil.
A pesar de
ello, la Unidad Popular, una vez en el gobierno, emprendió la
realización de su plan de acción, el cual ponía énfasis en la
profundización de las medidas reformistas iniciadas por la
administración anterior. Así, se amplió el volumen de tierras
expropiadas y se inició la socialización de importantes empresas hasta
entonces en manos privadas, las cuales pasaron a ser dirigidas por
cooperativas de trabajadores asesorados por funcionarios proclives al
Gobierno. Además, se concretó la nacionalización del cobre, sin pago de
indemnizaciones a las empresas norteamericanas, lo cual significó el
enfrentamiento con los Estados Unidos, quienes a partir de ese momento
apoyaron abiertamente a los grupos opositores al gobierno socialista.
Esta
oposición se estructuró en distintos frentes; en lo político, en un
parlamento en el cual representantes de derecha y democratacristianos
actuaban unidos; en el plano de lo ilegal, en los grupos de carácter
terrorista que dinamitaron torres de alta tensión y líneas férreas. A
pesar de esta rígida oposición, el Gobierno de Allende contó con un
apoyo importante por parte de la ciudadanía, en particular de los
sectores populares, que se veían directamente beneficiados. En efecto,
el Estado subsidiaba gran parte de los servicios básicos, además de
apoyar a organizaciones de trabajadores, campesinos y pobladores urbanos
en sus demandas de participación.
Este
apoyo a la presidencia de Allende se demostraría claramente en las
elecciones parlamentarias de 1971 y las municipales de 1973, en las
cuales los partidos de la Unidad Popular crecieron en número de votos.
Junto con ello, el discurso político de los partidos de izquierda fue
adquiriendo tintes cada vez más radicales, en tanto que el
enfrentamiento abierto con los grupos opositores se hacía realidad en
las calles e indicaba una situación de lucha de clases a sus ojos
inevitable.
Acciones de grupos como el MIR y
sectores del Partido Socialista venían a confirmar este diagnóstico, al
considerar urgente la creación y el fortalecimiento de instancias de
"Poder Popular" que fueran alternativas a los estrechos marcos que la
institucionalidad prefijaba para una posible construcción de una
sociedad socialista. Este intento, conocido como la "Vía chilena al
socialismo", conoció el interés y el apoyo de sectores de todo el mundo,
en particular desde el Bloque Soviético, Cuba y los Países No
Alineados, lo que se traducía en el envío de ayuda material y asesores
industriales.
A pesar de todo ello, una serie de
problemas vinieron a polarizar aún más a la sociedad chilena bajo la
presidencia de Allende, en gran medida debido a causas económicas. La
inflación se hizo incontrolable, ya que las alzas salariales y los
gastos del Estado fueron financiados con emisión de circulante sin base
de sustentación en la producción, la cual se vio disminuida y contraída
como consecuencia del bloqueo iniciado por los Estados Unidos y el
permanente conflicto que vivían muchas empresas, en virtual paralización
permanente por la falta de recursos. A ello se agregaban problemas de
distribución de alimentos y bienes, lo que hacía difíciles las
condiciones de vida del común de la población.
Este
clima de desabastecimiento y crisis, azuzado por los distintos sectores
políticos, se tradujo en numerosas movilizaciones a favor y en contra
del gobierno de Allende, la más importante de las cuales fue la
paralización del yacimiento de cobre de El Teniente, junto a la huelga
de los gremios de transportistas, que prácticamente inmovilizó el
traslado de bienes de un punto a otro del país. A ello se sumaban
conflictos en la universidad y en los colegios profesionales (médicos y
profesores fundamentalmente), que dibujaban una división profunda en
todos los ámbitos de la vida nacional.
Ante tal
situación, el presidente decidió tomar, ya en 1973, medidas que
sirvieran como vehículos de diálogo y negociación con la oposición
democratacristiana, tales como el ingreso de importantes figuras
militares al gabinete, representadas por el Comandante en Jefe, general
Carlos Prats, y la oferta de realizar un plebiscito para consultar a la
ciudadanía en torno a la continuidad del régimen o la convocatoria a
nuevas elecciones. A estas medidas siguió un endurecimiento en las
posiciones más radicales de la izquierda, que proponían al Primer
Mandatario el cierre del Congreso y la utilización de Facultades
Extraordinarias para gobernar.
La
derecha y algunos sectores de la Democracia Cristiana consideraron la
situación insoluble, por lo que decidieron, de forma más o menos
abierta, recurrir al recurso del golpe de estado militar contra el
presidente Allende. En junio de 1973 hubo un primer intento de golpe,
conocido como "El Tancazo": un regimiento de blindados de la capital se
alzó contra el gobierno, pero las fuerzas leales, encabezadas por Prats,
lograron dominar la situación.
Finalmente, el 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet
encabezó un golpe militar, durante el cual bombardeó el palacio de la
Moneda, sede del gobierno. El presidente Allende rechazó las exigencias
de rendición y murió en el palacio presidencial. En 1990 su cuerpo fue
exhumado de la tumba anónima en la que se hallaba, y recibió en Santiago
un enterramiento formal y público.
Pese al bombardeo del Palacio de la Moneda por los golpistas, Allende se negó a entregar el poder
Militar y político israelí (Deganiah, 1915 - Ramat Gan, 1981). Este hijo de inmigrantes judíos nació en el primer kibbutz que
establecieron los sionistas en Palestina. Trabajó en la agricultura y
en la construcción hasta que en 1929, ante los ataques de que eran
objeto las comunidades judías de Palestina por parte de los árabes, se
integró en la Haganah (milicia defensiva judía en la
clandestinidad); con ella combatió en la primera guerra entre árabes y
judíos, aún bajo mandato británico, en 1936-39.
Moshé Dayán
En 1939 fue detenido por las autoridades
británicas por su actividad armada; pero le liberaron en 1941 para
colaborar en el esfuerzo de guerra contra la Alemania nazi; y aquel
mismo año fue herido cuando efectuaba un reconocimiento en Siria,
perdiendo el ojo izquierdo. Desde entonces se dedicó completamente a la
carrera militar, trabajando como oficial de inteligencia.
Durante
la Guerra de Independencia de Israel (1948) mandó el sector de
Jerusalén; luego siguió una carrera ascendente en el recién nacido
Ejército israelí, al que infundió una mezcla de eficacia y moral de
combate que él mismo puso a prueba en la siguiente guerra árabe-israelí,
cuando dirigió la ofensiva victoriosa sobre el Sinaí (1956).
Convertido
en un símbolo de la fuerza militar del nuevo Estado, Dayán abandonó el
ejército en 1958 para dedicarse a la política profesional (militaba
desde 1946 en el partido sionista socialista Mapei de Ben-Gurión). En 1959 se integró como ministro de Agricultura en el gobierno de Ben-Gurión; con él se escindió del Mapei en 1966, formando el Partido Rafi y pasando a la oposición.
En 1967, cuando la amenaza de una nueva guerra
se cernía sobre Israel, aceptó ser ministro de Defensa en un Gobierno de
Unidad Nacional. Desde ese puesto dirigió la Guerra de los Seis Días,
que hizo a Israel dueña del Sinaí, Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental
y los altos del Golán. Después de la guerra, la «familia» socialista se
reconcilió, uniéndose Mapei, Rafi y otros grupos en el nuevo Partido Laborista.
Dayán seguía siendo ministro de Defensa cuando,
en 1973, Israel estuvo a punto de ser derrotada por un ataque sorpresa
de Egipto y Siria; aunque la contraofensiva dio la victoria a Israel en
la Guerra de Yom-Kippur, la opinión pública culpó del «susto» a Dayán y a
la primera ministra Golda Meir, por lo que ambos quedaron excluidos del
nuevo gabinete que formó Rabin (1974).
En 1977 fue
llamado de nuevo como ministro de Asuntos Exteriores en un Gobierno
presidido por el derechista Begin; desde su nuevo cargo fue uno de los
principales artífices del Tratado de Camp David (1979) que estableció la
paz con Egipto. Pero cuando quiso continuar el proceso de paz con la
población palestina de los territorios ocupados, la resistencia de sus
compañeros de gabinete le obligó a dimitir. En 1981 fundó un nuevo
partido de corte centrista, el Telem; pero murió ese verano de un ataque al corazón.
Con
los nombres de Islam, islamismo o religión musulmana se conoce a la
religión monoteísta fundada por Mahoma. De acuerdo con la tradición, los
preceptos esenciales de la religión le fueron transmitidos por la
mediación de un ángel, Gabriel, que le hizo sucesivas revelaciones.
Estas revelaciones fueron recogidas en el Corán, libro sagrado de los
musulmanes. Las doctrinas de Mahoma, propagadas en un principio entre
los nómadas de Arabia en el siglo VII, constituyen, en la actualidad,
una de las más importantes religiones del mundo y la base de la
civilización musulmana. El Islam, además de una religión, es también una
ley que regula la vida del musulmán, tanto en lo que respecta a su
comportamiento religioso individual como en el plano social o político.
El credo islámico es estricto: Alá es el único Dios, creador del mundo, todopoderoso, al que se debe obediencia y devoción (islam significa sumisión, y musulmán,
aquel que se somete a Dios). El verdadero creyente sigue los dictados
de Alá; a los infieles les aguarda el juicio final y los tormentos del
infierno, y a los fieles se les promete un paraíso lleno de placeres. En
cuanto a la creencia en un único Dios, el islamismo es análogo al
judaísmo y al cristianismo; de hecho, Mahoma se inspiró en la Biblia e
integró en su credo a los profetas del Antiguo Testamento. Considera a
Cristo un profeta más, y a Mahoma, en tanto que receptor de las
revelaciones de Dios a través del arcángel Gabriel, como el mayor de
entre ellos.
Mahoma
Las
obligaciones religiosas del creyente (complemento y nunca sustitutivas
de la fe) son cinco: la profesión de fe ("No hay más dios que Alá, y
Mahoma es su profeta") que se recita en momentos solemnes; la plegaria
ritual cinco veces al día, orientada hacia La Meca, en estado de
purificación y con unos ademanes y términos prefijados; el ayuno anual
en el mes del Ramadán, consistente en abstenerse de consumir alimentos y
bebidas y tener relaciones sexuales desde la salida hasta la puesta del
Sol; la limosna legal o zakat, como fórmula de purificación
religiosa de la riqueza y contribución al sostén de la comunidad; y la
peregrinación a La Meca una vez en la vida. La participación en la
guerra santa, para defensa y expansión de la fe, no constituye una
obligación, pero es un acto grato a Alá, que concede el paraíso a quien
muera en combate, perdonando sus faltas y pecados.
Además
de estas obligaciones, el Islam establece otras normas de rango menor
que deben ser observadas por el buen musulmán: la prohibición de comer
carne de cerdo o sangre de animales, o de beber vino u otros líquidos
embriagadores; la conveniencia de practicar la caridad con los
desfavorecidos; el respeto a la vida y a las propiedades ajenas; el veto
al préstamo con usura; la equidad y justicia en las transacciones
comerciales.
En este sentido, debe recalcarse que el
Corán regula no sólo aspectos religiosos y comportamientos
ético-morales, sino también la organización de la vida ordinaria,
terreno en el que acepta algunas costumbres de la Arabia preislámica.
Así, por ejemplo, se consolida el concepto patriarcal de la familia y el
papel de la mujer queda en un plano inferior al ser considerada
jurídicamente como menor de edad, aunque el Corán insiste repetidamente
en el deber de tratar respetuosamente a las mujeres y concede a las
esposas el derecho al divorcio en caso de malos tratos. La poligamia se
admite sin más limitación que el número de esposas (no se puede
sobrepasar la cifra de cuatro), pero el de concubinas es ilimitado, de
forma que los medios económicos del individuo fijan el número de mujeres
que puede tener. En cualquier caso, no se debe olvidar que el Islam
nació en un ambiente concreto (el de Arabia a comienzos del siglo VII) y
que la valoración actual del mismo debe tener en cuenta esta
circunstancia, so pena de cometer un grave error.
Teología y ética
El
Islam rechaza de modo rotundo el politeísmo, e incluso la posibilidad
de un ser humano de participar de algún modo en la divinidad: Dios, Alá,
es único y omnipotente. Como primordial acto de misericordia, Alá creó
el mundo y el hombre, y dotó a cada ser de su propia naturaleza y de
leyes que rigen su comportamiento. El resultado es un cosmos ordenado y
armónico; ese orden y armonía es la prueba principal de la existencia y
unidad de Dios. La naturaleza fue creada al servicio de la humanidad,
que puede explotarla en beneficio propio. Pero la humanidad, a su vez,
existe para servir a Dios: debe construir un orden social justo, guiado
por principios éticos, y adorar a Dios.
La
misericordia de Dios no sólo se manifiesta en la creación de una
naturaleza al servicio del hombre, sino también en su comunicación con
los hombres a través de los profetas. Aunque el ser humano posee el
conocimiento del bien y el mal, necesita una guía espiritual. Los
enseñanzas de todos los profetas proceden de una misma fuente divina, y
por ello las diversas religiones son, en esencia, una sola, aunque
adquieran formas, ritos o instituciones diferentes. Los profetas son
meramente humanos, pero, en la medida en que sus enseñanzas proceden de
Dios, no es posible rechazar a unos y aceptar a otros: siempre habrá que
acatar sus enseñanzas. La particularidad de Mahoma es la de ser el
último mensajero de la voluntad de Dios; por ello la revelación fijada
en el Corán es la última y la más perfecta, y debe imponerse sobre las
anteriores.
Dios, después de crear el cielo y la
tierra, creó al hombre en la persona de Adán, le enseñó los nombres de
todos los seres y le encargó que fuera su vicario en la tierra. Desde
los albores de la historia de la humanidad, la religión deseada por Dios
fue el Islam, pero como los hombres lo olvidaron, Dios envió a profetas
para recordárselo. Estos profetas-enviados podían tener además otra
misión, la de promulgar una legislación temporal que se injertara en la
religión inmutable. De este modo, la historia de la humanidad se
entiende como la de sucesivos envíos de profetas a los distintos
pueblos. Unos fueron enviados a los pueblos de Arabia, y otros, a los
hebreos. El penúltimo de los enviados fue Jesús, criatura simple,
enviada únicamente a los hijos de Israel. Al final, cuando se cumplió el
tiempo, Mahoma fue enviado a los árabes primero y luego a toda la
humanidad. Después de él no será enviado ningún profeta; la legislación
promulgada en el Corán será válida hasta el día de la Resurrección.
El
Corán censura como principales defectos del ser humano el orgullo e
inconsciencia de su insignificancia, el egoísmo y la estrechez de miras.
Los hombres viven pendientes de lo terrenal, olvidan al creador y sólo
vuelven a Él cuando la naturaleza les falla. En su miopía, los hombres
creen no obtener nada de la caridad o de la ayuda a sus semejantes,
ignorando que Dios los premiará con la prosperidad. El Corán exhorta al
individuo a trascender y superar tales defectos. Con ello se
desarrollará su rectitud, su "atención" moral o taqiyya (cuya
traducción más precisa es "precaución o defensa ante el peligro", aunque
suele traducirse como "temor de Dios") y podrá examinar juiciosamente,
sin autoengaños, el valor moral de sus acciones. El fin último de la
conducta humana ha de ser el bien de la humanidad y no los placeres y
ambiciones egoístas.
Representación del juicio final
El
mundo terminará el día del juicio final: la humanidad será reunida y
los individuos serán juzgados por sus acciones. Los “elegidos” irán al
Jardín (el paraíso) y los “perdedores” irán al infierno, aunque Dios es
misericordioso y perdonará a los que sean merecedores de ello. El Corán
reconoce además otra clase de providencia divina, que afecta a la
historia de los pueblos y naciones. Al igual que las personas, pueden
ser corrompidas por la riqueza o el orgullo, y si no se reforman serán
castigadas con la destrucción o su sometimiento a naciones más
virtuosas.
Los preceptos del Islam
Las
importancia de las cinco obligaciones religiosas del creyente antes
citadas se refleja en el nombre con que son conocidas: "los cinco
pilares del islam". La primera es la profesión de fe (shahada):
“No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta”. Debe ser hecha
pública por cada musulmán al menos una vez en su vida “de forma verbal y
con total asentimiento de corazón”, y supone el ingreso del individuo
en la comunidad.
La segunda, el salat, es la
obligación de realizar cinco oraciones al día: antes de la salida del
sol, al mediodía, entre las tres y las cinco de la tarde, después de la
puesta del sol y antes de la medianoche. En tales momentos del día, el
almuédano (de al-mu'addin, "el que llama a oración") hace una
llamada pública desde un minarete de la mezquita. Antes de la oración,
el devoto debe hacer las abluciones pertinentes. La plegaria, efectuada
en dirección a la Kaaba, empieza de pie; luego se hace una genuflexión a
la que siguen dos postraciones; finalmente, los fieles se sientan. En
cada posición se recitan determinadas oraciones y fragmentos del Corán.
Por ser el día santo del Islam, los viernes tienen lugar oraciones
especiales de carácter comunitario, precedidas por el sermón del imán.
Musulmanes orando en la Gran mezquita de Srinagar (India)
El tercer precepto fundamental es dar el zakat o limosna. El zakat
fue al principio un impuesto exigido por Mahoma (y después por los
estados musulmanes) a los miembros más pudientes de la comunidad, sobre
todo para ayudar a los pobres, aunque también se utilizó para otras
necesidades humanitarias o para financiar la yihad o guerra santa. Sólo si se ha entregado el zakat
se consideran legítimas y purificadas las propiedades o riquezas del
creyente. En la actualidad, aunque su pago sigue siendo una obligación,
se ha convertido en una limosna voluntaria sobre la que los gobiernos no
intervienen.
El cuarto pilar es el ayuno o saum
que todo musulmán debe realizar durante el mes del Ramadán: deberá
abstenerse de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales desde
el amanecer hasta la puesta del sol, y evitar todo pensamiento o acto
pecaminosos. Quienes pueden permitírselo deben, además, dar de comer
como mínimo a un pobre. Por último, el hach o peregrinación a la
Kaaba, en La Meca, constituye también una obligación para todo musulmán
adulto que disponga de bienes suficientes y no esté físicamente
incapacitado. Debe efectuarse durante los primeros diez días del último
mes del año lunar y exige que los fieles se encuentren en estado de
absoluta pureza. Los peregrinos deben dar siete vueltas a la Kaaba y
correr por siete veces a paso ligero entre los dos túmulos próximos al
santuario. Con ello cumplen con la llamada “peregrinación mayor”. La
“peregrinación menor” incluye la visita a los lugares próximos de Mina y
Arafat y diversos ritos, como la lapidación con siete piedrecillas de
tres puntos que evocan las tres veces que Abraham fue tentado por el
demonio.
La sociedad y el derecho islámico
Para
el Islam, todas los ámbitos de la vida (espiritual, social y político)
constituyen una unidad indivisible que debe regirse por los valores
islámicos. Así, el concepto de sociedad del Islam es esencialmente
teocrático; la sociedad y todo lo humano deben organizarse conforme a la
voluntad de Dios. Este ideal inspira también conceptos como el derecho
islámico y el estado islámico, y explica el acentuado énfasis del Islam
en las obligaciones sociales. Los deberes religiosos fundamentales
establecidos en los cinco pilares tienen ya en sí mismos claras
implicaciones para la vida de la comunidad. Pero también la sharia
o ley islámica fija las pautas morales de la comunidad. En la sociedad
islámica, el derecho abarca un campo más amplio que en la cultura de
Occidente, ya que incluye imperativos morales además de legales. Por
ello no todo el derecho islámico puede ser formulado como norma legal ni
impuesto por los tribunales; depende en gran medida de la conciencia.
La
ley islámica se fundamenta en cuatro fuentes. La primera de ellas es,
naturalmente, el Corán, al que sigue, como segunda fuente documental, la
tradición representada por la Sunna y el Hadiz. La tercera fuente es la
ijtihad ("opinión individual responsable") y con ella se dirimen
cuestiones problemáticas no tratadas en el Corán o en el Hadiz, aunque
el jurista se apoya en tales fuentes para, mediante un razonamiento
analógico (qiyás), llegar a una conclusión. Tales razonamientos
fueron ya utilizados por teólogos y juristas islámicos cuando, en los
países conquistados, tuvieron que hacer frente a la necesidad de
armonizar las leyes y costumbres locales con el credo islámico. La
cuarta fuente es el consenso de la comunidad (ijma), que descarta
gradualmente ciertas opiniones y acepta otras. Puesto que el Islam
carece de una autoridad dogmática oficial, es un proceso que requiere
largo tiempo.
El estado islámico
El Islam dio forma a una institución política, el estado islámico, cuyas
bases quedaron definidas en un documento del año 622, el primer año de
la era islámica o hégira: la "constitución de Medina". En él, el Profeta
regulaba las actividades de su comunidad, de esa umma al
principio reducida y que se extendió en menos de un siglo desde la India
hasta el Atlántico. En su medio tribal, Mahoma implantó una ley suprema
y verdadera como la más conveniente para todos los hombres.
El
Corán contiene una neta ideología política, por el reconocimiento
obligatorio de un principio de autoridad y de la distinción entre
rectitud y error. Alá, todopoderoso y único, tiene lugartenientes de su
poder en el mundo, explícitamente nombrados en el texto coránico, aunque
no se llegue a precisar la forma como ha de gobernarse la comunidad
islámica tras la desaparición del Profeta, aspecto que tuvo que ser
complementado por una posterior elaboración jurídico-religiosa. Los
hadices desarrollaron también la doctrina de la necesidad de reconocer a
un soberano, califa o imán de toda la comunidad musulmana, recogiendo
dichos del Profeta tales como "Quien me obedece, a Dios obedece; quien
me desobedece, desobedece a Dios. Quien obedece a su jefe, a mí me
obedece, y quien le desobedece, me desobedece a mí".
El
orden político islámico establece como ideal la existencia de una
comunidad de fieles unida con su rector, en armonía, algo que ocurrió
durante poco tiempo. Mahoma era a la vez "profeta y hombre de Estado",
como reza el título de un conocido libro del estudioso británico William
Montgomery Watt; en Mahoma concluyó la profecía, y tras su muerte,
acaecida en el año 632, sus sucesores improvisaron una monarquía
electiva que recayó en cuatro de sus allegados, los "califas ortodoxos",
hasta que en el 661 la dinastía omeya se hizo con el poder, que en el
750 le fue arrebatado por la dinastía abasí.
Pronto
se fragmentó la unidad del estado islámico, debido a los conflictos que
estallaron en torno a la cuestión de quién debía dirigirlo: los chiíes
sólo aceptaban a descendientes directos de Mahoma para desempeñar esa
función; los jariyíes no requerían como condición para ello un
determinado linaje, sino ciertas cualidades personales del candidato, y
para el Islam "ortodoxo" o sunní la soberanía sólo podían ejercerla los
pertenecientes a la tribu de Quraish, la del Profeta. Varios conflictos
prácticos quebraron la unidad inicial de la comunidad islámica, e
incluso en el siglo X coexistieron, como si de un cisma se tratase, tres
califatos a la vez: el de los abasíes de Bagdad, el de los fatimíes de
Tunicia (que luego se trasladaron a El Cairo) y el de los omeyas de
Córdoba.
La expansión del Islam
La
rápida expansión del Islam se debió a la situación de debilidad interna
en que se encontraban los imperios bizantino y sasánida, agotados por
sus continuos enfrentamientos; por otra parte, ninguno de los dos
concedió mucha importancia a las expediciones árabes, y cuando quisieron
reaccionar fue demasiado tarde. También hay que tener en cuenta la
superioridad militar de los invasores, que disfrutaban de gran movilidad
merced a un armamento ligero formado por sables, arcos y lanzas,
mientras sus enemigos se veían paralizados por pesados equipos. Además,
su dominio de las rutas ancestrales les permitió colocar campamentos en
lugares estratégicos. A sus éxitos también contribuyeron la capacidad
directiva de algunos califas que contaron con jefes militares
brillantes, así como el sentimiento religioso del pueblo árabe (que
facilitó el triunfo sobre adversarios que se mostraron débiles y
desunidos) y una relativa tolerancia para con las poblaciones
conquistadas.
En tanto que apóstol de Dios, Mahoma no
tenía prevista su sucesión. Estaba convencido de que él era el enlace
entre Dios y los hombres, y pensaba que el portador real de su autoridad
no era, de hecho, él mismo, sino la comunidad como un todo y la ley
divina que la guiaba. Esta imprecisión trajo consigo los primeros
problemas en el seno de la umma tras la muerte del Profeta, acaecida en el 632.
La
desaparición de Mahoma estuvo a punto de destruir el edificio político y
social que había empezado a construir. Las horas que siguieron a su
muerte fueron las más críticas de la historia del Islam, debido a la
rivalidad entre los miembros de su familia y la aristocracia quraishí a
la hora de decidir quién debía reemplazarle como jefe de la umma.
Fue el grupo más íntimo de sus discípulos el que resolvió la situación,
eligiendo para sucederle a Abu Bakr, suegro y amigo del Profeta, que
recibió el título de califa (jalifa rasul Allah), es decir,
"sucesor del enviado de Dios". De esta manera, tan vaga en sus funciones
y tan imprecisa en sus atribuciones y en la forma de elección o
nombramiento, nació la institución del califato.
Mahoma y los cuatro califas ortodoxos
Abu
Bakr (632-634) fue reconocido como el nuevo jefe de la comunidad, con
la excepción de algunas tribus beduinas que iniciaron un movimiento de
secesión o de "apostasía" (ridda). Junto con Umar (634-644), Utmán (644-656) y Alí (656-661), forma el grupo de los llamados califas ortodoxos (rasidun),
compañeros de Mahoma y que habían conocido personalmente al Profeta.
Bajo su gobierno se produjo la primera expansión del Islam, en especial
durante el califato de Umar, quien poseía una capacidad militar y
organizativa sobresaliente.
El califato ortodoxo
Tras
la muerte de Mahoma, el principal objetivo era lograr la unidad en
Arabia, sometiendo a las tribus rebeldes, y afirmar, con ello, la
supremacía del Islam, asunto que en menos de un año resolvería Abu Bakr
al vencer las resistencias locales e imponer el dominio del Islam en
casi toda Arabia, lo que permitió iniciar la expansión por Siria,
Palestina, Mesopotamia, Persia y Egipto.
Siguiendo la
ruta utilizada en otro tiempo por los árabes en sus movimientos hacia
tierras más ricas, los musulmanes llegaron a los confines de Palestina,
donde su victoria sobre los bizantinos en Aynadayn (634) les permitió
conquistar toda Siria en poco tiempo (en el 635 tomaron Damasco). Un
nuevo triunfo en Yarmuk (636) facilitó la ocupación de Jerusalén (638),
que fue considerada desde entonces como la segunda ciudad santa del
Islam, después de La Meca. La debilidad del imperio bizantino y la
existencia en Palestina y Siria de grupos árabes que proporcionaron
ayuda a los musulmanes favorecieron estas conquistas.
Los
ejércitos árabes penetraron en la alta Mesopotamia, y posteriormente
llegaron hasta Armenia, permitiendo a sus príncipes locales mantener
cierta autonomía a cambio del pago de tributos. Desde allí realizaron
diversas incursiones hasta la actual Ankara, sin lograr, por el momento,
asentarse en esa zona. A comienzos del siglo VIII, el avance árabe se
detuvo en las montañas del Taurus.
Expansión del Islam bajo el califato ortodoxo
Las
primeras expediciones contra el imperio sasánida las llevaron a cabo
tribus árabes instaladas en la baja Mesopotamia, en ayuda de las cuales
acudieron más tarde los ejércitos árabes. En el año 633 se apoderaron de
Hira, la antigua capital de los lakmíes, y, tras la decisiva batalla de
Qadisiya (637), ocuparon Ctesifonte, la capital sasánida. En su avance
por Mesopotamia, llamada Irak a partir de entonces, los musulmanes no se
limitaron a apoderarse de ciudades ya existentes, sino que también
fundaron bases militares (amsar) como Basora y Kufa, al sur de la antigua Babilonia, desde donde emprendieron la conquista del oeste y el centro de Persia.
Más
rápida fue la conquista de Egipto, pues la población, en su mayoría
copta, era objeto de fuertes exacciones por parte de los gobernantes
bizantinos dirigidos por el patriarca de Alejandría, a quien el
emperador Heraclio I (610-641) confió la resistencia frente a los
musulmanes. Allí, al igual que ocurrió en Siria, la llegada de éstos fue
recibida con agrado.
Además, el ejército bizantino no pudo acudir a
frenar el avance del ejército musulmán dirigido por Amr ibn al-As, quien
en poco tiempo se adueñó de las ciudades más importantes y fundó el
campamento fortificado de Fustat (641), origen del viejo El Cairo. Con
ello se consolidó la dominación árabe en Egipto y concluyó la primera
fase de la expansión musulmana.
La organización del califato
No
debió de ser tarea fácil la organización del recién creado imperio
musulmán, pues no existía en el Corán ninguna reglamentación sobre el
modo en que debían ser tratados los pueblos vencidos, por lo cual se
recurrió al ejemplo dado por Mahoma. A los musulmanes les interesaba
mantener en su puesto a la población que dominaban, ya que representaba
una fuente de ingresos importante, pues sus tributos suponían valiosas
contribuciones a la vida económica de la comunidad.
La
distribución de las tierras conquistadas no se realizó de modo
uniforme, pues se tuvo en cuenta el modo en que se había producido la
rendición. En Siria y en Egipto se respetó la situación existente y se
permitió a los propietarios conservar sus tierras a cambio del pago del
impuesto territorial (jaray), ya que la rendición fue fruto de un
acuerdo. No sucedió lo mismo en Irak, donde las tierras fueron
confiscadas en su mayor parte debido a que la resistencia fue muy
fuerte, y la capitulación, incondicional. De manera similar se procedió
en las tierras del imperio bizantino que habían pertenecido al estado o a
propietarios que habían huido, las cuales fueron confiscadas y pasaron a
formar parte de los bienes del estado musulmán.
Correspondió
al califa Umar proceder a la organización de las tierras conquistadas y
a la reforma efectiva de la administración del imperio. En un primer
momento, el botín de guerra se repartió de acuerdo con lo establecido en
el Corán, de tal forma que una quinta parte se destinaba a Alá, a su
Profeta o a los sucesores del mismo, y el resto se distribuía entre los
combatientes. Pero pronto se vio la necesidad de regular un sistema
administrativo general que acumulase todos los ingresos en el tesoro
público y, de acuerdo con ello, elaborase la lista de los combatientes y
estableciese los correspondientes pagos y sueldos fijos.
Los
califas velaron por mantener el orden en los territorios recién
conquistados, y para ello consideraron de interés fomentar la emigración
de musulmanes fuera de Arabia, otorgándoles tierras para tal fin, con
lo cual se creó un grupo de nuevos propietarios que, lógicamente, les
serían fieles. Al mismo tiempo se crearon bases militares en los límites
del desierto, que servían, a su vez, de centros comerciales. De esta
manera se fue procediendo en la distribución y ocupación de las tierras
conquistadas. La extensión del imperio musulmán hizo necesario crear
cargos específicos que se ocupasen directamente del gobierno de las
distintas provincias; no obstante, en algunos lugares, como en Egipto,
se respetó la administración bizantina y los funcionarios siguieron en
sus puestos.
Así, mediante los principios
establecidos por Mahoma y las instituciones y tradiciones locales de los
pueblos dominados, se fue organizando el estado musulmán, especialmente
durante el gobierno de Umar. Dotado de una excepcional sabiduría
política, de una voluntad tenaz y de una energía vigorosa, preocupado,
sobre todo, por servir a los intereses del Islam, este califa fue el
auténtico organizador del estado musulmán: impulsó la conquista, creó
ciudades nuevas, hizo donaciones territoriales, puso en marcha la
administración, organizó el ejército, afianzó la autoridad central y
promovió otras muchas iniciativas mediante las cuales el Islam empezó a
transformarse en una sociedad regida por el orden y la jerarquía.
Sin
embargo, a su muerte comenzaron a aparecer los primeros síntomas de
división en el seno de la comunidad musulmana. Su sucesor, Utmán,
perteneciente al clan de los omeyas (miembros de la tribu de Quraish, y
de la aristocracia de La Meca), se preocupó más de favorecer a los
miembros de su familia que de atender al bien de los musulmanes, lo que
provocó numerosas revueltas. A ello se sumó el descontento de parte de
la población por haberse frenado las conquistas y no poder obtener los
ricos botines del pasado, malestar acrecentado porque, cuando Utmán
accedió al poder, Arabia atravesaba una grave crisis financiera y tenía
importantes dificultades económicas.
No obstante, hay
que destacar que durante su gobierno prosiguió el avance en el norte de
África, se conquistó el Jurasán y se realizaron importantes
expediciones marítimas, que permitieron la conquista de Chipre (649) y
de otras islas del Mediterráneo oriental, lo que puso fin a la hegemonía
bizantina en esa zona. Su asesinato, en el 656, creó un enorme malestar
entre los omeyas, que trataron de vengar su muerte, iniciándose un
período de discordias que acabaron por dividir a la comunidad musulmana.
El fin del califato ortodoxo
En
la fase de desconcierto que siguió a la muerte de Utmán, la población
de Medina nombró califa a Alí, primo y yerno del Profeta (se había
casado con su hija Fátima), de dudosas cualidades como hombre de Estado.
No hubo acuerdo en la elección, y los mequíes mostraron su
disconformidad por esta designación, pues deseaban que fuese elegido un
miembro de la familia omeya.
Alí debió afrontar la
oposición tanto de los seguidores del difunto califa, agrupados en torno
al omeya Muawiya, gobernador de Siria y primo de Utmán, como de los
seguidores de Aisha, viuda de Mahoma, que no podía aceptar que Alí (a
quien ya se había enfrentado en otras ocasiones) se hubiese beneficiado
de un crimen. El primer choque armado se produjo en las proximidades de
Kufa, en el 656, y es conocido como la "batalla del camello", animal que
Aisha montaba y en torno al cual se combatió; este encuentro marca el
inicio de los enfrentamientos entre miembros de la comunidad musulmana.
El triunfo de Alí afianzó su poder, pero sólo en Irak, ya que ni Amr ibn
al-As en Egipto ni Muawiya en Siria reconocían su autoridad.
En
el 657 se produjo un nuevo enfrentamiento entre musulmanes en la
llanura de Siffin, a orillas del Eúfrates, donde tuvo lugar uno de los
acontecimientos más célebres de la historia del Islam: cuando Muawiya
estaba a punto de ser derrotado, Amr, su aliado, tuvo la idea de colocar
hojas del Corán en la punta de las lanzas, como símbolo de apelación al
juicio de Alá; con ello evitó la derrota, pues todos depusieron las
armas. Algunos seguidores de Alí mostraron su desacuerdo por esta
actitud y quisieron volver a la lucha, pero ante la negativa del califa a
reemprender el combate le abandonaron y se retiraron. La historia
musulmana dio a este grupo el nombre de jariyíes, "los que se salen"; Alí les combatió, y murió asesinado por uno de ellos en el 661.
El
califato de Alí fue un completo fracaso, pues se perdió la unidad del
mundo musulmán, que, a su muerte, quedó escindido en tres grupos: los
jariyíes, los chiíes y los sunníes, que disentían en cuanto a la
fuente de la legitimidad del poder. Los jariyíes mantenían que cualquier
musulmán piadoso podía acceder al califato. Los chiíes (miembros del
"partido de Alí", xi'at Alí) consideraban ilegítimos tanto a
Muawiya como a los califas anteriores, por cuanto sostenían que la
sucesión en el califato sólo era legítima por línea consanguínea; se
agruparon en torno a la esposa de Alí, Fátima, y a sus hijos Hasan y
Husayn. Los sunníes aceptaban la autoridad de Muawiya, y consideraban
que el califato no se transmitía por línea sanguínea directa, sino que
debían ejercerlo miembros de la tribu del Profeta.
Con
la muerte de Alí concluyó el régimen teocrático que tenía por base el
Corán y, como modelo, el comportamiento del Profeta. Desde entonces fue
necesario recurrir a sabios exégetas o a piadosos tradicionalistas para
aclarar o rellenar lagunas de las prescripciones del Corán o de la Sunna
(el conjunto de dichos y hechos atribuidos a Mahoma). La propia
expansión del imperio, la evolución de la sociedad o el desarrollo de la
economía obligarían a los sucesivos califas a adaptar las estructuras
del estado a los problemas del momento.
El califato omeya
A
pesar de que Hasan, hijo de Alí, fue reconocido como sucesor de su
padre, renunció a sus derechos en favor de Muawiya (661-680). Ello
significaba la instauración de la dinastía omeya al frente de la
comunidad musulmana, cuyos destinos iba a dirigir por un período de casi
un siglo, y el triunfo de la aristocracia quraishí sobre los compañeros
de Mahoma. El primer objetivo de Muawiya fue sentar las bases de una
dinastía arraigada en Siria, donde él mismo se había establecido desde
los primeros momentos de la conquista, e intentar consolidar y
fortalecer la autoridad califal en una época en que estaba latente la
guerra civil y empezaban a manifestarse movimientos separatistas.
Muawiya
imprimió una orientación nueva al califato, dando prioridad absoluta a
la centralización gubernamental, con el objetivo de que todo el poder
recayese en el califa. Promovió hábitos preislámicos al rodearse de un
organismo consultivo o sura de nobles, en el que también
participaban delegaciones de tribus árabes que daban su aprobación a las
decisiones del califa. Implantó, así mismo, el principio de
superioridad autocrática del califa, frente al estado teocrático legado
por Mahoma y mantenido por los dos primeros califas, y aseguró el
procedimiento dinástico, imponiendo la transmisión hereditaria, al
designar sucesor en vida a su hijo, como habían hecho los bizantinos,
decisión ratificada por la sura. A través de esta consulta, la comunidad musulmana reconocía la autoridad de la persona elegida y se comprometía a obedecerla.
En
la organización del gobierno central y de la administración de las
provincias se inspiró en los modelos de la antigua administración
bizantina, que conocía bien por el tiempo que fue gobernador de Siria, y
trasladó la capital de la nueva dinastía a Damasco, abandonando Medina y
La Meca como centros políticos, hecho que causó un profundo malestar
entre algunos grupos de musulmanes.
Gracias a su
habilidad y a su prestigio personal, Muawiya pudo superar las
dificultades y problemas internos y mantener la paz en el extenso
imperio que gobernaba. Durante su mandato y el de sus sucesores Abd
al-Malik (685-705) y al-Walid (705-715) prosiguió el avance musulmán en
tres direcciones: Constantinopla y Asia Menor, norte de África y
península Ibérica, y Asia Central.
En Asia Menor
continuaron las guerras de conquista frente a los bizantinos, pero en
esta zona los ejércitos árabes encontraron un obstáculo insalvable: las
montañas del Taurus, por lo que los territorios situados en torno a las
mismas fueron objeto de permanente disputa entre musulmanes y
bizantinos. Por otra parte, los árabes asediaron Constantinopla varias
veces, tanto por tierra como por mar (668-669, 674-680, 716-718), pero
la capital bizantina resistió denodadamente sus ataques.
Tras
la conquista de Egipto, los árabes continuaron su ofensiva en el norte
de África. Entre sus logros cabe destacar la fundación, en el 670, de un
campamento en al-Qayrawan (Kairuán), que protegía la ruta hacia Egipto y
servía de base para enfrentarse a las tribus beréberes del oeste de
Ifriqiya (Tunicia); la toma de Cartago (698); el sometimiento de las
tribus del centro y oeste del Magreb, y la conquista de la península
Ibérica (711-715).
El califato omeya
En
Oriente, los ejércitos musulmanes tomaron Afganistán (698-700) y la
Transoxiana (desde 650), poniendo mucho interés en islamizar los
territorios conquistados. Tal fue el caso de Bujara y Samarcanda
(conquistadas en el 709 y el 712, respectivamente), que se convirtieron
en dos grandes centros musulmanes de Asia Central. Poco después
invadieron el Turquestán chino y penetraron en la India, en el 711.
Durante
los noventa años de gobierno de la dinastía omeya, el imperio musulmán
alcanzó los límites extremos de su expansión: se extendía desde la India
a la península Ibérica. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las numerosas
revueltas que se produjeron en su interior debilitaron a los omeyas de
tal manera que no fueron capaces de detener el empuje abasí. El año 750
marcó el fin de la dinastía omeya en Oriente, pues sólo uno de sus
miembros, el príncipe Abd al-Rahman, escapó de la matanza de los
abasíes; fue él quien, en el 756, instauró la dinastía omeya en
al-Ándalus.
El califato abasí
Con
la llegada de los abasíes (descendientes de al-Abbas, tío del Profeta)
el Islam sufrió una nueva transformación. En primer lugar, la guerra
civil entre ambas dinastías perjudicó durante un corto espacio de tiempo
la unidad del imperio. En segundo lugar, el enfrentamiento puso de
manifiesto la decadencia de un tipo de gobierno que se había mostrado
impotente para frenar los movimientos adversos (jariyíes, chiíes). En
tercer lugar, era necesario adoptar medidas que calmaran el descontento
social y económico que reinaba entre los muwallad, la población no árabe convertida al Islam.
Esta
nueva dinastía árabe dirigió los destinos del imperio musulmán desde el
750 hasta 1258, año en que los mongoles tomaron la ciudad de Bagdad;
pero, de manera efectiva, el imperio de los abasíes sólo duró hasta
finales del siglo IX, cuando comenzaron a fragmentarse sus dominios. Uno
de los primeros cambios que llevaron a cabo fue el traslado de la sede
del gobierno a Irak, donde en el 762 el califa al-Mansur (754-775) fundó
Bagdad, la nueva capital. Con ello se perseguía asentar su poder en un
territorio turbulento y satisfacer a iraquíes e iranios, olvidados por
los omeyas. Sin embargo, el alejamiento de la capital respecto del
occidente musulmán favorecería los movimientos independentistas en esta
última zona.
Los califas abasíes mostraron una
actitud muy diferente a la de los omeyas. Éstos eran jefes de la tribu y
de la comunidad, y reyes árabes cuya fuerza descansaba en el ejército.
Los historiadores de época abasí reprocharon a los omeyas el haber
quebrantado la organización propuesta por los califas rasidun
para establecer en su lugar un reino profano. Por su parte, los abasíes
dieron preferencia a su prestigio religioso: el califa era el imán,
el jefe espiritual y temporal, un soberano absoluto cuyo poder estaba
regulado en la ley islámica; aún más, era el "representante de Dios" en
la Tierra, y no sólo el sucesor del Profeta. Esta idea les engrandeció y
les llevó a alejarse de sus súbditos, con los que rara vez tenían
contacto, pues normalmente vivían recluidos en lujosos palacios. Su
poder se refleja también en el ámbito temporal, donde ostentaban toda
autoridad. Muy pocos fueron los califas que gobernaron personalmente,
pues, a semejanza de la administración persa, solían delegar los asuntos
de Estado en un visir, cuyo poder era grande. Este cargo se hizo
hereditario, por lo que surgieron verdaderas dinastías de visires, como
la familia iraní de los Barmakíes.
El califato abasí
Los principios administrativos no se modificaron de manera especial. Las oficinas de la administración (diwan),
muy perfeccionadas, constituían verdaderos ministerios. Se transformó,
sin embargo, la forma de gobierno, pues en ella se dejó sentir la
influencia del personal reclutado entre los muwallad iraníes, ya
que los árabes, aunque no fueron excluidos del poder, no ocuparon los
puestos más relevantes de la administración. Por otra parte, el ejército
había perdido su función conquistadora, y en esa época debía velar por
mantener y aplicar la ley dentro del imperio; sus miembros fueron
reclutados primero entre los jurasaníes, y, desde el siglo IX, entre los
turcos.
La desmembración del califato abasí
De
entre los califas abasíes merecen una mención especial Harum al-Rashid
(786-809) y al-Mamun (813-833). Con al-Rashid el califato vivió uno de
sus momentos de mayor esplendor; este personaje fue conocido en
Occidente por las relaciones que mantuvo con la emperatriz bizantina
Irene y con Carlomagno. Sin embargo, fue él quien dio comienzo a la
desmembración del califato, al conceder a Ibrahim ibn Aglab, gobernador
de Ifriqiya, una autonomía muy próxima a la independencia.
Entretanto,
en al-Ándalus se había constituido un emirato omeya independiente, y en
Marruecos habían surgido varios poderes locales: la dinastía de los
rustemíes del Tahert (776-911, fundada por el jariyí Ibn Rustum) y la de
los idrisíes (788-974, fundada por el chií Idris I). No obstante, a
comienzos del siglo IX, el imperio abasí era la mayor potencia política y
económica del momento. Durante el gobierno de al-Mamun, la civilización
abasí alcanzó su apogeo: Bagdad se convirtió en un gran centro
cultural, de donde surgían las normas sociales y culturales seguidas en
los demás países musulmanes.
Durante la segunda mitad
del siglo IX comenzó el declive del imperio abasí, motivado, en buena
parte, por la crisis económica y por la proliferación de movimientos
secesionistas. En su expansión, el Islam había aglutinado un conjunto de
pueblos y razas muy diversos entre sí; tales diferencias deshicieron en
pocos siglos los lazos que les unían al único gobierno, hasta el
momento admitido, de la comunidad musulmana. Fueron varios los motivos
que impulsaron los movimientos secesionistas: la lejanía de la
metrópoli, el aislamiento de ciertas zonas, la idea de raza y, de manera
especial, el deseo de enriquecimiento a través de las armas. De este
modo, a mediados del siglo X había ya tres califas en el mundo musulmán:
el abasí en Bagdad, el omeya en Córdoba y el fatimí en El Cairo.