Leonardo Ruiz Pineda ejerció importantes roles como abogado, escritor, periodista y político. Quizás en este último ámbito, fue donde tuvo su esbirros de la Seguridad Nacional en 1952, en uno de los principales símbolos de la lucha por la democracia y la libertad durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Fueron sus padres Víctor Ruiz y Rosa Pineda. Los estudios primarios en su pueblo natal, mientras que la secundaria la cursó en el liceo Simón Bolívar de San Cristóbal, donde fundó junto a Ramón. J. Velásquez y Ciro Urdaneta Bravo, la revista Juventud en 1930. En 1936, se traslada a Caracas con la finalidad de estudiar derecho en la Universidad Central de Venezuela; al año siguiente asume la dirección del periódico La Voz del Estudiante hasta que fue clausurado por el gobierno de Eleazar López. Posteriormente, desde las filas del Partido Democrático Nacional (PDN), en actividad clandestina, inicia su militancia política.
Luego de obtener el grado de doctor en Ciencias Políticas, regresa al Táchira en 1940. Por este tiempo funda y dirige el diario Frontera y preside el Salón de Lectura de San Cristóbal. En 1941, organiza en esta ciudad la seccional del partido Acción Democrática. En 1945, desempeña la Secretaría de la Junta Revolucionaria de Gobierno, instaurada el 18 de octubre luego del golpe de estado que derrocó al régimen de Isaías Medina Angarita, cargo en el que permanece hasta que es nombrado como presidente por estado Táchira para el lapso 1946-1948. Durante la presidencia de Rómulo Gallegos fue designado ministro de Comunicaciones (febrero de 1948), cargo que ejerce hasta el derrocamiento el 24 de noviembre de 1948 de Gallegos. Hecho prisionero el propio día del golpe de estado, permaneció 6 meses en la cárcel; tras su liberación asumió la Secretaría General de Acción Democrática en la clandestinidad contra el gobierno de la Junta Militar presidida por Marcos Pérez Jiménez. El 21 de octubre de 1952 es muerto a balazos por agentes de la policía política (Seguridad Nacional) en la avenida principal de la barriada caraqueña de San Agustín del Sur.
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Aurelena, viuda de Ruiz Pineda
Ella es un pedazo ambulante del inicio de la historia democrática de este país. A pesar de que se define olvidadiza, a sus 86 años de edad es capaz de rememorar sin error alguno cosas que sucedieron en 1952. El asesinato de quien fue su esposo, Leonardo Ruiz Pineda, por ejemplo. Y lo que vino luego
María Victoria Mier y Terán
Una silueta menuda de cabello blanco sostiene un bastón y un juego de
llaves entre dos manos que tiemblan ligeramente. Al cumplirse 62 años
del asesinato del mártir de Acción Democrática, Leonardo Ruiz Pineda,
quien fue su mujer mantiene una mirada llena de expectativa. Debe haber
contado una misma historia muchas veces y, a pesar de eso, sigue sin
aburrirse.
Está sentada en la sala de su apartamento, un lugar amplio en el que entra la luz de cualquier día lluvioso en Caracas.
AÑO 43
Se presenta como Merchán de Ferrer y aclara que es la viuda de
Leonardo Ruiz Pineda desde octubre del 52. “Me casé tan enamorada del
uno como del otro y por otro lado no me gusta dejar a mi familia por
fuera”. Se apresura a agregar que conoció a Ruiz Pineda mientras vendía
unos boletos para un recital de canto que estaba organizando la
Asociación Juvenil del Táchira, una organización establecida en San
Cristóbal como parte de un programa de Acción Democrática para captar
gente joven e invitarlos a inscribirse en el partido.
A Leonardo y a mí nos unió desde el principio un conjunto de amor y de convicción social. Mis padres eran adecos y yo me identifiqué inmediatamente con sus ideales políticos y su forma de pensar en el país.
La pareja contrajo matrimonio en diciembre de 1945 después de dos años y medio de noviazgo, o como lo define la entrevistada, de amores. Dice:
Cuando nos casamos él era gobernador del estado Táchira, de modo que siempre lo acompañé a sus actividades de partido.
En diciembre del 47 llegan a Caracas a presenciar la toma de posesión
del presidente Rómulo Gallegos. Además, Ruiz Pineda asumirá el cargo
que el novelista le ha designado dentro de su gabinete: ministro de
Comunicaciones.
Nueve meses después, yo le estaba diciendo por teléfono al viejo Gallegos que Leonardo me había dicho que había un movimiento raro en el Palacio de Miraflores. A los pocos minutos, Enrique Vera Fortique, director de la Radio Nacional, anunció que se había dado un golpe de Estado al gobierno de Rómulo Gallegos. Todos estaban presos.
Una relación intervenida por detenciones y allanamientos mientras el
compromiso de levantar el partido seguía en pie. El 5 de julio del 1949
la Seguridad Nacional fue a arrestar al doctor Ruiz Pineda en su casa.
No estaba y nunca llegó. La clandestinidad se materializó en la
desaparición de un bigote, el uso de lentes de visión sin fórmula y una
cédula que decía Alfredo Crespo. Mensajes a cuentagotas y un acuerdo
entre ambas partes: el secretario de AD no se iba a aparecer por ninguna
circunstancia, ni siquiera durante el nacimiento de su segunda hija el
17 de julio de ese mismo año.
No hubo un día en que no pensara en irse y renunciar a la vida que le
había tocado vivir en pro de proteger a sus hijas, pero el compromiso y
la voluntad de ser parte de la historia democrática de este país la
hizo retroceder. Sonríe intermitentemente ante los recuerdos que hoy
parecen lejanos y en el presente no son más que una historia contada.
Tenía un amigo en la Seguridad Nacional y me enteré que me iban a hacer presa días después de haber dado a luz. Para el momento ya yo trabajaba en el Banco Venezuela y al salir de trabajar busqué a las niñas y me escondí. Tuve que entregarle Natacha a mis padres en San Cristóbal, porque estando ella tan pequeña era difícil estar escondida. Pasamos a llamarnos Marta, Martica y Naty. La Seguridad Nacional se instaló en mi casa por más de un mes y Resistencia, mi perro, murió de hambre en mi habitación.
Una mujer, una niña y detrás de ellas los hombres de Pedro Estrada.
TRAGEDIA EN SAN AGUSTÍN
El 21 de octubre de 1952 Ruiz Pineda no llegó a la casa que para el
momento Marta (o Aurelena) había alquilado para vivir mientras
enfrentaba la etapa más difícil de su vida y trataba de hacerse
invisible ante los puntos de control de la dictadura perezjimenista y su
desarrollismo fundamentado en la opresión de la disidencia. Una amiga,
Gabina Dáger, le tocó la puerta de su habitación muy temprano el jueves
22 de octubre de 1952. “Gaby me dijo que algo muy grave había ocurrido
la noche anterior y salí de mi cuarto inmediatamente”.
Agrega:
Gabina me dijo que lo habían hecho preso y no me alteré. Pensé nuevamente en mi contacto en la Seguridad Nacional y le dije que podría saber dónde estaba para la mañana siguiente. De la nada me soltó que tenía que estar preparada para lo peor y lo vi en su mirada, algo tenía que haberle pasado a Leonardo. Pedí el periódico y una muchachita que ayudaba a Gabina con su hija lo trajo, pero antes de dármelo se lo aferró al pecho y me decía que no lo viera.
La tapa de El Nacional ese día abrió con la imagen de Leonardo Ruiz Pineda tirado en el suelo sobre un charco de sangre y el titular Muerto en Tiroteo con la Policía el Dr. Leonardo Ruiz Pineda
Se puso un vestido negro, se calzó los tacones y fue a reclamar el
cuerpo de su marido al ministro Llovera Páez, quien en otra época se
había quedado en su casa en San Cristóbal. En la pequeña oficina del
Ministerio de Relaciones Interiores no encontró nada más que el vacío al
saber que el cuerpo ya había sido enterrado y que no podían decirle
dónde estaba. Sin embargo, su visita no fue en vano porque la esperaba
Pedro Estrada con la orden de llevarla presa.
Me interrogaron, me amenazaron y mi respuesta siempre fue la misma: ‘No soy dirigente político, no me contaba nada y lo poco que sé no se lo voy a decir a ustedes después de lo que ha pasado’.
La llevaron a la Cárcel Modelo y se encontró con la segunda esposa de
Rómulo Betancourt, Renée Hartmann. “Ahí sí lloré con ganas. Me sentí
derrotada cuando vi tanta gente que quería, tanta gente valiosa y con
ganas de luchar por ese pedazo de tierra en el que dejamos el aliento”.
La muerte de Ruiz Pineda fue el quiebre y el inicio del cierre de un
ciclo histórico. Después del hecho, empezó la difusión clandestina del
material que le daría el título formal de escritor. El prólogo de El Libro Negro de la Dictadura
fue escrito por el secretario de AD diecisiete días antes de que lo
asesinaran. La primera copia impresa de ese libro reposa hoy sobre la
mesita de la sala y, aunque la dedicatoria fue cortada con una tijera
por algún compañero del partido en el exilio en México, su destinataria
escribió nuevamente lo que en algún momento escribió Ruiz Pineda.
“A Marta por su incansable apoyo durante esta lucha y a Aurelena por ser compañera de corazón”
“Si tuviera la oportunidad de hablar nuevamente con él le agradecería
por llegar a mi vida. Fue un hombre extraordinario. Tanto así que una
de mis hijas siempre dice que es un muerto que ha vivido siempre entre
vivos. Lo respetamos y cuidamos su memoria. Después de su muerte y unos
meses en la cárcel, me expulsaron del país en enero del 53. Salí con mis
hijas y mi suegra.
Estuve en España, Nueva York y en México, lugar
donde conocí a mi segundo esposo, exilado venezolano también. Tuve dos
hijos más, Alejandro y Carmendelia”. Las pocas cosas que le fueron
devueltas al salir de la cárcel las repartió entre sus hijas. Entre
ellas poemas y fotografías.
Cuando se le pregunta sobre la política actual da un largo suspiro y piensa muy bien antes de contestar:
Yo creo que todavía hay tiempo de rectificar. Estamos siguiendo un modelo político que está más que comprobado que no funciona y no trae nada positivo para nadie. La democracia, en cambio, no pasa de moda. Creo o quiero creer que hay tiempo de echar para atrás y enderezar este país en base a las buenas costumbres.
***
Hoy, después de una vida tan intensa, los días de Aurelena de Ferrer
pasan lentamente en el apartamento que ocupa con una sobrina. Dice que
ve mucha televisión, trata de leer con regularidad aunque ya le falle la
vista, juega solitario de madrugada, usa Facebook, come muy
poco, habla con sus hijos y nietos que hoy están en el exterior y
siempre dice estar dispuesta a contar la historia de Ruiz Pineda y la
suya porque es una forma de dejar constancia de los momentos que
marcaron su vida para siempre.
−No te ofrecí nada, no han hecho mercado. Tengo una cerveza ahí hace meses, ¿la compartimos?
Un brindis por su salud mientras la sala se oscurece cada vez más y se hace necesario encender las luces. Ha caído la noche.
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