Emperador de los franceses (Ajaccio, Córcega, 1769 -
Santa Helena, 1821).
Nacido en una familia modesta de la pequeña nobleza
de la isla de Córcega -recién incorporada a Francia-, Napoleón siguió
la carrera militar como becario, graduándose en la Academia de París en
1785. Tras el triunfo de la Revolución francesa (1789) simpatizó con el
nuevo régimen, pero fracasó en su intento de intervenir en política en
pugna contra el nacionalismo corso representado por Paoli.
En
1793 conoció a Robespierre y se adhirió al partido jacobino. En aquel
mismo año adquirió notoriedad militar, al encargársele el mando de la
artillería francesa en el asedio contra Tolón (ocupada por los
británicos); el éxito de la operación le valió el ascenso a general.
Posteriormente, el régimen del Directorio (1795-99) le empleó en la
represión de los múltiples intentos de derrocarle, procedentes tanto de
los realistas como de la izquierda.
Su prestigio culminó con el mando de la campaña de
Italia (1796) que, concebida como una mera maniobra de distracción en la
guerra contra Austria, fue llevada con tal éxito por el joven general
que le hizo dueño de todo el norte de Italia y llegó a amenazar Viena,
obligando a los austriacos a la rendición y desbaratando la coalición de
príncipes italianos que se había agrupado en torno a Austria contra la
Francia revolucionaria: batallas victoriosas como las de Mondovi, Lodi,
Arcole, Rivoli y Bassano acabaron llevando a la Paz de Campoformio
(1797), que otorgó a Francia la orilla izquierda del Rin y un Estado
satélite en el norte de Italia (la República Cisalpina).
Napoleón
fue recibido en Francia como el salvador de la República (tanto más
cuanto que el botín enviado desde Italia contribuyó a sanear las
agotadas arcas de la Hacienda francesa). La tarea de deshacerse del
último enemigo que le quedaba a Francia -Gran Bretaña- resultaba más
difícil: tras desistir del proyecto de desembarcar directamente en la
isla, el Directorio concibió la idea de cortar las comunicaciones
británicas con sus colonias en Asia mediante la ocupación de Egipto, y
puso al mando de la operación a Bonaparte para alejarle de París, donde
su popularidad resultaba preocupante.
Napoleón
desembarcó en Alejandría en 1798 y luchó con suerte desigual contra
turcos y mamelucos; pero Nelson le cortó la retirada al hundir la flota
francesa en Abukir, y Napoleón prefirió regresar a Francia dejando a sus
tropas abandonadas en Oriente Medio (1799). Antes de que su popularidad
pudiera verse deteriorada por aquel fracaso o de que se le pudieran
exigir responsabilidades por su conducta, se unió a un grupo de
conspiradores en el que participaban su propio hermano Luciano y el
abate Sieyès; él les aportó la fuerza militar que hizo triunfar el golpe
de Estado de 1799 (el 18 de brumario, según el calendario republicano).
Napoleón se erigió enseguida en el hombre fuerte de la
nueva situación, que se diseñó como una dictadura personal conservadora,
encaminada a salvaguardar algunas conquistas esenciales de la
Revolución (impidiendo el triunfo de una contrarrevolución monárquica),
pero evitando igualmente su prolongación en un sentido democrático y
poniendo fin a la inestabilidad social (descartando toda posible
revancha de los jacobinos). La dictadura, apoyada en la primacía de los
notables, se institucionalizó con la llamada Constitución del año VIII
(1799), en la que formalmente el país quedaba gobernado por un
triunvirato que presidía el propio Napoleón como primer cónsul.
El
fortalecimiento del poder ejecutivo le permitió pacificar el país
(acabando con la insurrección realista de la Vendée) y realizar
importantes reformas de orden interno: normalizó las relaciones del
Estado francés con la Iglesia (Concordato de 1801), completó la obra
jurídica de la codificación (promulgando, entre otros, el Código Civil
en 1804), centralizó y racionalizó la administración en torno a la
figura del prefecto, puso en pie un sistema educativo público
laico y eficaz, reorganizó la administración de Justicia estableciendo
una jerarquía única de tribunales estatales, creó el Banco de Francia
(1800) e impuso el franco como unidad monetaria nacional (1800).
Estas
reformas, en las que predominó un sentido racionalizador, uniformizador
y estatista, moldearon las instituciones francesas con arreglo al
principio de igualdad jurídica surgido de la Revolución. Una combinación
de reformas militares y genio estratégico personal le permitió
completar la obra en el exterior, venciendo de nuevo a los austriacos
(Paz de Luneville, 1801) y asegurando la hegemonía continental francesa
en un reparto de esferas de influencia con Gran Bretaña, que conservaba
el control de los mares (Paz de Amiens, 1802). Todos estos éxitos
permitieron a Napoleón acentuar el carácter autoritario y monárquico de
su régimen, decretando primero el carácter vitalicio del Consulado
(1802) y proclamándose después emperador (1804).
Aparte de constituir de sus ejércitos, una respuesta a los intentos por
restablecer en el Trono francés a los Borbones, el Imperio suponía un
ideal de poder continental por encima de los Estados nacionales.
Efectivamente, apoyándose en el poder, Napoleón
procedió a reorganizar el mapa de Europa en torno a una Francia
fortalecida y extendida por múltiples adquisiciones territoriales (los
Países Bajos, la costa alemana del mar del Norte, la orilla izquierda
del Rin, Cataluña, Piamonte, Génova, Toscana y Roma). Él mismo se hizo
coronar rey de un nuevo reino de Italia; situó a otros miembros de la
familia Bonaparte como soberanos de Estados satélites en Nápoles
(Murat), España (José I), Westfalia (Jerónimo) y Holanda (temporalmente
entregada a su hermano Luis); reorganizó Suiza convirtiéndola en un
Estado dependiente de Francia; controló personalmente el Estado creado
en la costa dálmata bajo el nombre de Provincias Ilíricas; y reorganizó
Alemania en 1806, estableciendo el protectorado francés sobre la llamada
Confederación del Rin, en detrimento de la influencia de Austria (a la
que venció en Ulm y Austerlitz en 1805, y de nuevo en Wagram en 1809) y
de Prusia (vencida en Jena y Auestadt, 1806); tras vencer a Rusia en
Friedland (1807), le arrebató Polonia, creando en aquel territorio un
Gran Ducado de Varsovia gobernado por el rey de Sajonia, aliado de
Napoleón; e incluso consiguió que uno de sus generales, Bernadotte, se
hiciera con la Corona de Suecia.
Controlada la práctica totalidad de Europa occidental,
el poderío naval de Gran Bretaña le impidió una vez más doblegar a este
último enemigo (batalla de Trafalgar, 1805); intentó entonces rendir a
Gran Bretaña mediante un bloqueo continental que la aislara de
los mercados europeos (Decreto de Berlín, 1806), pero los perjuicios
fueron mayores para los comerciantes europeos que para la economía
británica. Aquel primer ensayo de unificación europea llevó a gran parte
del continente las ideas e instituciones surgidas de la Revolución
francesa, extendiendo a otros países la dinámica de transformaciones
políticas, económicas y sociales del liberalismo, que habrían de marcar
su entrada en la Edad Contemporánea.
Napoleón con sus hijos
Sin embargo, las
ambiciones napoleónicas toparon con demasiados enemigos: nacionalistas,
liberales, católicos, tradicionalistas, víctimas del bloqueo
continental.
La invasión de España (1808) dio lugar a una insurrección
permanente en la península Ibérica, con una lucha guerrillera que
absorbería grandes recursos humanos y financieros del Imperio.
El
posterior intento de invadir Rusia en 1812-13 le permitió tomar Moscú,
pero hubo de retirarse ante la estrategia rusa de «tierra quemada» y de
rehuir las batallas decisivas; la retirada del Gran Ejército del
emperador constituyó un desastre, por efecto combinado del clima, las
grandes distancias y el acoso enemigo, iniciándose entonces el
derrumbamiento del sistema napoleónico (1813). Una gran coalición de
todos los enemigos de Napoleón (con Rusia, Austria, Prusia y Gran
Bretaña a la cabeza) acabó por consolidarse y derrotarle en la batalla
de Leipzig (1813): el emperador tuvo que retirarse hasta territorio
francés, mientras veía esfumarse su anterior poderío en el resto de
Europa. En 1814 los aliados completaban su avance tomando París y
Napoleón era obligado a abdicar. Se le confinó en la isla mediterránea
de Elba, mientras los aliados iniciaban la restauración del Antiguo
Régimen en el Congreso de Viena.
Restablecida en
Francia la monarquía borbónica en la persona de Luis XVIII, la
arbitrariedad y el revanchismo de los vencedores causaron pronto
descontentos entre la población. Unido esto a las disensiones políticas
que surgieron entre los antiguos aliados, Napoleón se decidió a intentar
recuperar el poder. Escapó de su confinamiento y desembarcó en Cannes,
reuniendo a sus fieles en apoyo del llamado Imperio de los Cien Días
(1815). El rey huyó y Napoleón se puso de nuevo al frente del Estado y
del ejército.
Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)
Visita también el monográfico Napoleón I Bonaparte
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